Capítulo 44: Las cartas están jugadas

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¿Cómo se digiere el discurso de un padre así?

Es evidente que en su naturaleza no guarda ni un ápice de empatía por nadie. Ni siquiera por su propio hijo. Mucho menos esperar que la tenga por los miles de inocentes que se cruzaron en el camino, a lo largo de su carrera delictiva.

Entre el aturdimiento y la tristeza que a Peter le causa el día después de la visita a su padre, sólo tiene una certeza. Si alguna vez, la vida lo premia con ese hijo al que desea, él escribirá otra historia. Y esa criatura, jamás sentirá por su padre, el repudio y la vergüenza que él siente por el suyo.

Recuerda las instancias que Lali le describió de esos sucesos en los que, aunque él no crea, ella lo definía como un padre amoroso, dedicado y presente. Y aunque parezca el pensamiento de un demente, prefiere aferrarse a esa descripción ilusoria, mucho más que a la real que acaba de experimentar hace horas.

El viaje a Rosario no resultó todo lo satisfactorio que esperaban. Y el único que acertó de lleno con el desenlace fué Peter, que poca fé tenía en la displicencia de su padre.

Hasta la salida de a cuatro que habían planeado se truncó, porque no era demasiado conveniente que pudiesen ver a Agustín por cualquier lado con Eugenia. Y entonces, después de la visita a la cárcel y de almorzar, la tarde transcurrió para los cuatro como si fuesen los finalistas de la casa de gran hermano. Encerrados, nerviosos y con un debate interno entre salir a la calle o quedarse atrincherados en ese lugar.

Ni siquiera resultó satisfactoria para los que estaban de meros espectadores. Y hasta Eugenia se volvió desganada porque Agustín dijo que el tanga con cuernito de rinoceronte, le resultaba incómodo. Lo único bueno fué, que al parecer, le quedó chico, y eso habla de las grandes cualidades del muchacho.

Para Peter, el viaje de regreso significó un incesante trabajo de pensar cómo salir de la situación en la que está inmerso. Observa a Lali y a Eugenia sonreírse en el asiento delantero, ya que por ratos, Lali alterna entre el asiento vacío, e ir a sentarse con él. Pero la poca predisposición de Peter a todo, la hacen dejarlo con sus pensamientos, y volver a charlar con Eugenia.

Buenos Aires es como volver al nido. A lo conocido, a esa comodidad que grita caos, responsabilidad y toma de decisiones, y tanto Lali como Peter, saben que no pueden eludir ninguna de todas esas situaciones.

En el último tramo del viaje, cuando faltan apenas unos 50 kilómetros para llegar, Lali se pasa atrás, se sienta a su lado y le quita el auricular que lleva puesto. Escucha que oye "Juguetes perdidos" de los Redondos, y paradójicamente se lo quita en la parte de "Yo sé que no puedo darte, algo más que un par de promesas"... Peter le canta esa frase, tratando de explicar lo que a él mismo le pasa, pero Lali se echa junto a él, se calza el otro auricular sin mirarlo y le envuelve su brazo con el suyo apoyando la cabeza en su hombro. Y cuando el tema llega a su fin, ella se adueña de la última frase. Se pone frente a su cara y le canta en voz baja a la vez que el Indio "Cuando la noche es más oscura, se viene el día en tu corazón"

No hay mensaje más esperanzador que ese. Y Lali apelará a partir de ahora, a tratar de apuntalar de cualquier modo, esa fé que tiene en él, dándole confianza, incluso cuando ni ella misma sea capaz de ver si es posible tenerla.

Se reclina hasta su boca y lo besa, buscando que él también lo haga, y en una fracción de segundos, quizá sería necesario que no hubiese nadie en el micro, o que fuera la 1 de la madrugada y no la 1 de la tarde, para que pudiesen tener un poco más de intimidad.

La tarde de martes en que regresan a Buenos Aires, Lali tendría que ir a su consulta con Rocío, pero dada la hora que es, le manda un mensaje y le explica que está viajando y que no llegará.

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