26. Gratitud

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Los personajes de Dragon Ball y Naruto no me pertenecen, Son obra y creación de Akira Toriyama y Masashi Kishimoto respectivamente.

Jūgo se levantó entre bamboleos tan pronto su cuerpo se detuvo. Estaba aturdido. Una grotesca herida exponía los huesos de su costado derecho, y la carne, abierta desde dentro hacia afuera, se mostraba chamuscada por la brutal embestida eléctrica recibida. El aspecto de las lesiones era espantoso, pese a ello, apenas dolía porque las severas quemaduras comprometían los nervios. Empezó a regenerar las células de sus tejidos dañados mientras veía el entorno destruido, y a medida que reparaba en los árboles partidos y el suelo dividido, crecía en él la locura y el descontrol.

―¡MALDITO, ME LAS VAS A PAGAR! ―aulló hacia el cielo nocturno―. No te lo perdonaré, no te lo perdonaré, ¡NO TE LO PERDONARÉ! ―Convirtió su brazo izquierdo en una suerte de hacha gigante y comenzó a correr a toda velocidad de vuelta a la batalla.

Cuando atravesó la última hilera de arbustos que le separaban del caótico escenario, encontró al maltrecho Susanoo azul con Sasuke, Karin y un debilitado Itachi vomitando sangre en su interior. Suigetsu blandía la sanbatō con furia, incapaz de conectar un golpe limpio al veloz Kimimaro, quien dio por terminada la refriega entre ambos cuando atacó con un látigo de púas que no era más que su columna vertebral, la cual enrolló en la maltratada espada y la rompió en tres grandes pedazos al traccionar con fuerza.

El samurái azul disparaba flechas con un poder penetrante tan feroz, que se las arreglaba para traspasar las paredes de polvo de oro que construía el Cuarto Kazekage, con lo cual Sasuke mantenía a raya el avance enemigo. Algunos proyectiles atravesaban de cuando en cuando a Mū o a Rasa, partiéndolos a la mitad con pasmosa facilidad, pero ellos, inmortales, ni se esforzaban en esquivar y volvían a rearmarse en medio de un torbellino de papeles cenizos. Una batalla sin fin, que perdería Uchiha a la larga cuando se agotara su chakra frente a un enemigo que jamás moría ni se cansaba. No podía frenarlos por siempre con ese método de disparar flechas indiscriminadamente, por lo que debía huir ahora, momento en que los edo estaban reconstruyéndose.

¡CRAAACCK!

Pero apenas lo intentó, el muro de oro se abrió y dio paso al Tercer Raikage, quien se abalanzó contra el gigantesco samurái y lo golpeó por la espalda con su técnica más letal: la Espada Definitiva, atravesando la armadura del Susanoo con su chakra eléctrico concentrado en la superficie de un dedo.

―¡Amaterasu! ―Sasuke aprovechó que su adversario no fue capaz de traspasar por completo la armadura y utilizó sus llamas negras para quemarle el brazo atascado. El Raikage, para evitar que el fuego se esparciera y cubriera la totalidad de su cuerpo, tuvo que cortarse la extremidad afectada usando su otra mano a manera de una espada eléctrica. Un sacrificio menor considerando que a los pocos segundos se regeneraba la extremidad amputada.

―Sasuke, ¿estás bien? ―preguntó Karin cuando lo vio caer de rodillas por el cansancio―. ¡Ten, muerde mi muñeca para que recuperes algo de energía!

Él se negó, apartando con su mano la de ella.

―Guarda tu chakra por si uno de nosotros sale herido. Debemos encontrar la manera de crear una distracción para escapar.

No sería fácil. Suigetsu estaba desarmado. Jūgo, presa de una ira demencial, se lanzó a un intercambio de golpes con el Raikage quien, por segunda vez, lo mandaba a volar al bosque con un atronador puñetazo cobalto. Itachi ni siquiera se podía mantener en pie, por lo que Karin le sostenía. Solo quedaba Sasuke, exhausto, con un Susanoo imperfecto que no tenía ni un tercio de la talla que podría tener, y que se debilitaba a la par que la energía de su creador se agotaba.

―Vamos a presionar un poco más ―murmuró Obito con el Sharingan brillando perversamente.

Kimimaro puso las palmas en el suelo, y ejecutó la misma técnica que le costó la vida en su pelea con Gaara: un bosque de huesos brotó de la tierra, simulando árboles retorcidos, cruentos y afilados que perforaban todo lo que se encontrara en su ominoso trayecto en un radio de al menos cien metros. Suigetsu terminó hecho una gelatinosa pulpa de agua. El Susanoo quedó paralizado en medio del entramado de picos; algunos perforaban su estructura, otros inmovilizaban sus articulaciones, como una mosca atrapada en una intrincada telaraña de huesos.

El Pecado de los Shinobis Where stories live. Discover now