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Todo eso le resultaba una verdadera locura, tantas personas extrañas congregadas en la residencia de sus padres, justo el día que decidió volver, le parecía realmente absurdo

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Todo eso le resultaba una verdadera locura, tantas personas extrañas congregadas en la residencia de sus padres, justo el día que decidió volver, le parecía realmente absurdo. De algo estaba totalmente seguro, que todo aquello era obra y gracia de su madre.

No podía ser de otro modo, insistió tanto por que él llegará esa noche a casa, hasta estuvo a punto de romperle un tímpano cuando le manifestó su deseo de quedarse esa noche en la capital puesto el viaje le resultaba bastante cansón, Luisa puso el gritó al cielo y de manera autoritaria le ordenó llegar esa noche a casa. Claro ya tenía montado todo aquel numerito y si él no llegaba se le echaría a perder. Pensó. Y lo más irónico de todo es que no la podía culpar, no después de haberles hecho saber que no tenía interés en regresar a vivir al país. Su idea era radicarse indefinidamente en Canadá. Necesitaba poner distancia entre su padre y él, Augusto jamás entendería que él no estaba dispuesto a lidiar con vacas el resto de su vida, su excusa era ser sencilla: Quería consolidarse en el ámbito de los negocios cómo un gran empresario, no quería ser un simple ranchero. Si era necesario empezaría de cero, desde abajo hasta alcanzar la cima. Pero ahora después de recibir ese gancho al hígado que la vida le propinó, estaba viendo toda su realidad desde otra perspectiva y con otros matices.

—El gusto es mío —repitió mecánicamente. Ya había pronunciado esas mismas palabras más de diez veces en menos de quince minutos.
¿De dónde había sacado a toda esa gente su madre? Si conocía a la mitad sería mucho. Él pueblo había crecido, algunas fincas que años atrás pertenecieron a un solo propietario, habían sido divididas y vendidas a distintas personas, gente que él desconocía debido al escaso contacto que mantenía con ese lugar.

Luisa sonreía ampliamente, parecía que no podía volver a juntar los labios, su cara era felicidad pura y Augusto sintió que aunque fuese por esa noche sería justo ser felices. Carlos había vuelto después de dos años de no pisar sus tierras y de haberles confesado que se pensaba casar en Canadá y dejar claro que sólo  regresaría de visita una vez al año.
El solo hecho de traer ese recuerdo a colación le hacia doler la cabeza.

Carlos camino hasta poder abrazar nuevamente a su padre, algo no estaba bien, su padre había perdido bastante peso, la cabeza la traía repleta de canas y su rostro se veía envejecido y agobiado. Pensar que él podía ser el causante de todo aquello le hizo doler el pecho. Lo abrazó y por extraño que le pareció Augusto no lo aparto. Al contrario le devolvió el abrazo pegándose a él con fuerza. Un gritó a su espalda se oyó y él giro para encontrarse con su hermana Marissa que lo miraba con cara de incredulidad.

—¡Mari!

—¡Char! —Marissa le extendió los brazos y Carlos corrió a abrazarla—. ¿Por qué no avisaste que vendrías? —preguntó ingenuamente.

—Mamá sabía —sonrió, cerrando totalmente sus ojos y Marissa lo observo mientras lo hacía, su hermano era realmente hermoso, había heredado los ojos grises de su padre, al igual que ella y su hermana. Pero los ojos de Carlos al contrario de los de ella que eran grandes y redondos, los ojos de Carlos eran almendrados.

Una errante Un perdido   (Inefable 2)Where stories live. Discover now