Capítulo 37

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Desierto de Haryana. Persia
A veces le resultaba imposible descifrar los pensamientos de Jorshid, cuando la vio de pie ante la gran puerta del muro que protegía el palacio, se veía tan pequeña ahí, pero su rostro tenía una sonrisa soñadora, sus ojos estaban tranquilos, él estaba acostumbrado a ver a las demás reinas de Ecbactana sumidas en llanto cada vez que su padre debía partir a algún lugar, ellas sabían que si su padre no regresaba de aquellos viajes su suerte sería desdichada, la suerte de sus hijos sobre todo. A su esposa la vio tranquila, confiada, ella se sentía perfectamente capaz de hacer frente a cualquier cosa, y de hecho lo era, no importaba si él moría, ella no correría ninguna suerte desdichada, ni permitiría que su hijo lo hiciera, Jorshid había nacido para ser reina, y como una reina moriría, ella quería ir con èl, lo sabìa aunque no se lo había dicho, no es de las que se queda sentada, es de las que lucha y pelea, y peleaba bien, se lo había demostrado, pero tampoco podían dejar a Persépolis desprotrgido y no solo tenía que velar por ella, sino por su futuro hijo. Entonces el partía tranquilo, porque sabía que ella estaría bien, sabía que Persépolis estaba bien en sus manos. Lo único que odiaba de todo aquello es que ella misma pidió a Sahir quedarse, junto a una porción del ejército, solo porque le tenía confianza...quería matar a Sahir para ser sincero.

El campamento ya estaba montado, su tienda era la mas grande, estaba cansado, había demorado casi tres días para llegar allí y otros tres en poner todo en orden, pero si las cosas salían como lo tenía planeado podrían cercar desde allí al ejército de Izan, habían acordado mantenerse alejados de Susa, esa decisión los mantenía en evidencia, el ejército de Kisra siempre los veía llegar de frente, en aquel desierto, atacarían desde la retaguardia. Acababa de entrar en la tienda, había mandado a ubicar una mesa con el mapa de la región, necesitaba

Alguien entró a la tienda, era un soldado joven, hizo una reverencia y luego comenzó a hablar

-Majestad...- El chico se quitó el casco y lo sostuvo nerviosamente en la mano, Keyhan podía ver que le temía, aunque eso no era algo que lo disgustase

-Si quieres puedo cortarte un dedo para que empieces a hablar- Pronunciò aquellas palabras con una calma tan espantosa que hizo que el joven se estremeciera, aquella frase hizo recordarle métodos de tortura, que ya no empleaba más bien porque Jorshid no se lo permitiría

-Es la reina- Dijo apretando los dedos al casco

-¿Qué pasa con la reina?- Trató que no se hiciera notar la preocupación en su voz...pero era Jorshid, la misma que había llegado a su vida con ruido y peleas, pero a la vez era como un bálsamo a su vida, llevaba calma y alboroto a su paso. "Ella es un guante de hierro envuelto en una funda de terciopelo" esas palabras habían sido de Qaisar el día en que contrajo matrimonio con Jorshid, en aquel momento no lo creía, no la conocía bien, y hasta entonces no había entendido la veracidad de la frase de Qaisar, nada la definía mejor. Con aquellas palabras un mal presentimiento lo inundó, si tan siquiera le había pasado algo....

-La reina se está acercando a nuestro campamento

-¿Què?- Arrugó el entrecejo y salió de la tienda, caminó hasta las afueras de donde tenían instaladas las carpas, la arena y el polvo del desierto le golpeó en la cara, y efectivamente, aquel pura sangre negro que ella llamaba Ruya se acercaba a toda velocidad mientras el largo pelo de Jorshid estaba totalmente suelto.

Comenzó a acercarse aún más hasta que a pocos metros de él pudo oír su voz, fuerte, clara y enojada, como nunca y quizás ese día debió acostumbrarse a esa versión de Jorshid, la forma en que dijo su nombre lo hizo estremecerse, algo había pasado, algo que la tenía sumamente enojada.

Persépolis
3 días antes
Hacían ya 3 noches que Keyhan había partido, se sentía rara durmiendo sola, extrañaba acurrucarse a él por las noches y sus besos de buenos días, pero todo fuera por un bien mayor. Desde que había enviado a su abuela de vuelta al palacio de invierno se snetía rara, quizás porqur fuese mejor tenerla cerca y poderla vigilar día a día, si tramaba algo desde allá le sería algo difícil saberlo, aunque ya estaba hecho. Los planes de visitar a su madre debían ser pospuestos, de verdad quería verla antes que se empezara a notar su panza, ocultar su embarazo estuviese difícil y se enterara por otros que sería abuela por primera vez, bueno al menos que ella supiera.
Estaba de pie en aquel balcón que tanto le gustaba, pensaba en Keyhan y en su vida con él, en lo que se había convertido, pero a decir verdad ambos habían cambiado, ninguno era ya el mismo, habían aprendido y lo mejor es que lo habían hecho juntos. Y en aquella habitación podían olvidarse de que eran rey y reina, de que estaban en medio de una guerra, allí solo eran Jorshid y Keyhan...y su futuro bebé. Sabía que tenía su pasado turbio, y no justificaba las cosas que hizo, no justificaba querer apoderarse de su reino, pero ahora había partido a defender esa tierra, aunque Persépolis la tenía a ella para defenderla, incluso de Keyhan si llegara a ser necesario. Si algo había aprendido de su abuela era no bajar las defensas nunca, por muy enamorada que estuviese de él...porque lo estaba, se había enamorado de él sin remedio, llegando al punto en que Nakisá siempre le advirtió que no se podía amar a un hombre y eso le asustaba, demasiado que pasaría si...
No podía dejar que aquellos pensamientos nublaran su mente, debía vivir el presente como bien lo decía su padre.

Jorshid, la historia de una reinaUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum