Capítulo 3

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Siempre me parece que el tiempo pase lento. Cuando veo la televisión los programas me parecen interminables, cuando trabajo el polvo suspendido en el aire y las figurillas que parecen anticuallas dan la sensación de que los segundos se han detenido en la tienda de Oliver y especialmente cuando me duele la cabeza. Sin embargo, por mucho que los minutos se estiren y se estiren cuando uno intenta recorrerlos, después, cuando ya han pasado y uno echa la vista atrás, parecen haber encogido. Los días son largos hasta que te acuestas y piensas en todo lo que ha sucedido, sorprendido por poder repasarlo en apenas un minuto cuando vivirlo ha parecido durar una eternidad.

Cuando veo a Ángel entrar por la puerta me pasa eso mismo, su envergadura inconfundible y los esquivos pero perspicaces ojillos verdes me golpean con la certeza de que ya han pasado dos semanas desde que le rechacé.

Tengo una fuerte sensación de irrealidad ¿De verdad han pasado dos semanas? No recuerdo más que ir a trabajar, ver la televisión por las tardes y... creo que lo más fuera de rutina que hice fue salir un fin de semana, buscar un club con muchachos y muchachas hermosas y pasar una noche en el hotel con un chico bonito. A parte de eso, el resto de mis días han sido tan iguales que bien podrían ser mi recuerdo de ayer copiado y pegado. No me molesta la monotonía, pero ser consciente de lo mucho que homogeneiza el pasado me inquieta un poco. Cuando miro atrás, muy atrás, a mi infancia, tengo recuerdos estridentes, ruidos y luego un par dulcísimos que mamá me regaló, luego hay una enorme laguna y, después, mi memoria más reciente es que llevo viviendo los mismos días desde los dieciocho. Me recorre un escalofrío.

—Hola —la voz de Ángel me saca de mis cavilaciones de golpe.

Lo miro con cara de haber visto a un espíritu, pero después relajo mi expresión y le devuelvo el saludo. Agradezco su aparición, una sombra de dolor de cabeza ya empezaba a amenazarme.

—Vienes a por tu encargo ¿Verdad? —pregunto rompiendo el incómodo silencio que se ha formado entre nosotros.

Curiosamente, es un silencio más frío que bochornoso. Pensé que Ángel aparecería con la cara roja hasta las orejas al tener que verme de nuevo después de rechazarle, pero aparentemente eso le ha dado la confianza suficiente para mirarme directamente a los ojos y mantener su boca fina y cerrada, con una expresión dura.

Quizá sigue enfadado.

—Si ¿Puedo verlo? —pregunta secamente, yo asiento y ando fuera del mostrador, hacia la puerta del taller de Oliver.

Golpeo con los nudillos y grito.

—¡El armario!

El sonido mecánico al otro lado se detiene, escucho pasos espaciados y luego el jefe abre la puerta con una enorme sonrisa de emoción.

—Pasa, hijo, a ver si te gusta. —dice apartándose de la puerta para Ángel.

Este le sonríe con ternura, entra en la sala y ve, al fondo, el enorme armario. La pieza luce pesada y majestuosa, con los bordes revestidos de espirales y flores que forman patrones hipnóticos y las puertas de un raso marrón granate muy elegante. Ángel alza sus cejas y toma aire sonoramente por la nariz.

—Es impresionante, me encanta —dice con voz contenida, nota la forma llena de expectación con que Oliver lo mira y, luego, mira el mueble lleno de orgullo, y añade: —. De veras, dudo que hubiese podido encontrar uno mejor en ningún otro sitio Quedará perfecto.

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