Capítulo 56: Mi estrella

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Peter

El día que la conocí yo estaba lúcido. Pero ella me hipnotizó.

Y no necesité ninguna terapia extraña para darme cuenta que había quedado hechizado por sus ojos, sus labios carnosos y su piel suave.

Eso es lo primero de lo que quedamos colgados los varones. Era un cuerpito pequeño, nada parecido a la exuberancia de las mujeres que siempre me atrajeron. Ella atraía con otra clase de magnetismo, que no puedo explicar con palabras, y que dudo que alguna vez pueda explicar, porque en el intento, igual me quedaría corto.

Nada de lo que diga la puede definir, porque todo lo que me genera, me excede. Lo que siento por ella me excede, nadie me enseñó antes ni a sentirlo, ni a definirlo, y tampoco tuvimos todo el tiempo que hubiese querido tener para aprender a ver si puedo encontrar palabras que describan lo que me hace sentir.

Si tuviese que definirla con una palabra sería "ESTRELLA", Lali es una estrella. No de la tele, ¡no, no!, es una estrella porque su luz y su energía son infinitas... Es brillante, luminosa... se vé pequeña pero es infinitamente inmensa. Podes quedarte horas mirándola embobado, mientras habla, mientras se mueve o tan sólo estando inmóvil en una foto.

Y aunque haya millones en el universo, brillando alrededor, incluso más grandes, jamás opaca a ninguna, pero de una manera u otra, siempre volvés tu vista a ella, porque es hipnótica. ¡Hay miles alrededor!, que quizá se ven más por ostentosas... pero su magia radica en que aun siendo pequeñita, es más poderosa y su energía te atrae a mirarla, a no quitarle la vista de encima, a amar su risa, su fuerza, su poder avasallante, pero también su dulzura y hasta su forma de enojarse y putear.

Cuando caí en la cuenta del embrujo al que me había sometido, la definí como "especial", no sabía que sentimiento extraño me generaba, y por eso la palabra "especial" era la única que le pude atribuir. Tal vez ahora puedo decir que es "una rara mezcla de estrellas".

No sé si por su tamaño pequeñito, o por todo lo que guarda para mí, mi instinto desde el mismo instante en que la atropellé esa tarde, fue protegerla, cuidarla. De todo, incluso de mí.

Incluso cuando empecé a darme cuenta que la necesito, que la extraño, que quiero estar cada vez más tiempo con ella, y que la amo. Cuanto más cerca quise estar de ella, más la alejé, por no querer involucrarla en nada que la haga sufrir.

Como desde que me trasladaron acá. Me acuerdo esa mañana en Rosario, haciendo la cola para ver al sorete de mi viejo, muerto de frío, esperando a verlo por unos minutos después de tanto tiempo, y vuelvo a jurarme que no voy a hacer pasar a nadie por algo así. Mucho menos a Lali.

Me deja tranquilo el saber que no le vá a faltar nada económicamente hablando, y aunque también sé que ella no vá a querer tocar un solo dólar para ella, confío en la caradurez de Eugenia, para que la convenza de administrar esa plata para lo que la necesite. Y agradezco que Agustín esté con ellas, él es mis ojos, mis piernas y mis brazos para contener a todas mis chicas ahí afuera.

Nicolás es un capo, buen tipo, un distinto en este palo... estos buitres carroñeros suelen mostrar la hilacha a menudo, pero Nicolás no me dá que sea de esos.

No tengo idea de quien le estará pagando sus honorarios, calculo que lo hace Agus. Y lo intuyo por lo que Nicolás me contó sobre el sueldo que le están pagando a mi mamá para que se quede con Valeria en casa.

Creo que después de lo que me dijo Lali, es la mejor noticia que recibí desde que estoy acá. Saber que mi vieja dejó ese trabajo de esclava.

¡Para esas cosas quería tener plata! Pero como suelen decir, la felicidad nunca es completa, y a mí, se me pasa la vida acá adentro.

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