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La casona de la familia Tavares se lleno de deliciosos aromas, el sonido producido por la fina cristalería, anunciaba que la mesa estaba por ser servida, en la cocina diferentes exquisiteces estaban siendo preparadas

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La casona de la familia Tavares se lleno de deliciosos aromas, el sonido producido por la fina cristalería, anunciaba que la mesa estaba por ser servida, en la cocina diferentes exquisiteces estaban siendo preparadas. Aneth revolviendo un caldero, Jacinta la encargada de la ensalada, se dedicaba a cortar legumbres, María se aseguraba que el vino estuviese a la temperatura deseada, Clemencia ponía la mesa, mientras Diana fingía ayudar a Aneth y así sucesivamente se fue organizando todo para que una deliciosa cena se compartiera bajo aquel techo. El patrón cumplía años y su madre se aseguraría que el día no pasará sin ser exaltado.

—Me parece bien... y nuevamente te pido disculpas por atrasar nuestra reunión. Ya ves que mi madre me tomo por sorpresa. —explicó Raúl a través del teléfono a su amigo John, había tenido que cancelar su cita con él.

Tenían mucho trabajo por delante John y su esposa se habían ofrecido voluntariamente a colaborarle, de hecho los planos habían sido realizados entre los tres, por ese motivo habían quedado en reunirse esa noche que era el día libre en el restaurante, para ultimar algunos detalles. Ya la obra estaba avanzando, pero siempre eran necesarios modificar uno que otro detalle.
Término de hablar con el norteamericano y se dispuso a darse un buen baño.

En la planta baja de la residencia un comidon estaba por ser servido y el abanderado de dicho momento era él.

Un tiempo atrás se celebró en aquella casa una gran fiesta, la noche en la que se comprometió con Melanie. A esas alturas ya deberían de estar casados. Pensó. Dejo correr agua sobre su rostro, esas recuerdos lo perseguían.

—¿Cómo se sentirá despertar todas las mañanas con una persona a mi lado, sabiendo que esta aquí por mí, para mí y yo dedicar mi vida a hacerla feliz? — se preguntó.

Algo así era lo que deseaba en su vida, cerro sus ojos imaginando la escena y por irónico que le pareciese no fue a Melanie a quién su mente evocó, la mujer que imagino a su lado era de piel pálida, tersa, suave al tacto y de enormes e hipnotizantes ojos grises. Abrió los ojos para romper el hechizo. Nuevamente Marissa se colgaba en sus pensamientos.

—¿Qué rayos? —bufo en voz alta.

Escuchó a su madre gritar su nombre, se apuró a terminar de bañarse. Aneth era impaciente a la hora de servir los alimentos.

Disfrutaron de la cena entre pláticas y anécdotas que Aneth traía a colación de cuando Raúl era pequeño, causando grandes risotadas entre los afortunados comensales. Diana se mantuvo comedida en su forma de actuar, estaba sentada al lado de Aneth y tenía de frente a Lucas, cuál águila observando cada uno sus movimientos. Al momento del postre le cantaron feliz cumpleaños al homenajeado y cuando Raúl se llevó el primer bocado de tarta de piña a la boca soltó un jovial elogio, haciendo que Aneth se sintiera orgullosa de haber preparado para él su postre favorito.

—Madre me gustaría regalarle una porción de esta delicia a una amiga —declaró, llevándose otro trozo de tarta a los labios.

Diana se atragantó con lo que tenía en la boca, Aneth y Lucas se miraron él uno al otro como intentado adivinar el nombre de la susodicha. Raúl no se inmutó y siguió devorando su porción de tarta.

—Claro mi amor, alcanzará perfectamente para compartas con tu amiga. ¿Es de aquí de Santa Lucía? —se apresuró a preguntar.

—Sí, hace poco se mudó a vivir al pueblo.

—La debimos haber invitado, aunque todo fue tan improvisado, seguramente ella hubiese querido venir a compartir contigo. —Aseguró Aneth.

—Sí, seguro —respondió irónico, arrepentido por haber tocado el tema delante de su madre, conociendo la sabía que no descansaría hasta obtener toda la información deseada.

—¿Entonces no estás casada, ni tienes hijos? —preguntó, refiriéndose a Diana y cambiando radicalmente el tema.

Diana negó con la cabeza antes de contestar, había dejado de comer y sólo se limitaba a tomar tragos pausados de un vaso de agua.

—Estoy soltera y sin ningún tipo de compromiso sentimental —explicó.

En esta ocasión fue Lucas quien dejó oír un leve carraspeo, el cuál no paso desapercibido para Aneth.

Diana se apuró a rectificar lo dicho.

—Bueno. Tengo una hermana menor que depende de mi para sus estudios y alimentación. Mi historia de vida es muy extensa para contar, y en el amor solo le puedo decir que mi corazón ya tiene dueño —sus palabras salieron atropelladas y en ningún momento levantó la mirada del vaso que tenía entre las manos.
Raúl levantó la mirada de su plato y prestó atención a lo que Diana comentaba, era la primera vez que la escuchaba hablar de su familia y en el tono que hablo dejó entre ver nostalgia.

