Capítulo 33: Ruleta

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La madrugada de martes en que Peter acompañó a Lali a su casa, y en la que ella terminó por desenmascarar su mentira, lo lleva a él, a perderse por Buenos Aires en su auto. Sólo vueltas... quizá no quiere parar para no pensar, porque pensar implica un trabajo que arrastra desgano y sufrimiento.

Entra en una estación de servicio del Acceso Oeste, y carga nafta suficiente hasta llenar el tanque del auto. Le indica al playero que vá a pagar dentro y que vá a correr el auto hasta la puerta del drugstore.

Estaciona cerca de la puerta de entrada y abre la guantera del coche. Envuelta en una franela naranja de esas para limpiar los muebles, descansa el arma que Lali encontró entre su ropa un par de noches atrás.

La quita del trapo que lanza dentro otra vez y piensa en la cantidad de veces que Valeria subió a ese auto, en el asiento del acompañante, y abrió la guantera para buscar caramelos. Y tampoco se detiene a pensar porque pensar sigue implicando enfrentarse con lo que es.

Baja con seguridad, dejando el coche en marcha y se calza el arma en la cintura, sostenida por el mismo cinturón que pisó Lali aquella noche, y que lo delató inmediatamente y estira su buzo para que le cubra por encima del arma.

Son la 1:07 de la madrugada de un martes frío y el drugstore iluminado como si fuese pleno día, lo recibe con una luz blanca y brillante que casi lo enceguece.

Un chico de no más de 20 años está detrás de la caja mirando su teléfono y sonriéndole a la pantalla y Peter se dirige al fondo del local, abre la heladera vertical y saca una coca cola de 600 cm3. Luego encara para la caja. El chico deja de mirar su teléfono y Peter deposita la botella sobre el mostrador, toma unos chicles Beldent de menta del exhibidor y un chocolate con maní de dos estantes por debajo. Y coloca todo junto a la botella de coca cola.

- Hola, ¿algo más?, tenés $ 1630 de combustible.

- No, ¿me podes poner todo en una bolsita? – El chico coloca todo en una bolsita blanca mientras mira de reojo el chat de whatsapp que dejó abierto en su teléfono a un costado, y se sonríe.

- Son $ 288 y 1630... serian $ 1918

- ¿Me dás también un Marlboro de 20?... - Y cuando el chico se dá la vuelta para buscar los cigarrillos que le pide, Peter se saca el arma de la cintura y al reencontrarse nuevamente con el vendedor de frente, éste descubre que le está apuntando directo a su estómago.

- Abrí la caja, sacá todo lo que tengas y ponelo en la bolsa junto con los cigarros. ¡Y cállate la boca porque te quemo!

- Está bien, está bien... ¡la puta madre!... lleváte todo...

- ¿¡A quien puteas pelotudo!?

- A nadie, a nadie... lleváte todo...

El chico hurga con nerviosismo en el cajón de la registradora y saca algunos billetes de cambio, que no hacen a una gran suma, pero que son todo lo que tiene.

Lo coloca en la bolsa tal como Peter le dijo y recula hacia atrás, alternando su vista entre la cara de Peter y el arma que le sigue apuntando directa a él.

En el momento en que Peter toma la bolsa para irse, vé que a escasos centímetros está el celular del chico y lo toma también, con chat de whatsapp abierto y todo.

Luego sale tranquilo, mientras le sigue apuntando con el arma bastante escondida entre la bolsa y caminando un par de pasos hacia atrás mientras el muchacho lo observa con cara de susto y resignación. Y mucha rabia contenida por ese celular que vale una fortuna y que era el tercero en lo que vá del año que le roban. En el resumen de la tarjeta de crédito de sus padres, todavía figuran 10 cuotas a pagar de ese, y 4 del anterior que se llevaron un par de meses antes.

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