Capítulo 51: El futuro ya llegó

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De no haber sido por las anécdotas que mi mamá cuenta sobre mis viajes frustrados en auto, nunca hubiese sabido desde cuando desarrollé mi miedo a subir a uno.

Poco después de varias vacaciones viajando en ómnibus los tres, porque papá todavía vivía, ellos probaron con llevarme detrás. Y así, a fuerza de engaños, primero colocándome un pañuelo en los ojos, y luego una tela divisoria entre la parte delantera y trasera, descubrieron que era posible trasladarme. Siempre distancias cortas, nunca un gran viaje.

Poco a poco fueron quitándome los artilugios de distracción, a pesar de mis brotes de nervios, al principio. Y gracias a Emilia, la psicopedagoga que me atendió hasta los 12 años, lograron quitar el pañuelo, y luego la tela.

Pero cuando ya por fin casi a los 8, había logrado superar esa parte del trauma con astucia, y mucha paciencia, cuatro años después ocurre lo de papá.

El accidente de mi padre fué en la Avenida General Paz, esa especie de cinturón vial mayormente parquizado, que divide literalmente Capital de Provincia, bueno, en realidad, debajo de la General Paz, mientras él cruzaba el bonito túnel de piedra de la calle Grecia, en el coqueto barrio de Núñez, a tan sólo dos cuadras de Avenida del Libertador.

Fue un accidente muy común según los peritos, un camión "mosquito", como usualmente se llama a esos que transportan autos desde la fábrica hasta los concesionarios, quedó atascado en el túnel, porque pretendió cruzarlo sin que la altura de gálibo se lo permitiese.

Cuando papá frenó detrás del camión, vino un auto por detrás, y lo embistió tan fuerte, que lo incrustó debajo del camión. Medio vehículo quedó debajo del chasis, y mi padre murió en ese mismo instante.

En su auto, mientras atravesaba un túnel.

Yo no supe de ese detalle, hasta que cumplí los 14, y por casualidad encontré el informe pericial del accidente, junto al certificado de defunción, mientras rebuscaba en la caja de las fotos del casamiento de mamá y papá.

A partir de ese momento, a mi trauma de no poder viajar en la parte delantera de los autos, se sumaba el de no querer atravesar túneles.

Y así llego a este momento de mi vida, con casi 29 años. Atravesando un túnel y manejando un auto a medias.

No me hizo falta terapia para superar el trauma. Me hizo falta amarlo más que a nada en el mundo. A veces, sólo es cuestión de eso. De amar sin límites, para superar cualquier cosa que te propongas lograr.

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Mi amor... ¡ya estamos llegando!... ¡hablame Peter!, ¡háblame por favor!...

- Tranquila, ¿no te alcanza con lo que te dije recién?- y los quejidos de dolor se entremezclan con las palabras.

- Quiero oírte decirme eso durante toda esta vida ¿OÍSTE?... repetilo... ¡REPETILO PETER!

- Que te amo como nunca imaginé que iba a amar a nadie... - pero se detiene en esa frase, porque siente que todo le quema por dentro.

- Yo también mi amor, yo también... ¡ya llegamos! tranquilo...

- ¿Es acá, como frenamos esta cosa?, ¡necesito que frenes Peter!

El auto se detiene unos metros más delante de la puerta de entrada de casa de Beatriz, un chalet muy bien conservado en un bonito Barrio de Haedo, casi en el límite con Ramos Mejía.

- ¿Podes caminar?... o mejor quedáte acá y voy a buscar a mi mamá...

Pero Peter no le contesta, sólo se queja, porque al intentar moverse, el dolor es insoportable.

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