Capítulo 5

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Coraline Nowell.

Coloco sobre mis piernas el portátil e inicio sesión en la putipágina y entro al buzón de mensajes directamente, para seguir teniendo popularidad y estar en el top diez de las mejores webcams de la página, necesito conversar con el montón de pervertidos que le dan like a las fotos públicas ya que por ello recibo una comisión de la página.

Además, hay hombres que pagan por hablar de cualquier trivialidad y no solo cosas sucias, unos cuantos dólares extras no le caerían mal a mi cuenta bancaria y más cuando tengo que pagar dentro de poco mi fondo universitario y no tengo el dinero completo. Estiro mi mano derecha y tomo un puñado de palomitas de maíz picantes y las llevo a mi boca, hago clic sobre el primer chat y espero que cargue la conversación.

Charlamos un par de minutos y paso al siguiente chat, no demoro mucho en ellos, a menos que sea con los que solo converso de sus problemas, muchas de esas personas recurren al bajo mundillo del cibersexo únicamente para pagarle a alguien para que hable con ellos, los escuche y no los juzgue. En pocas palabras, buscan un confidente que no los delate y guarde sus secretos, que añada comentarios oportunos y que esté allí para cuando necesiten ser escuchados.

Cierro rápidamente el portátil cuando Brandon se sienta a mi lado en el sofá, ya que suele ser bastante entrometido la mayoría del tiempo, aunque es de mucha ayuda cuando de trabajos se trata, ya que estudiamos la misma carrera, pero, él cursa su tercer año y yo el segundo, así que sus clases viejas y asesorías me vienen como anillo al dedo.

— ¿Por qué esa reacción? No iba a ver lo que hacías, sabes que soy un tipo muy, pero muy discreto y amablemente te preguntaría si me dejarías ver —dice con una sonrisita burlona en los labios, quitándole seriedad a sus palabras.

—Es por prevención, ya te conozco lo suficiente como para saber algunas de tus malas mañas —respondo con ironía y le sonrío con suficiencia—. ¿Dónde dejaste a Bastian? Desde el viernes en la mañana no lo he visto por aquí.

Teclea a toda velocidad en su móvil y discretamente comienzo a leer lo que escribe, aunque son puras cochinadas, pero no dejo de leer, haciéndole lo mismo que él me hace a mí.

— ¡Hey! Es malo leer conversaciones ajenas —murmura y aparta el teléfono—. Está pasando el fin de semana con su familia, viene mañana.

Comienzo a reírme en su cara y tomo un puñado de palomitas y las meto en su boca, trata de masticarlas y sus mejillas y nariz se sonrojan mucho por el picante. Me encanta agregarles una salsa bastante picosa a las palomitas, siento que le dan el toque perfecto. Tose un poco y me mira como si estuviese loca y eso aumenta mi risa.

— ¡¿Estás loca?! —Grita, un poco alterado—. ¡Están muy picantes! ¡¿Cómo puedes comerte algo así?! Oh, Dios, mi boca y garganta pican mucho.

Se levanta y corre a la cocina, abre el refrigerador que compartimos los tres y saca la mantequilla, agarra una cuchara y la mete en el envase, toma una cantidad considerable y la lleva a su boca, hace todo esto sin dejar de mirarme mal. No me siento nada culpable, el olor del picante sobre las palomitas es bastante fuerte y fue él quien decidió abrir la boca, no lo obligué.

—No estoy loca, Brandon. Puedo comerlas porque estoy acostumbrada a comer cosas muy, pero muy picosas, recuerda que mi mamá es mexicana y adora comer cosas así. Por lo tanto, estoy mucho más que habituada a ingerir comidas que a otros pueda causarles molestias.

—Sí, sí, lo que digas —musita, señalándome con la cuchara. Dejo el portátil en la mesita ratona y tomo el tazón con las palomitas y comienzo a comerlas con una sonrisa burlona sin dejar de mirarlo—. ¿Qué hacías antes de sentarme a tu lado? ¿Cuándo irás a visitar a tus padres?

El secreto de Coraline ©Where stories live. Discover now