29. La memoria del pecado

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Los personajes de Dragon Ball y Naruto no me pertenecen, Son obra y creación de Akira Toriyama y Masashi Kishimoto respectivamente.

―Una victoria es una victoria, no importa cómo lo veas―espetó Luffa entre las briosas dentelladas con que desmenuzaba la carne deshidratada―. Nos hicimos con el control de esta maldita roca y es lo único que cuenta.

―Tú misma sabes que no es cierto ―replicó Lettus en una suerte de quejido exasperado―. Tomar Vegita 13 era necesario para establecer nuevos puestos de avanzada, es un planeta con posición estratégica y recursos energéticos valiosos en este cuadrante de la galaxia, pero...

―¿Pero en verdad deberíamos celebrar? ―remedó ella en un timbre agudo en tanto escupía un trozo de cartílago―. Si necesitas tiempo para llorar entonces sal y hazlo a solas. No me arruines la cena, que para variar no recuerdo la última vez que comí algo decente. Quiero disfrutarlo.

―El sargento tiene algo de razón ―concedió Zucchi, rebuscando en los contenedores de acero algunas piezas de armadura que repusieran las suyas―. Llevamos dos años en guerra y no parece que se vaya a acabar pronto. Quiero decir, por supuesto que es bueno ganar, lo que pasa es que... ¿cómo me explico? Perdemos rápido lo que tanto nos ha costado conseguir, avanzamos y a la vez retrocedemos sin parar. Debo admitir que a veces estoy desanimada porque... ¿acaso no había una sola hembra en este mugrero? Estas hombreras no me quedan, son grandes, feas, apestan y...

―¡Cierra la jodida boca! ―clamó Luffa, empuñando su oscura y erizada cabellera en un trance violento―. ¡Bendito Yamoshi (1), no paras de hablar, niña! Quiero comer en paz, ¿es demasiado pedir?

Zucchi apretó los párpados con fuerza, erizada de vergüenza ante el reclamo de su maestra.

―Lo siento. La manía de los vencedores, supongo

Lettus escaneó con ojo crítico el tablero y las pantallas de la sala, no sin antes retirar del asiento el cabizbajo cadáver del soldado al que Luffa atravesó el cráneo. Esa mujer disparaba láseres de sus dedos con una puntería de miedo, aunque el verdadero temor reptó por su médula al comprobar que los sistemas de seguridad y las torretas anticruceros con que disponían en esa base, estaban fuera del alcance de la tecnología de su gente, por no mencionar que los uniformes de los saiyajins que enfrentaron eran diferentes. Los rumores entonces eran ciertos: la reina Sarada se había aliado con los Furūtsu para expandir el imperio hacia las galaxias del sur. Ahora que se hallaban más lejos de casa, cobraba sentido que las colonias periféricas empezaran a mostrar tales modificaciones.

―Esto lo complica todo... ―murmuró, echando cuenta del progresivo deterioro del bando rebelde. Nunca tuvieron los recursos para afrontar una guerra de desgaste, y esta se prolongaba mucho.

―Ya te lo digo, niña, si sigues así de molesta y chillona, él nunca se fijará en ti. A los saiyajins les gustan las hembras fuertes y con carácter.

―No sé de lo que hablas. Parece que esa carne está envenenada. ―Se defendió Zucchi con las mejillas congestionadas.

―De Saffron, y no te hagas la estúpida.

―¿Sa-Saffron? ¿Qué tiene que ver él? ―La chica se dio vuelta para ocultar su rubor e hizo que buscaba de nuevo entre los desgastados protectores de combate.

―No tienes de qué avergonzarte, ambos están en la edad, llevan toda una vida peleando juntos, ¿y para qué nos vamos a engañar? Siendo el mejor guerrero que una hembra saiyajin haya parido jamás, es natural que llame tu atención. Sus venas están repletas de la sangre de Yamoshi, y bendito fue el pecho que le dio de mamar. Él es la clave de nuestra victoria, y algún día será nuestro Rey en lugar de la perra traidora de Sarada.

El Pecado de los Shinobis Where stories live. Discover now