28. Mi último día

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Los personajes de Dragon Ball y Naruto no me pertenecen, Son obra y creación de Akira Toriyama y Masashi Kishimoto respectivamente.

La sala era una cacofonía de agudas vocecillas que, entre exaltadas y dispersas, compartían con importancia capital la planificación de los días por venir: pesca en el estanque, tardes de helados y sandías en el parque, persecución de gatos por los tejados de la aldea, y jornadas enteras de jugar a las escondidas en el bosque. El inicio de verano se hacía sentir con su atmósfera sofocante que, en una sinergia desbocada, empeoraba con el barullo infantil.

Iruka debió gritar hasta en tres ocasiones, una de ellas en dirección única y exclusiva para Naruto, con tal de hacerse sentir y culminar con la última actividad de ese curso.

―Si el mundo fuese a terminar mañana, ¿con cuál persona les gustaría estar?

El desorden no se hizo esperar.

―Como si eso fuera a pasar. ―replicó Naruto con una sonrisa gigante y las manos entrelazadas tras la nuca

―Bueno, solo supongan que... no lo sé, la Luna se empieza a caer o algo por el estilo. En cualquier caso no es la finalidad del ejercicio. Concéntrense en la pregunta y escriban en un papel su respuesta. Cuanto antes obedezcan, podrán marcharse y hacer lo que quieran.

A Shikamaru se le veía más aburrido y abstraído de lo habitual: ni la cercanía de las vacaciones parecía calentarle la sangre. Chōji murmuraba fantasías sobre trozos de carne a la barbacoa lloviendo durante el apocalipsis imaginario de Iruka en lugar de frías y monótonas rocas lunares. Ino, enervada por los comentarios de Sakura que le llegaban desde atrás, escribió el nombre de Sasuke Uchiha, más a modo de reafirmación y competencia que de genuino convencimiento. Naruto hizo de su hoja un avión que arrojó por la ventana, ganándose con ello las carcajadas de sus compañeros y una reprimenda más por parte de su sensei.

Solo Hinata meditó y acogió la actividad con la seriedad que el pobre Iruka habría anhelado cuando menos del cinco por ciento de su clase.

"Naruto Uzumaki", escribió ella, doblando el papel y sosteniéndolo fuerte contra su pecho.

Para Hyūga, esa cálida y ruidosa tarde de chiquillos se antojaba lejana y ajena a la de ahora: fría, tensa, donde la única voz que resonaba con tormentoso eco era la de un joven proveniente de otro universo que contaba pesadillas sobre unos dioses que creaban y otros que destruían. A los primeros se les conocía como Kaiō-shin, y se encargaban de poblar el cosmos con planetas, estrellas y las formas de vida que habitarían en ellas. Los Hakai-shin, por el contrario, destruían la obra de los Kaiō, si bien una labor no entraba en conflicto con la otra, pues no se odiaban, no se entorpecían ni competían. Se trata de un equilibrio tan antiguo como la existencia misma.

Donde hay luz, necesariamente hay también oscuridad. Si hay arriba, es porque hay abajo. Vida y muerte, bien y mal. Pero la destrucción no es, en su defecto, maldad u oscuridad, sino la antítesis de la creación. No puede existir una sin la otra. Se complementan al extremo de formar un concepto único, y a su vez son tan dispares, que terminan por homologarse en una indefectible aunque contradictoria consonancia de causa y efecto, porque la creación del universo mismo no es más que un acto de caos y destrucción.

Así, pues, por terrible que pareciera, Hakaishin no era malvado por inherencia según explicaba Trunks. Podría ser egoísta, inclusive infantil, si bien esto era difícil de precisar dada su naturaleza divina, su condición de Dios que le ponía muy por encima de cualquier otra forma de vida. Era un tema que, en todo caso, ninguno estaba preparado para asimilar. La audiencia quedó en silencio, horrorizada de imaginar que hubiera seres con tales atribuciones y capacidades en la realidad.

El Pecado de los Shinobis Where stories live. Discover now