Prólogo.

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Otra vez... La misma noticia.

Pensaba un hombre de edad mayor, sus lentes reflejaban lo transmitido en la televisión colgante de la cafetería.

—¡Cómo pueden ver en estas imágenes, de nuevo, uno de los miembros de una peligrosa pandilla ha sido encontrado inconsciente en la calle!—decía el reportero, con una asombrada expresión en su rostro.—¡Impreisonante, la última vez había sido un pequeño grupo de estos!, ¡pero lo más impresionante es su estado!, ¡tan solo miren su quijada, esta totalmente fuera de sí!

Se mostraba como los enfermeros cargaban en una camilla al pandillero, su quijada estaba dislocada, fuera de sí.

—¡¿Quien ese el responsable de esto?!

El viejo tomó un sorbo de su café. Él sabe muy bien que esa fractura no fue hecha con un objeto sino por obras de manos humanas.

O bueno, si se pueden llamar humanas...

Lejos, en un almacén abandonado, los sonidos de la pesada respiración del pelinegro se podían escuchar el unísono. El suelo estaba totalmente sudoroso, había instrumentos de entrenamiento dispersados en todos lados, caminadoras, pesas, hasta un saco de boxeo hecho pedazos amarrado con unas cintas, y etc.

Dando los jadeos finales, el pelinegro terminó de hacer su ejercicio, para de inmediato comenzar otro. Con su cabello negro y largo hasta los hombros, empapado de sudor, su cuerpo bien formado, piel pálida y ojos rojos. El menor ya tenía doce horas intensas de entrenamiento en aquel lugar desolado.

Volviendo a la cafetería, el anciano terminó de beber su café y llamó a la camarera.

—¿Si, que desea?—cuestionó gentil.

—Quisiera la cuenta, por favor.

—Claro, en seguida.—dijo.—Eh, señor, como es la primera vez que viene, quisiera preguntarle: ¿quisiera comprar nuestro especial de parejas?

—¿De qué se trata?

—Es una pastel, de cualquier sabor, para su pareja, puede escribir el nombre de ambos si quiere.

—Aceptó.

—¿Cuál es su nombre?, por favor.

—Orochi doppo.—sonrió.

Ashura. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora