Parque y recreación

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Como era de esperar el museo de telégrafos es la cosa más estéril en términos de diversión o romanticismo. Alex ve con la cabeza ladeada cada uno de los telégrafos y yo leo las láminas con la descripción. Pero por más empeño que pongamos, es imposible hacerlo interesante.

Contradicción de contradicciones yo soy la primera en sugerir que nos larguemos de ahí.

Caminamos calle abajo, yo más relajada y decidida a comportarme con la madurez de una joven independiente y segura de sí misma. Una declaración de amor inesperada no es el fin del mundo y por ello decido que el consejo de Valeria sobre pedirle un poco de tiempo para darle una respuesta es lo mejor.

Por lo que he visto de Alex, dudo que irrumpa en mi casa o en la escuela arrancándose la camisa y gritando ¡Stellaaaa! (o mi nombre más bien) como Marlon Brando. Ridículo.

Miro hacia el cielo y aunque está un poco nublado, los espacios de radiante cielo azul, me hacen escéptica de cualquier probabilidad de lluvia.

Al final de la calle encontramos un agradable parque y nos sentamos delante de la laguna, sobre el cesped; cada uno compramos una deliciosa crepa de carrito y mientras la saboreo espero que empiece con el tema.

―¿Estás intentado un nuevo look entonces?―dice, mordisqueando la orilla de su crepa.

―Ya sé que este no me favorece mucho, y creo que se me está inflamando el labio.

Levanto la barbilla y Alex se acerca analizando.

―Algo―ríe―.Y el cabello encrespado de arriba...bueno se te ve más grande la cabeza si es lo que querías.

―Desde luego, es la aspiración de toda chica.

Se ríe y luego guarda silencio. Se recuesta sobre su espalda en el cesped y mastica despacio su crepa.

―Pero como te dije antes, no me importan los zapatos, o el peinado o el maquillaje, lo que me interesa de verdad es la chica. Tú para ser más preciso.

Con un tremendo control de mí misma, matengo a raya los temblores, sonrojo, palidez, tartamudeo y todo lo que pudiera delatar miedo. Sin embargo tanto esfuerzo hace que me olvide de mis músculos, así que mis dedos se aflojan y dejo caer la crepa que suelta un fuerte ¡plaf! de queso crema y mermelada.

―Entonces de verdad no tenías idea.

Hago un vago movimiento con la cabeza y me repito que soy segura de mi misma, y que voy a pedirle tiempo.

―¿No te gusto ni un poquito?―prosigue sin abandonar su posición.

¿Que si me gusta un poquito? Sólo hasta que escucho la pregunta de su propía boca me doy cuenta de que si me gusta un poquito. Esa clase de fisura por la que se puede filtrar un sentimiento mayor. Y se me hace absurdo no haberlo aceptado antes.

Mi corazón golpetea vuelto loco ante esta revelación y pierdo sensibilidad en las piernas.

―Tendrías que darme algo de tiempo―le respondo como un robot.

―¿Y para qué quieres tiempo? Es una simple pregunta.

Las nubes se empiezan a cerrar.

―Porque no quiero responderte algo estúpido.

―Si dices que no te gusto no me voy a suicidar, no pasa nada―dice ahora mirando hacia las nubes, terminando bocado a bocado los restos de su crepa.

―Eso no es muy galante de tu parte, en este momento no me siento muy valorada.

―Estoy siendo comprensivo nada más, no me gustaría que anduvieras por ahí cargando sobre los hombros el peso de haber rechazado a tu compañero de equipo.

Si pudiera odiarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora