21. Luz y Oscuridad

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Los personajes de Dragon Ball y Naruto no me pertenecen, Son obra y creación de Akira Toriyama y Masashi Kishimoto respectivamente.

Shin no recordaba la última vez que tuvieron por invitado a un Dios de otro universo. Quizá era muy joven, un aprendiz de Kaio-shin, tal vez. De cualquier modo, sí que estaba seguro de haber conocido sólo a una sagrada deidad, al Dai Kaiō-shin que se sacrificó por él y terminó absorbido por el monstruo Boo.

Había una atmósfera de divinidad excelsa y gratificante arropando a Enki en cada ademán, cada palabra. Su presencia destacaba por ser de más Dios que la de cualquiera, como si su existencia misma, y de hecho, así era, se alzara por sobre la de cualquier otro ente divino concebido para la creación. Más alto que Kibito por una cabeza, de gesto solemne, cubierto por un manto de plata líquida que discurría sobre su espalda como cabello, hacía gala, no obstante, de una mirada violeta tan preciosa como melancólica.

El lenguaje reverencial y las atenciones exhibidas por el degenerado viejo verde de las quince generaciones, no hacía más que poner de manifiesto la majestuosidad que de por sí anegaba a semejante ser.

―Te-tenga usted, Enki-sama. ―Tartamudeaba Shin, rellenando la taza de té de su distinguido invitado apenas hubo de terminarla.

―Ya veo. Así que un par de saiyajins de nuestro universo están dando de qué hablar en sus dominios. ―Intervino el anciano con su voz caprina, fulminando a Shin con la mirada por su torpeza al sostener la tetera.

Los ojos de Enki contemplaron con singular distracción el alboroto líquido propiciado por aquel pequeñajo despropósito de Kaiō-shin, tan neurótico e impreciso en sus movimientos, que no paraba de disculparse mientras salpicaba té como si fuera su primera vez llenando lo que fuera.

―Espero y sea comprensivo con mi sucesor, Enki-sama. Después de la tragedia provocada por el malvado Majin Boo, y mi forzado encierro en aquella espada por decisión de Bills-sama, esto fue todo lo que quedó en representación de nuestro universo.

El pobre Shin se encogió en vergüenza, si bien la sagrada deidad se mantenía inconmovible, pensando que era preferible tener a su lado a un individuo incauto y lerdo que a una suerte de sociópata como Rou.

―Por la blandura en su tono, diría que está familiarizado con estos seres conocidos como Goten y Trunks. ―Enki sorbió de la taza, degustando con genuino placer el cálido elixir. Shin sería un incompetente, pero preparaba un té bastante decente.

―Así es. Como ya comenté, son hijos de Goku y Vegeta, un par de saiyajins de sangre pura que tuvieron descendencia con dos nativas del planeta Tierra. Hace unos meses supimos que fueron a parar a otro universo accidentalmente. Dentro de poco sus padres irán a buscarlos, lo harán con ayuda de Bills-sama y su ángel guardián.

La historia de cómo ese par de simios desalmados mezcló su sangre e irrumpió en un mundo ajeno, revolvía las tripas de Enki, le sobrevenían arcadas de tan solo imaginar que Goten y Trunks repitieran la ecuación. Por suerte, no pasaría. No tendría que mover un dedo. Más temprano que tarde, irían a por ellos.

Eran buenas noticias, se podría decir que estaba contento con el panorama que se desvelaba de a poco por su propio pie. Incluso le dejaba más tranquilo que la misión de rescate, si así se le podía considerar, aconteciera de la mano de un ángel que impidiera perpetrar cualquier clase de estupidez. Esto, sin embargo, abrió un abanico de dudas e incomodidades para Enki.

¿Por qué un Hakai-shin como Bills, se empeñaba en entrenar y relacionar con simples mortales? ¿Un guardián tan sensato como Wiss estaba de acuerdo con ello? Lo más intrigante, y vaya que esto le dejaba un sinsabor indeseable, es que los saiyajins del universo 7, crueles y salvajes por naturaleza, fueron capaces de adaptarse a la vida de un planeta mucho más frágil, conformar un modelo de familia impropio de su raza, y, sobre todas las cosas, resultaron ser los salvadores que irónicamente su universo 9 habría necesitado cuando aconteció aquella desgracia sin precedentes de la que fue responsable, ésa donde aprendió de la más funesta y espeluznante manera, para enseñanza perpetua del resto de dioses de la creación, que un Kaiō-shin podía dar vida, podía dar luz a un alma, pero jamás impregnarla en esencia: no podía imbuirla de bien o mal. Tales conceptos eran ajenos a sus posibilidades.

El Pecado de los Shinobis Where stories live. Discover now