17. La Maldición del Odio

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Los personajes de Naruto y Dragon Ball no me pertenecen, son obra y creación de Kishimoto y Toriyama respectivamente.

Las neuronas de Shikamaru no terminaban de establecer las sinapsis necesarias para siquiera dilucidar cómo una cosa llevó a la otra: Goten y Trunks estaban peleando, y a juzgar por los estragos del entorno, la cosa, de amistosa, tenía poco.

No sólo él, sino el resto parecían subyugados también por ese mutismo de estupidez subsecuente al extremo asombro; otros, que quizá eran mayoría, tenían las cuerdas vocales entumecidas más por miedo que estupefacción.

No era para menos. Los golpes resultaban explosiones aéreas más que otra cosa, embates que partían el cielo, que resquebrajaban los rocosos desfiladeros y los desplomaban tal cual si fueran endebles torres de naipes, que hacían temblar la tierra y la maltrataban al punto de abrirla en zanjas, mientras los sorprendidos shinobis, insignificantes como hormigas, perdían el equilibrio y caían sentados de forma lastimera.

Lo peor era que semejante cataclismo de indescriptible violencia, tenía lugar por las vibraciones emanadas entre cada choque de músculos, huesos y nervios. Puro daño colateral, efectos secundarios de una abominable fuerza física no concebible para las mentes humanas del frágil mundo shinobi, que recordaban de pronto lo terribles que eran dos saiyajins en combate.

Fuera del caos y hecatómbico escenario, que se abría paso incluso a otros países del globo terráqueo, se asomó una tímida y escalofriante idea en la mente de los presentes, casi al unísono, bajo una etérea consonancia que haría considerar a cualquiera los efectos de una telepatía grupal o ensoñación compartida: cuando Goten y Trunks pelearon en los exámenes chunin, eran solo niños de poco más de diez años envueltos en una riña sin mayor trascendencia, pero ahora eran hombres grandes, fuertes, cargados en convicciones y, como tal, la diferencia de poder resultaba abrumadora.

¡BAAAAMMM! ¡BAAAAMMM! ¡BAAAAMMM!

Tronaban los golpes en tanto se creaban ondas de choque inmensas en el firmamento. La atmósfera se tornó pesada, irrespirable. Sin explicación lógica aparente, empezó a anochecer aun cuando faltaban horas para la puesta del sol, y la única luz pasó a provenir de los fulgurantes relámpagos que fracturaban el cielo.

―Esto no puede estar pasando... ―Dijo Shikamaru, sentado en el suelo, admirando pasmado el desastre mediante el que la naturaleza expresaba pánico y suplicaba auxilio.

―¿Por qué pelean? ―Gimió Sakura con una mano al pecho, arrodillada, al borde de las lágrimas, encontrando en la contienda de ambos saiyajins, una dolorosa referencia a la que sostuvieron Naruto y Sasuke en el Valle del Fin.

De hecho, más de uno así lo consideró, empezando justamente por los protagonistas de aquella fallida misión que se saldó con la unión de Uchiha al bando de Orochimaru.

―Es inevitable. Más temprano que tarde iba a pasar. ―Sonó la voz de Obito desde atrás, magnetizando ipso facto la atención de sus oyentes―. Se trata de la maldición del odio.

Itachi estrechó los ojos. El equipo Samui y Taka se miraron confundidos al recordar que justo el hermano de Sasuke hizo mención de algo parecido.

―¡Cierra la boca, infeliz! ―Naruto apretó los puños y enseñó los dientes apenas vio al desgraciado que los había atacado y dejó a Ino en tan mal estado.

―Es cierto que los saiyajins no pertenecen a nuestro mundo. No comparten nuestras maneras, intereses, modo de vida ni formación bélica. ―El enmascarado alzó la cabeza, agasajándose unos segundos con las múltiples detonaciones que reventaban sin tregua―. Pese a ello, poseen un lado tan humano como cualquiera. Diría incluso que son viscerales como el que más. Sólo necesitaban un pequeño empujón para llegar a estas instancias, ¿no es así, Karin?

El Pecado de los Shinobis Where stories live. Discover now