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Carlos terminó de hacer los últimos apuntes en la agenda, cerró el libro y paso los dedos por sobre la cubierta de cuero mientras repasaba en la mente que todo quedase en orden, Juancho quedaría a cargo del manejo de lo básico relacionado con la h...

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Carlos terminó de hacer los últimos apuntes en la agenda, cerró el libro y paso los dedos por sobre la cubierta de cuero mientras repasaba en la mente que todo quedase en orden, Juancho quedaría a cargo del manejo de lo básico relacionado con la hacienda en lo que él volviera, ese muchacho conocía a cabalidad cada paso dado y a dar sobre el manejo de ese lugar, en poco tiempo se había ganado su aprecio y entendía perfectamente el porque su padre le tenia absoluta confianza.
Llamaría a Anabel y a su madre para ponerla al tanto de su situación; ya con Marissa había hablado sobre el tema, y aún cuando ella no le siguió reprochando él sabía muy bien que no aprobada su decisión.

Marissa tocó la puerta del despacho de su padre antes de entrar, Carlos había pasado prácticamente todo el día encerrado allí, así se lo hizo saber la empleada doméstica, quien le dijo que su hermano hasta almorzó dentro de esas cuatro paredes.

Se detuvo a mirarlo, él le sonrió pero su risa parecía vacía, no transmitía nada. Según sus propias palabras en los próximos días se marcharía, de solo pensarlo sintió un vacío en el estómago.

—Mari, te estaba esperando. ¿Qué tal tu día? —pronunció al verla observarlo como si tratase de leer su mente.

—Bien, a sido un día tranquilo. —aseguró ella acercándose para sentarse en la silla frente al escritorio —Por cierto, conseguí el día libre mañana, así que saldré dentro de unas horas para la capital, estaré de regresó pasado mañana lo más temprano posible, por la tarde tengo turno y...

—Esta bien, yo programare mi viaje para dentro de tres días.

—De acuerdo —respondió Marissa, sin poder ocultar su tristeza.

—No te pongas triste, volveré antes de que siquiera me empieces a extrañar, además Raúl me prometió ayudarte en todo lo que fuese necesario en mi ausencia —el rostro de ella se iluminó al escuchar pronunciar el nombre de Raúl y eso no pasó desapercibido para Carlos. —Por cierto, no me contaste cuál fue el motivo para que te trajera flores...

—Nada en especial, simple cortesía —respondió apenada.

Carlos soltó una carcajada dejándole claro que no creía lo dicho por ella, Marissa sonrió al verlo reír, al menos estaba de mejor humor que por la mañana. Él le preocupaba siempre tan silente, misterioso y encerrado en su propio mundo. Eso no podía ser bueno para nadie. Siguieron hablando, él le entregó la agenda con todo lo que tenía planeado y Marissa se quedó sorprendía al ver que solamente dejó estipulado el plan de trabajo por diez días. Más no quiso preguntar el porqué. Quizás él tenía pensado volver en el marco del tiempo marcado en la agenda.

Raúl por su parte se sentía ansioso cual adolecente, había dormido poco, y aún así lucía radiante.
Llamo a Lucas para traspasarle algunas responsabilidades que por su repentino viaje no podría cubrir.

Marissa bajo corriendo las escaleras al oír el timbre sonar, debía de ser Raúl pues hacia unos minutos había recibido un mensaje donde él le comunicaba que iba en camino a su casa a buscarla.
En efecto él la esperaba sonriente.

—Hola —pronunció, mientras extendía su mano para tomar la de ella.

Él la miro a los ojos unos segundos, amaba la sensación que le producía verse en ellos, era hipnotismo puro, esa mujer lo elevaba a un nivel nunca antes experimentado, con una simple mirada. La atrajo hasta envolverla entre sus brazos, ella busco sus labios con desesperación. Se besaron, sin poder contenerse, sin mirar el tiempo o el lugar. Marissa precavida miro de un lado a otro en busca de testigos de lo que acaban de hacer, más no vio a nadie y eso la tranquilizó.

—Ya tengo mi equipaje listo —musito, una vez se separaron —Voy por...

—Vamos te ayudo a traerlo —se ofreció él.

