22. La nueva generación

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Los personajes de Dragon Ball y Naruto no me pertenecen, Son obra y creación de Akira Toriyama y Masashi Kishimoto respectivamente.

En la mansión Hyūga se respiraba una sofocante atmósfera de exaltación y premura. Hiashi fue enfático en destacar a la servidumbre la importancia de sus invitados, y si él lo aseguraba, así debía ser, ya que si en algo se caracterizaba el líder del clan, era en resguardarse de alabanzas y reconocimientos para con los ajenos a su linaje.

Porque Inoichi podía fingir demencia o enfurruñarse si tan siquiera se le sacaba el tema, pero los shinobis de tontos e ingenuos tenían poco. Bien sabida era la compenetración y lealtad que había entre Trunks y la mocosa Yamanaka, ¡bastaba recordar la deshonrosa escenita que armó la rubia durante la juramentación de los tres clanes! Con que se gestase un descendiente entre esos dos, de la noche a la mañana esa pandilla de vanidosos psíquicos platinados tendría en su seno al heredero más fuerte de la historia del mundo ninja.

Hace unos años, Hiashi habría creído loco al insensato que aseverara que el clan Yamanaka, muy inferior al suyo, aunque de prestigio y tradición, podría superarle de manera contundente e indiscutible en cuestión de nueve meses. Ahora se veía en la penosa necesidad de congraciarse por lo menos con Son Goten para asegurarse un futuro líder con genes de saiyajin.

Los matrimonios concertados no eran cosa nueva en el mundo shinobi. El dinero y las influencias jugaban un papel importante, si bien el poder y los Kekkei Genkai se ubicaban en un escalafón más alto. Lo cierto es que en este momento, Hiashi se sentía como el más sucio y rastrero Inuzuka, evaluando la próxima monta de una de sus muchas perras con el fin de hacerse con una camada de ninkens con características especiales, pues le daba igual si los saiyajins se iban para siempre a su dimensión, universo o la mierda fuera, pero que por lo menos, antes de partir, le dejaran preñada a Hinata o Hanabi, le resultaba lo mismo si su primogénita se casaba segunda o lo que sea.

La idea no era descabellada, ni siquiera insensible si se echaba una mirada furtiva a la idiosincrasia y funcionamiento de los clanes. Y es que de hecho, los Hyūga no eran los únicos que habían fantaseado o tanteado la posibilidad de introducir al genoma de su descendencia semejante ADN guerrero. Los beneficios estaba de sobra ponerlos de manifiesto, tal y como concluyó el comité de ancianos en asesoría al líder del Byakugan.

Hanabi, desprovista de la malicia de ese puñado de repugnantes vejestorios consejeros, y confiando en que se trataba de una complacencia de su padre a sus caprichos, fue en persona a dar la noticia a su amigo Goten, entusiasmada porque tendría a su disposición a un excelente compañero de entretenimiento. Se le pintó una sonrisa amplia y espontánea cuando golpeó con los nudillos la descolorida madera de la puerta, recordando cuando el saiyajin le enseñó unas cuantas posturas de combate, a la vez que él se nutrió de algunas llaves y golpes de palma propios del Jūken.

Salió a recibirla en calzones y entre bostezos, despeinado, evidentemente recién levantado. La kunoichi se tapó la cara y le ordenó entre bufidos que hiciera el favor de colocarse algo.

―Pero qué gruñona. ―Rezongó, ya con el dogi naranja puesto.

Hanabi le dedicó un gesto reprobatorio, quizá más hastiada por ojear, durante su espera, los tablones despegados y las paredes escarapeladas que por la actitud de Goten. El lugar ciertamente era un asco.

―Tendrás que acostumbrarte a salir vestido de tu nueva habitación de ahora en adelante.

La mirada del saiyajin se amplió. Tomó de los hombros a la kunoichi y la abordó en medio de una risilla torpe.

―¿Significa que tu papá aceptó?

―¡Jum! Te dije que lo dejaras en mis manos. ―Replicó con un guiño y el pecho hinchado en orgullo―. Pero recuerda no faltar a nuestro trato. Debes mantener tu palabra.

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