Después de un brindis dieron por concluida la pequeña celebración, cada uno se retiró a sus aposentos a descansar.

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El día estaba resultando tranquilo como la mayoría de los que había trabajado en lo que llevaba en Santa Lucía, Marissa acabo de atender al señor Arístides y salió a pedir que pasará el siguiente paciente, la última persona que espero ver allí de pie, junto a la puerta de su consultorio fue a Raúl.

—Hola —saludó él.

—Buenos días —respondió ella, levantando un poco la manga de la bata blanca que llevaba sobre su vestido, miro el reloj de pulsera y sonrió al comprobar que era pasado meridiano. —Buenas tardes —rectifico.

Raúl se quedó tonto viendo sonreír, sus ojos semi cerrados y su boca de un color rosado natural. Esa mujer lo tenía embobado. Ella era linda y cada día le parecía más hermosa, él no la conocía lo suficiente como para juzgar sus virtudes y defectos, aunque le parecía una persona tranquila, de similar belleza por dentro, como por fuera. Le debía no una sino muchas disculpas.

—Buenas tardes, me gustaría hablar unos minutos contigo —declaró.

Una enferma paso al lado de ellos y pidió permiso a Marissa para entrar a su consultorio. Traía en las manos unas carpetas amarillas. Archivos de pacientes por atender.

—Lo lamento, ahora mismo no puedo, tengo pacientes por atender —ella había esperado por él, durante tres semanas y ya sus deseos de explicación habían expirado.
Raúl que se fuera al mismísimo infierno con sus ganas de conversar, ella tenía que decirle tres verdades a la cara a ese cretino, pero no lo haría en su lugar de trabajo.

—Solo serán máximo cinco minutos —rogó Raúl, era ahora o nunca, tenía que aprovechar el instante, pues se sentía lleno de valor.

Marissa miro a su alrededor algo a alguien que le sirviera de excusa para evitar tener que encerrarse en el pequeño consultorio con Raúl.
La enfermera salió con otro grupo de carpetas y Marissa creyó encontrar la coartada perfecta. La detuvo para preguntar.

—¿Danila tengo más pacientes por atender? —era obvio que si tenía más pacientes, la joven había entrado con más expedientes de los que traía de regreso.

—Sí, doctora, cuatro pacientes más, pero ya están programados para que los atienda después de su hora de almuerzo —Respondió inocentemente la chica y siguió su camino hacia los demás consultorios.

Marissa vio caer a pedazos a sus pies su bendita coartada.

—Perfecto, vamos, te invito a almorzar —aprovechó Raúl dejándola sin salida.
Extendió hacia ella una bolsa, Marissa extrañada la tomo, en su interior había un tupper mediano.

—¿Qué es? —preguntó intrigada.

—Un manjar, es mi favorito, pensé... bueno pensé que tal vez te gustaría. — dijo orgulloso. Tenía la idea que no había nada más delicioso en el mundo que la tarta de piña que su madre preparaba.

—Gracias, huele delicioso —murmuró llevando la bolsa a su nariz para volver a olerla.

Marissa entro a su consultorio en busca de su cartera, iría con Raúl almorzar.

—Vamos en mi auto —pidió él.
Ella asintió le daba totalmente igual en que auto se movilizarán, de igual manera solamente serían unos cuantos metros de distancia a donde irían a comer.

Raúl puso en marcha el auto con Marissa a bordo. Antes que él pudiera decir algo ella hablo.

—Dispongo de poco tiempo, así que sugiero que seamos prácticos. —Raúl cabeceó, se sentía nervioso. Con Marissa estaba experimentando sensaciones nuevas para él, junto a ella perdía la seguridad que siempre creyó poseer.

—Te debo como mil disculpas —afirmó. Mientras estacionaba su auto en un restaurante próximo al centro hospitalario.

—Puedes estar seguro de eso.

—No sé que me pasa—explicó sincero —Hago cosas de las que después me arrepiento... —Marissa pudo sentir su corazón romperse.

Raúl extendió su mano para agarrar la de ella, obligándole a mirarlo a los ojos.

—¿Qué pretendes? —preguntó entre dientes, tratando de dominar sus deseos de bajarse de ese carro y salir corriendo antes que los nervios la empezarán a consumir.

—Yo no soy así, tienes que tener la peor imagen de mí. Me avergüenzo de todo lo que a pasado entre nosotros. Bueno no de lo que ha pasado, más bien de la manera en la que se ha dado. He sido un total cretino... aún no entiendo como es posible que no me tires la puerta en la cara cuando tengo la osadía de aparecer ante ti...

—¿Eso es lo que quieres?