Carlos los despidió en el portal de la residencia. Esperó verlos desaparecer antes de entrar sonriendo conocedor de que entre esos dos algo se tramaba.

El viaje por carretera al aeropuerto fue relativamente corto, pero para Raúl resultó ser eterno, al volante le era imposible mantener cualquier tipo de contacto con Marissa, y su cuerpo entero ardía de deseos por tocarla. Marissa tomo el ritmo de la conversación, lanzando sus clásicas advertencia, sobre ir despacio en la relación que intentaban forjar, mantener los impulsos a raya. Intentando bajar con palabras la temperatura que enardecía entre ellos.

La avioneta despegó con rumbo a la gran ciudad con ellos a bordo. Marissa contemplaba por la ventanilla, como si algo muy interesante logra visualizar. Raúl desde su asiento la miraba atento, ella era el mejor paisaje para deleitar sus ojos.

—¿Algo te incómoda? —preguntó Raúl, rompiendo el silencio.

Ella devolvió la mirada a él como si le acabase de sacar de un ensueño.

—No, para nada, solo me pone un poco nerviosa volar. —admitió.
Aún que para ser sincera su nerviosismo se lo debía a mucho más que eso.

Siguieron conversando temas de actualidad, desde política, hasta deporte. Resulto que tenían varios puntos en común, pero en el fútbol eran rivales.

—Nunca hubiese imaginado que te gustará el fútbol...

—Tampoco creería que le vas al equipo perdedor —aseguró Marissa entre risas.

Raúl rio inevitablemente, podría jurar que nunca antes tuvo una mejor compañía de vuelo. Ella lo mantenía entretenido entre su vasto conocimiento y los gestos que hacia al hablar. Tal vez él no la amaba, pero le resultaba tan confortable estar a su lado que eso bastaba para desear más de ella.

En el aeropuerto los esperaba un hombre de pelos canos y sofisticados modales. El chofer los llevo directo del aeropuerto al hospital donde estaba recluido Augusto. Ya la noche había caído sobre el estrecho istmo, el chofer le entrego la llave de la camioneta a Raúl y se despidió cortésmente de ambos, Marissa lo miro asombrada. Raúl se apresuró a explicar.

—Es el chofer de mamá, debe de estar en casa por si ella lo requiere. —Marissa asintió conforme con la explicación, aunque no la hubiese pedido.

Subieron al ascensor, el vigilante encargado les explico que el horario de visitas ya había pasado, Marissa cruzó unas cuantas palabras con él y en menos de un dos minutos el ascensor empezó a subir con dirección al piso donde se encontraba su padre.

Augusto sintió unas dedos recorrer su mejilla, abrió los ojos para encontrarse con su primogénita, su primer amor incondicional. Marissa sonrió y le hablo suave y despacio.

—¡Hola papá!, ¿cómo te sientes?...

—I...Issa... —balbuceo, Augusto extrañado de verla allí.

El tenía claro tiempo y lugar, sabia a cabalidad que día estaba viviendo y para no sentirse desorientado había mandado a poner en una pequeña mesa en su habitación un reloj, que marcaba fecha y hora.

Marissa acaricio el cabello de su padre mientras él con palabras entre cortadas le decía que se sentía bien, que no entendía el porqué no lo llevaban de regreso a casa.

—Aún faltan unos cuantos exámenes para poder volver a casa, pero no desesperes, probablemente la próxima semana ya sales de este lugar —aseguró ella, él hizo una mueca de desagrado.

La situación de Augusto era delicada, aún cuando había logrado sobrevivir a la operación, y estar evolucionando favorablemente, nada garantizaba que no volvería a recaer. La parte difícil de esa carrera contra el tiempo apenas empezaba.

El silencio se instaló entre ellos, Marissa lo dejo procesar su realidad, lo conocía y sabía lo testarudo que podía ser, cuando al fin quiso hablar solo dijo un nombre.

—Car...los...

—Esta en Santa Lucía, él no pudo venir, como estuvimos aquí hace solo un par de días, decidió quedarse atendiendo la finca, te mando un beso —aseguró, doblándose para besar la arrugada frente de su padre.

Augusto sonrió y ella decidió que era hora de llamar a Raúl.

—Te traje una sorpresa —eso pareció gustarle, pues su semblante brillo ante la mención hecha por Marissa.

Al salir al pasillo se encontró a Raúl recostado a la pared con las manos dentro de los bolsillos, quien al verla le dedico una sonrisa bonita de esas que la enamoraban hasta los tuétanos, ella le devolvió la sonrisa mientras le indicaba que la siguiese.

El rostro de Augusto delató alegría auténtica al ver a Raúl entrar detrás de Marissa, entre las apuestas que realizó en su mente no vislumbro la posibilidad de que su socio fuese quien entraría por aquella puerta.

Raúl se acercó con cautela, a la camilla, Marissa le había advertido sobre la situación de su padre y él era novato en eso de lidiar con enfermos, tenía aprendidas a conciencia las palabras que le diría, no quería pecar de imprudente, ni mucho menos alterar a su socio.

—Buenas noches... —saludó, deteniéndose unos pasos antes de llegar a la camilla.

—Bue...bue...nas...—logró articular Augusto.

—Según me cuenta la doctora pronto podremos contar con tu presencia por nuestras tierras. —Augusto, asintió con tristeza.
Nada volvería a ser como antes, eso lo tenia claro, todo el tiempo que llevaba en ese recinto había estado acostado en esa maldita cama y aún cuando nadie se lo había dicho directamente, él sospechaba que una silla de ruedas seria su acompañante al salir de allí.

—Vine porque tenía deseos de verte y de paso platicar contigo algunos asuntos sobre nuestro negoció —siguió hablando Raúl, sentándose en la silla contigua a la cama donde Augusto descansaba.

—Es... toy... ansi...oso... por sabe...

—Eso imaginé... —interrumpió Raúl —Por eso he venido. Todo marcha muy bien, no hemos tenido contratiempos, si todo continúa con el ritmo que se ha llevado hasta ahora...

Marissa al notar como su padre parecía interesado por cada palabra que salía de la boca de Raúl, pidió permiso para retirarse, llamaría a su madre para comunicarle que ya estaba en la ciudad. Seguramente no se verían esa noche. Ella iría a su apartamento, mientras que su madre por cuestiones de comodidad se había mudado a un apartamento a poca distancia del hospital donde se encontraban en esos momentos, ella después del divorcio en un arrebato de locura había optado por comprar ese apartamento a las afuera de la ciudad, que en un principio le pareció una buena opción pero con el tiempo y las horas perdidas a diario en carretera le empezó a incomodar, al igual había pasado con Luisa y Anabel se habían cansado pronto de conducir a diario en medio del atestado trafico por lo que decidieron mudarse a un lugar más céntrico.

Anabel por su parte esperaba en la cafetería del hospital, ya lo habían acordado así, para evitar aglomeraos en los pasillos o en el cuarto del paciente.

Aproximadamente una hora después Raúl salió del cuarto de Augusto en busca de Marissa, la vio al final del pasillo cerca de un ascensor ella conversaba con un hombre, el tipo era alto, de tez clara y cabello oscuro. El hombre estaba de frente a él, quien caminaba en dirección a ellos.
La sangre se le congeló de golpe, un puntazo atravesó con fuerza su estómago, mientras unas palabras hicieron eco en su cabeza.

—Siempre tendrás un espacio especial en mi corazón, y eso nadie lo podrá cambiar mi ángel. —después de aquella confesión un abrazo prosiguió. Así abrazados los encontró cuando carraspeo justo detrás de ella.

Marissa se soltó de Alex como si sus brazos quemaran, apenada giro para enfrentar al dueño de ese sonido.

Raúl pudo notar la vergüenza en el rostro de ella, pero también vio rastros de lagrimas en sus rojas mejillas, una duda lacerante se instaló en su mente, mientras la presión en su pecho hacia latir desbocado a su corazón. Nunca antes se sintió así y eso lo mataba, era frágil a un nivel desconocido hasta por él mismo.

