Capítulo 38: Declaración de intenciones

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Las manos de los dos se mueven lentas acariciando la piel del otro, los labios queriendo morderse, sus lenguas hundiéndose en la humedad ajena y el deseo de los dos quemándolos.

Él se separa de su boca cuando con su pulgar, al acariciarla, nota que está llorando. Entonces los dos permanecen con los ojos cerrados y la respiración entrecortada. Sin decir nada, sólo sintiéndose. Unidos frente con frente, quizá tratando de conciliar los pensamientos de ambos, entre todo ese torbellino de sensaciones que los dos experimentan.

- Esto está mal...

- ¿Te arrepentís?

- Nunca – Y vuelve a buscar su boca incluso clavándole las uñas apenas en sus mejillas, como muestra de posesión, de la lujuria que maneja y de la necesidad de poseerlo de cualquier modo que tiene por él.

Aunque Lali quisiera explicarle que lo que está mal, es que sus sentimientos vayan por un camino tan distinto del que discurren su racionalidad y coherencia, sabe que Peter lo entiende, porque a él le pasa lo mismo. Todo lo que tenía previsto plantearle, se diluye ante lo que le provoca. Se provocan ambos.

Otra vez les evocaré una canción de Sanz, una de mis favoritas, que no es comercial ni conocida, pero que desde que la oí por primera vez, me pareció la declaración de amor más hermosa que pude escuchar. Se llama "eres mía", una de las más viejas... del año 1995, y se trata de un chico que cuenta que tenía planeado encontrarse con su chica, para terminar la relación, pero que en cuanto la tiene enfrente... pasa esto:

"Ya estoy aquí otra vez, ensayando una nueva despedida.

Aquí, animándome a dar el primer paso de mi huida.

Colgado de tu melena, atado a ti por cadenas, a ti, a ti,

Maldito deseo...

Mi voluntad envenenas, llenas de ti mi existencia, de ti, por ti,

no puedo creerlo, no puedo creerlo, no...

Pero eres mía, tan fuertemente mía,

Que hasta me siento un ser injusto y egoísta.

Pero quería decirte un hasta siempre

Y, sin embargo he suplicado: quédate siempre a mi lado,

los dos juntos contra el resto del mundo.

Se separan y se miran a los ojos, el verde de él y el castaño intenso de ella y Peter hunde apenas la yema de su dedo para quitarle un resquicio de lágrima que no termina de caer.

- No llores... los ojos te brillan solitos sin estar mojados, ¿A dónde vamos?

Lali se toma un instante para recomponerse – Donde empezó todo... al pub Irlandés - Y Peter sabe a qué se refiere. Es ese barcito al que fueron por primera vez, el día nefasto en que a él se le murió el abuelito en sus brazos, y luego la buscó para presenciar su clase.

Él vuelve a besarla y a mirarla embobado, y ella se reclina contra el asiento trasero abrazando su bolso contra su cuerpo y acariciando la muñequita que él de algún modo le hizo llegar como una señal del destino.

Peter la mira por el espejo retrovisor casi constantemente. Hacía mucho que no la veía, y ahora que lo hace siente que es más hermosa de lo que la recordaba en su mente. Lali sólo mira hacia afuera, ni siquiera se atreve a observarlo, porque teme que el hacerlo la disperse aún más de lo que ya lo hizo, de todas esas convicciones que pretende tener claras sobre Peter.

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