—No. Por favor, nunca lo hagas. Aunque lo merezco —Marissa levantó una ceja, señal de que su paciencia estaba al limite, de gritar: basta. —Solo quiero que me perdones.

—Raúl esto no se trata de perdonar o no, esto va más allá del hecho de que tú seas un patán y yo una idiota. —Raúl hizo una mueca de desagrado al escucharla decir el término despectivo en el que se refirió a ella misma, no entendió el por qué pero le dolió —Únicamente quiero que entiendas lo que pasó ya no lo podemos cambiar, claro está que si hablamos de dar imágenes equivocadas creo que llevo las de perder. —él intentó decir algo, pero Marissa se lo impidió. Le hablaba sin titubear y en tono dominante, cuando tenía un ataque de valentía era capaz de ser mas elocuente que hasta un político consumado y en esos momentos lo tenía y no lo dejaría pasar en vano —No sé que tipo de persona crees que soy, pero te puedo asegurar que lo que a pasado entre nosotros no me define realmente... para mi es molesto tener que explicar esto, yo no voy por la vida teniendo sexo o compartiendo besos con cualquier persona. Lo que me sucede contigo no lo puedo, ni quiero explicar. Pero soy consciente que es algo nocivo, algo que me hace mal.

—Lo lamento, nunca fue mi intención hacerte sentir así. Sé que tú no eres ese tipo de mujer. Tampoco quiero que pienses que voy por la vida... este...

—Esta bien, lo comprendo —lo interrumpió ella, al ver que él no encontraba un adjetivo para referirse a los apasionados momentos compartidos —Solo responde una pregunta... ¿Por qué?

—No lo sé —respondió sincero.
Marissa volvió a sentir como una daga su duda, sentía ganas de llorar, su voluntad la estaba por abandonar.

Ella conocía a perfección sus sentimientos por Raúl, nunca se los negó a si misma. Ella se enamoró de él desde cuando era adolescente y lo observaba a escondidas, él tenía todo lo que ella no había logrado encontrar en nadie más. ¿Cómo obligar a su cuerpo a huir de las caricias de el único hombre que era capaz de encender su alma, su cuerpo y sus sentidos?
Él era fuego y ella una idiota mariposa que deseaba arder en el.

—No importa. —aseguró, quitándole importancia al asunto —Solo promete que no volverás a buscarme, pongamos distancia entre nosotros... por favor —rogó.

Raúl abrió los ojos incrédulo ante lo que ella pedía.

—No puedo prometer algo que no sé si seré capaz de cumplir. —dijo ufano.

—¿Es tan difícil lo que pido acaso?— murmuró molesta.

—Mi cordura me abandona cuando te tengo cerca —respondió Raúl despreocupado.

Marissa sintió los latidos de su corazón acelerar el ritmo y las estúpidas mariposas revolotear en su estómago y deseo tener a mano un insecticida para tomarse un trago.

—Tengo que regresar a mi consultorio —comentó mirando su reloj.
Su estómago gruño y ella pensó que tal vez la sensación de mariposas en el estómago no era más que pura hambre.

—¿Tan pronto? No hemos comido aún.

Llevaban quince minutos aproximadamente estacionados al frente del restaurante y aún no habían bajo del auto.

—Por lo mismo, vamos a comer o no me alcanzara el tiempo.

Bajaron del auto y ella eligió una mesa cualquiera, habían pocas desocupada, vio a varios de sus compañeros de trabajo allí, algunos los identificaba por sus nombres a otros solo por el uniforme que llevaban puesto, la mayoría les lanzó miradas interrogantes, Marissa recordó lo que significa vivir en un pueblo chico donde todos se conocen al menos de vista o nombres.

Raúl no presto atención a las miradas inquisitivas sobre ellos. Él ya se había adaptado a eso, cuando empezó su relación con Melanie abundaron ese tipo de reacciones y comentarios al respecto. Además con la doctora Horly solamente estaba allí tratando de finiquitar las engorrosas extra limitaciones que se había permitido con ella.

—¿Llevas un horario muy ajustado?— quiso saber.

—La verdad no, por ahora estoy bien con el horario. —respondió tajante.

—Marissa propongo empezar de nuevo, sé que sería tonto pedirte que olvides lo que ha pasado entre nosotros, pero ¿qué te parece si intentamos ser amigos? —propuso Raúl.

Marissa bajo la mirada y se concentró en el plato de sopa que le acababan de llevar. Aceptar lo que él pedía era un reto que no sé creía capaz de asumir. Su propuesta de amistad era como ofrecer café caliente a un moribundo de sed.




Bueno les cuento. Subí una historia nueva, completa. Su título es Perverso (Mente Maestra) Es una historia corta del género: Ficción general. No contiene romance, pero les pido le den la oportunidad. Si gustan leerla esta en mi perfil.


No olviden regalarme el voto y dejarme sus opiniones. Les quiero inmensamente. 😘😘😘


Una errante Un perdido   (Inefable 2)Where stories live. Discover now