Alex miro extrañado al intruso que los interrumpía, había ido aquel hospital a entrevistarse con un colega, actualmente el residía en Miami y había llegado al país hacia poco más de una semana, pero su viaje fue expresamente enfocado en un asunto que venia trabajando desde un tiempo atrás. Se encontró con Anabel en la cafería de aquél lugar e inmediatamente preguntó por Marissa, su excuñada le dio detalles del desventurado momento por el estaban pasando y él quiso subir para reunirse con Marissa, coincidir con ella fue algo que nunca esperó, más se sentía dichoso de volver a verla; así no fuese el mejor lugar. Ella era para él, alguien muy importante, en algún momento creyó amarla, aunque ahora sabía que ese sentimiento no era amor, fue algo muy parecido e igual de grandioso.

—Raúl, te presento al doctor Alex Johnson—Murmuro Marissa.

Raúl observó detenidamente al sujetó aún con el entrecejo fruncido, ese hombre le causaba inquietud y no por su porte de galán de novela, sino por la manera tan familiar con la que miraba a su novia, sí, porque eso era Marissa, su novia. Suya, y nadie tenía derecho de mirarla de esa manera. 《Johnson》el apellido se repitió en su mente y fue allí cuando cayó en cuenta, ese era el apellido que Marissa usó cuando estuvo casada.

—Raúl Tavares —expresó a secas, tendiendo la mano por simple cortesía.

—Alex, soy el exesposo de Marissa. —explicó Alex haciendo un gesto como si recordará algo —¿De donde nos conocemos, me parece haber oído tu nombre y apellido antes?

Marissa se llevo la mano a los labios, abrió desmesuradamente los ojos fulminado a Alex con la mirada y él que la conocía a perfección supo que le estaba pidiendo que guardara silencio. Alex rio descaradamente y Raúl sintió ganas de dar la vuelta e irse, ese par compartía secretos ante sus narices y eso lo hacia sentir un tonto sin poder pedir una explicación.

—Ese es un nombre bastante común — acotó Marissa, intentando concluir el tema, —Dijiste que querías ver a papá, puedes pasar —invitó.

Dos enfermeras pasaron hablando entre ellas y se detuvieron al ver a los tres reunidos en el pasillo, una se acercó al grupo para pedirles que abandonaran el lugar, pero después de que Alex hablara con ella ambas se retiraron.

Marissa empezó a caminar en dirección al cuarto de Augusto. Raúl y Alex la siguieron en silencio. Al llegar a la puerta Marissa se detuvo abrió la puerta e inspeccionó que su padre estuviese despierto. Augusto le sonrió animadamente y eso le lleno el alma de alegría.

—Papá hoy es la noche de las visitas sorpresas, mira quién quiere saludarte —señalo a Alex quién entro de prisa, para saludar a su exsuegro.

Alex nunca fue santo de devoción de Augusto, al contrario en su mente siempre lo acusó de robarle a su niña, de sacarla de sus tierras, para llevarla a esa cuidad caliente y contaminada, Alex le robaba la posibilidad de ver crecer a sus nietos en el campo. Por eso no le gustaba ese chico fino citadino.

Raúl se paro en el espacio que Alex dejo junto a la puerta, quería ver la forma en la que Augusto trataba a su anterior yerno, no sabia por qué pero eso era algo importante para él en ese momento.
Marissa lo miro al rostro, mientras él observaba hacia la camilla, noto sus expresiones endurecidas y pensó en lo guapo que se veía aun cuándo no sonreía, Raúl la descubrió mirándolo, levantó la mano y le acaricio la mejilla, ella había llorado de eso no había dudas, le gustaría saber el motivo, aunque sospechaba el porqué.

Marissa subió su mano en busca de apartar la de Raúl de su rostro, pero él en un ágil movimiento la tomó y la sostuvo junto a él.

Augusto sonrió complacido al ver la escena, no había perdido detalles de lo que había pasado entre esos dos.

Alex giro al ver como Augusto sonreía viendo hacia la puerta, topándose con su exesposa, agarrada de manos con el hombre del que él recordaba su nombre. Por fin había puesto rostro al tipo que creía solo vivía en la imaginación de ella.



Gracias por leer.
Les quiero. 😙




Una errante Un perdido   (Inefable 2)Where stories live. Discover now