Capítulo 3

5.2K 535 299
                                    

Bastian Davies.


En el pasado, siete años atrás.

— ¡Mason, Mason, espérame! —Grito y mi hermano mayor se detiene, trato de calmar mi respiración, para no terminar en el hospital una vez más esta semana. Es horrible tener asma, porque los chicos de mi pueblo nunca quieren jugar conmigo, ya que dicen que terminaré retorciéndome como un gusano cuando empiece a correr—. Quiero intentarlo, quiero demostrar que no soy un pobre enfermo y que puedo ser como cualquier otro chico.

Mason camina hacia mí con decisión y fiereza en la mirada, ese es mi hermano y estoy muy orgulloso de él. Es el orgullo de la familia.

—Entonces, ¿qué hacemos los pobres enfermos? Demostrar que no somos lo que ellos dicen, que somos mejores que esa basura que intentan hacernos creer, eso hacemos los pobres enfermos —dice con determinación, como si se hubiese repetido cientos de veces lo mismo él mismo—. Vamos Bastian, démosle una vuelta entera a al pueblo trotando y luego vayamos a casa.

Con la determinación renovada, troto cabeza a cabeza con mi hermano, quién a los catorce años fue fichado por un importante equipo de béisbol para ser entrenado y luego jugar en las grandes ligas. Han pasado cinco años desde que eso sucedió y la temporada pasada jugó por primera vez como un beisbolista profesional, sin embargo, sigue siendo el mismo, la fama no le afectó.

Quiero ser como él, un orgullo para la familia.

Pero, no quiero seguir sus pasos y convertirme en un beisbolista, quiero ser un reconocido empresario. Cada uno brillando a su manera sin opacar al otro. Esa es mi meta.

—Mason, ¿qué opinas de las personas que juzgan y critican a los demás? —Pregunto con curiosidad.

—Escúchame bien, Bastian, no puedes juzgar a los demás, solo porque pecan de una forma distinta a la tuya, con esto quiero decir que no soy nadie para opinar algo de ese tipo de personas, aunque me desagraden —dice Mason con una seguridad inmensa—. ¿Por qué lo preguntas?

No quiero decirle lo que sucede, no quiero que se entere de las cosas que están hablando de nuestros padres en el pueblo, cada una es peor que la anterior.

—Eh... no sucede nada, Mason —respondo sin convicción alguna, soy tan patético mintiendo. Acelero más el paso tratando de acompasar mi respiración a la vez, tratando de hacerle entender que no quiero hablar más de eso—. ¿Qué te parece si vamos a comprar nuestros batidos favoritos después de terminar? Eh... ¿Mason?

Me detengo un momento y volteo, lo que quería evitar creo que está sucediendo. Mi hermano está hablando con una de las cotorras —vecinas— chismosas que están ensuciando el nombre y reputación de nuestros padres y, por la expresión seria y furiosa en el rostro de Mason, puedo deducir que se lo está diciendo.

Poco a poco me voy acercando a ellos y escucho un retazo de lo que decía la entrometida esa a una distancia prudente.

—... ¿qué quieres que opine de eso? ¡Son un mal ejemplo! —Manifiesta, alzando la voz.

— ¿Sabe qué quiero que opine? Que usted no es nadie para juzgar a otros, solo porque ha pecado de una forma distinta a la de mis padres. Yo no soy nadie siquiera para meterme en sus asuntos —contesta y aprieta sus manos—. Si hablamos de malos ejemplos, en este pueblo de mierda hay muchísimos y mis padres no son los más grandes pecadores y peores.

Como usted, que encubrió a un violador, agrego en mi mente.

—Sí, sí, lo que digas niño, vete lejos de ellos antes de que termines siendo podrido y llévate a tu hermano.

El secreto de Coraline ©Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora