13. Entre mentes y espadas

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Los personajes de Naruto y Dragon Ball no me pertenecen, son obra y creación de Kishimoto y Toriyama respectivamente.

¡CAMBIOOOOOO!

El recuerdo de las Fuerzas Especiales Ginyuu y su invasión, brilló en sus mentes con la espantosa intensidad de la luz amarilla que ahora laceraba sus retinas.

La técnica del cambio de cuerpos alcanzó a Naruto. No hubo forma de evitarlo, estaba sujeto de los tobillos por Zetsu blanco, el disparo fue a quemarropa, y, además, tampoco se lo esperaba.

―Excelente... ―Susurró Obito, con el pecho a punto de explotarle de emoción. Lo único que debía hacer para tener al Kyūbi, era llevarse el cuerpo de Naruto con su Kamui, ya que, a pesar del cambio, seguía conteniendo a Kurama.

Los experimentos de Kabuto determinaron que la técnica de Ginyuu intercambiaba la mente, el alma y hasta la energía de los involucrados, mientras que cada fibra, célula, átomo o partícula imaginable constituyente de la anatomía del cuerpo, permanecía en su lugar. El cuerpo de Naruto, ni más ni menos, era un contenedor con un férreo sello pintado en el estómago. El sello era la clave de la operación, pues gracias a éste, la mente del rubio era arrancada sin arrastrar consigo a Kurama, dejando a la masiva fuente de chakra con forma de zorro, a merced del nuevo ser que pasara a ocupar el cuerpo.

No obstante, había detalles y conceptos que Kabuto aún no comprendía del todo, pues si bien el chakra era energía física, también tenía una parte espiritual, y la energía era una de las cosas que se intercambiaban por completo en el proceso.

Ahora esos detalles se hacían pormenores. Lo único importante es que el Zetsu blanco tenía a Naruto en su interior, en tanto el cuerpo con la apariencia de Naruto, seguía manteniendo a Kurama preso, y al mismo tiempo, a Zetsu como forzoso invitado.

Obito levantó una mano para dar la señal, no a Deidara, no a algún Zetsu, sino a Kabuto que, literalmente, movía las piezas sobre el tablero desde la comodidad de su guarida.

―¡Katsu!

¡KABOOOOMMM!

La explosión los sacudió hasta la médula, congeló cada una de sus vértebras, no tanto por la fuerza que exhibió como por el significado que desprendía.

En un cráter negro y desnudo de varios metros de diámetro y poca profundidad, yacía destrozado el cadáver de Zetsu, con las extremidades rotas y esparcidas; el tronco, una vez pálido, ahora de piel carbonizada y levantada en ampollas y jirones, se hallaba abierto a la altura del pecho, vacío, sin sangre que derramar, con las costillas astilladas como madera partida. El cuello, tornado hacia atrás, dejaba ver un rostro quemado e informe, pintado apenas con la aterrorizada expresión que hizo Naruto por hallarse en un cuerpo que no reconocía suyo.

El corazón de los shinobis se detuvo. La genial mente de Shikamaru, colapsó un instante que percibió eterno. Todos sabían lo que el terrible estallido de ese Zetsu representaba.

―¡NARUTOOOOO! ―Kiba entró en pánico, sucumbió luego a la impotencia, a la rabia, y finalmente, dio su puesto a la locura. Se abalanzó al enemigo con los colmillos expuestos, los músculos del rostro contraídos en pura furia, las pupilas delgadas como la felina mirada que se posa en su presa.

Pero Shikamaru, con la cabeza algo más fría y buscando evitar otra desgracia, le detuvo con su sombra. Akamaru se mantuvo junto a su inmovilizado amo, sin avanzar por voluntad propia, gruñendo y echando espuma por la boca en dirección a Obito, con el pelaje del lomo erizado en pinchos.

Matsuri no creía lo que veía. Temari livideció con la escena, no más que Kankurō que, entre la sangre perdida y el espectáculo de mal gusto, parecía un fantasma con maquillaje púrpura. Shino transpiraba como si estuviera en medio del desierto de Suna, y las gotas de sudor le acariciaban el espinazo como dedos helados de la muerte.

El Pecado de los Shinobis Where stories live. Discover now