27. Serpientes y manzanas

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Los personajes de Dragon Ball y Naruto no me pertenecen, Son obra y creación de Akira Toriyama y Masashi Kishimoto respectivamente.

Del noroeste llegó, en estricta formación militar, un mar carmesí ceñido en ruidosas cotas de malla, acero bruñido y cuero cocido trenzados en gruesos cordones de macramé. Seis mil pasos sincronizados con impasible rigor retumbaron desde Iwagakure, todos fieros shinobis altamente capacitados y mentalizados para la guerra, portando en alto los estandartes con el rocoso símbolo de Tsuchi no Kuni estampado sobre un fondo de sangre.

Ōnoki no estaba para ordenar el despliegue de una misioncita de esas conformada apenas por un par de escuadrones. Lo que ocurría no era una escaramuza ninja; un conflicto donde, si acaso, se mutilaban entre espadas y kunais los espías de una nación con los soldados fronterizos de otra. Los terremotos y disparos de ki que sobrevolaron su aldea, algunos de los cuales aterrizaron en altamar provocando violentos tsunamis que alcanzaron la costa norte del País de la Tierra, involucraban saiyajins.

Su olfato de zorro viejo le alertó que el desconocido peligro se acercaba a su pueblo. No tenía más opción que reclutar a la tercera parte de su ejército para dar comienzo a maniobras de intercepción, en tanto se daba pie a la evacuación de los civiles; otra tercera parte serviría como segundo muro de contención; la restante, protegería a los aldeanos y, en el peor de los casos, conformarían el relevo si es que ese día, Iwagakure dejaba de existir.

Así de crítica estaba la cosa. El Tsuchikage se adelantó al resto, y supo que su planteamiento fue el correcto cuando, desde el cielo, quedó de piedra contemplando al colosal simio responsable de la catástrofe. Solo Trunks le hacía frente, eso hasta que llegó un pequeño escuadrón de ninjas donde identificó a Naruto y al hermano del Raikage.

Ōnoki confirmó así que el monstruo iba en dirección a su aldea. Debían entorpecer su avance para dar tiempo a que los demás huyeran. El éxodo de una población entera no era cosa de media hora.

―Sacrificar a tres mil de mis hombres... ―Se lamentó, sin embargo. Morirían aplastados bajo las infames patas del animal.

No canceló la campaña. Esperaría en el sitio hasta que llegara el ejército. Observó cómo cientos de clones desaparecían entre nubes de humo que en breve serían de sangre cuando su gente arribara. Hizo bien en dejar a Kurotsuchi a cargo de la evacuación, muy a pesar de las protestas de ella, por supuesto.

―¿Raikage-dono? ―Tras evaluar mejor el terreno, avistó al líder de Kumogakure en la cima de un escabroso risco que se alzaba a lo lejos, fuera de la trayectoria de la bestia. Estaba acompañado por Darui y C, sus hombres de mayor confianza. Dispuestos en formación triangular, completaba la escolta el equipo Samui, situados en tres salientes de piedra que ofrecían una visión panorámica del entorno.

―Alguien se acerca. ―Avisó C, que con sus habilidades de sensor, captó el chakra de Ōnoki cuando descendía hacia ellos.

―Tsuchikage-dono. ―A no apartó la vista de la rabieta protagonizada por el violento Ōzaru. Se mantuvo de brazos cruzados, con el ceño fruncido y la piel erizada―. ¿Sabías que esa cosa de allá es Son Goten?

―¿¡Qué dices!? ―gritó el anciano con los ojos desorbitados.

―Como lo oyes. Naruto, el Jinchūriki del Kyūbi, entrenaba en una locación secreta con mi hermano para aprender a controlar el poder de su bestia con cola. Sí, se supone que era confidencial para mantenerlos seguros de Akatsuki, pero presumo que a estas alturas ya no importa. En fin, parece que sintieron el ki de Goten mediante el Sennin Mōdo. Aseguran que se trata de él, y pensándolo bien, tendría sentido si tomamos en cuenta...

―La cola... ―El viejo Kage se anticipó. Goten tenía cola de mono, y el monstruo era una especie de uno, ni más ni menos.

―¿Qué hace Trunks? ―preguntó Omoi, interrumpiendo la discusión al tiempo que observaba a su amigo flotando muy alto. La cálida luz de oro radiante que solía ser su aura, se veía ahora espeluznante y caótica, negra y violeta, y desprendía un luctuoso cariz que no prometía otra cosa que muerte.

El Pecado de los Shinobis Where stories live. Discover now