25. Luna Llena

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Los personajes de Dragon Ball y Naruto no me pertenecen, Son obra y creación de Akira Toriyama y Masashi Kishimoto respectivamente.

Nagato sopesaba largamente en el agridulce desenlace de los reveses acontecidos tras el plan para eliminar a Goten y Trunks. Fracasaron, sí, y ahora se antojaba imposible tan siquiera plantear una segunda intentona. Ya no podrían capturar a los dos Bijūs faltantes, y aunque pudieran, no servía de nada reunir un poder que se hacía polvo frente al de los saiyajins. Tenían que lograr ambas cosas, no valía una o la otra.

Pensaba, entonces, que su proyecto de paz había finalizado para siempre, hasta que los aconteceres internacionales posteriores a su derrota, adoptaron un giro inesperado a la vez que jodidamente irónico: las naciones fijaron una alianza nunca antes vista en la historia de la humanidad para oponerse a Akatsuki. Luego, había paz, y esta era idéntica en su aborrecible naturaleza a aquella que perseguía, una que, de hecho, se alzaba en cimientos de hipocresía pero rotunda efectividad, guiada por el miedo que despertaban los saiyajins en sus supuestos aliados. Akatsuki quedó expuesta como la única responsable de las desgracias que enemistaron a todos, encarnaban la excusa perfecta para ser el blanco común del mundo shinobi. Dejar las cosas como estaban era lo más sensato. Concentrar todo el odio en sí mismos para preservar la armonía del planeta, tal y como hiciera Itachi Uchiha para mantener la estabilidad política y militar de Konoha.

Los seis cuerpos, ajenos a su acuciante congoja, yacían inertes en sus respectivas cápsulas de ensoñación. Konan le daba una vuelta por tercera vez ese día, devorando sus silencios que sabían más turbios de lo habitual.

―Soltar nuestras armas... ¿sería lo correcto ahora mismo?

Ella lo contempló quedamente, enfermo, lívido y caquéxico, atravesado grotescamente por barras de acero en la espalda. ―¿Estás cómodo con que la paz dependa de ellos? ―Replicó con otra pregunta.

Nagato lo meditó unos segundos que se antojaron a la fracción de un siglo. ―Es paz, al fin y al cabo. Creo, para infortunio nuestro, que será breve. Durará lo que tarde Konoha en asimilar a sus descendientes, o lo que demore en venir un extraterrestre atraído por sus poderes.

Konan era consciente de lo último, mas no había reparado lo suficiente en lo primero. Ciertamente Goten y Trunks podían ser una cosa, desprender en el mundo una influencia u otra, pero inevitablemente los hijos y nietos que pudieran engendrar, pasarían a formar, de manera perentoria e indefectible, parte del corrupto sistema shinobi. De nuevo habría guerra, la repartición de fuerzas apuntaría sus focos sobre un nuevo objetivo, este mucho más complejo de absorber y controlar que los actuales Bijūs. Un escenario más caótico sin cabida a dudas. Y, sin embargo, Konan percibía vacilación en su amigo, como si preservar el status quo resultara ideal para ellos.

En eso se reportaba Obito por primera vez desde su fracaso hacía semanas, emergiendo de un retorcido vórtice que de a poco dibujaba sus formas. Estaba con la mitad del torso desnudo y vendado, con la máscara astillada encubriendo un semblante demacrado, alargado y azotado por el estrés.

―Tengo un plan. Este no saldrá mal. ―Espetó ante el desconcertado escrutinio con que le recibían Konan y Nagato―. Hay mucho que debo decirles, pero el tiempo no nos favorece en este momento. Habremos de centrarnos en lo que haremos esta noche. Ni mañana, ni pasado. Debe ser esta noche.

No comenzó precisamente bien. Su apariencia, su tono, su exaltada y presurosa propuesta: nada de ello le revestía en confianza, sino de improvisación, desespero y hasta locura, porque cabría preguntarse si estaría Obito en sus cabales luego del duro descalabro sufrido.

―¿Por qué esta noche? ¿Y por qué acudes ahora, a menos de medio día de tu supuesto plan? ―Contestó Nagato, encorvando su escuálida silueta y con la voz rasposa.

El Pecado de los Shinobis Onde histórias criam vida. Descubra agora