Capítulo 30

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Le sigo acariciando la cabeza en silencio y noto como un escalofrío lo recorre entero. Él se hunde en mi cuello, empezando a besarme con más pasión. Sus manos bajan, limpiando ahora mis piernas, apretando la carne que me queda en los muslos. Noto sus dientes marcándome levemente, ente beso y beso, amenaza con romperme la piel y sé que pronto se acabarán sus caricias. Han sido agradables y amorosas, pero me toca pagar el precio.

—Tan bonito... —me susurra en el oído, su voz ya no suena falsamente angelical, sino que desvela su verdadera naturaleza: es una voz ronca, rugiente como la de una bestia hambrienta, colmada de un deseo tan animal como el de morder carne y tragar sangre.

Ángel me agarra fuerte de los costados y me hace voltearme, encarándolo. Detrás de él, me atisbo en el espejo: mi mirada está llena de horror y mis labios temblando. Mientras, él se lame los suyos y los iris esmeralda desaparecen cuando un oscuro deseo los devora.

El agua sucia se va por el desagüe y el grifo llena la bañera de nueva agua, cristalina. Aun así, esto se siente sucio.

Me agarra de la nuca y me atrae hacia sí, besándome de ese modo que me asusta. Me araña el vientre y me coge con fuerza un costado, impidiéndome que me aleje. Estoy sentado sobre sus piernas en la bañera, sintiendo como su peligrosa excitación crece entre nuestros cuerpos y como el aire se vuelve más denso. Me muerde el labio, sin romperlo aún. Luego me sonríe y baja una mano por mi espalda, hacia mi trasero.

—Abre las piernas un poco más —me susurra en el oído, justo antes de lamer mi lóbulo y volver a besar mi cuello. Me estremezco, pero no siento excitación, solo miedo.

No, por favor, no otra vez. No. Con todas mis fuerzas: no.

Pero mi voz se queda a medio camino en la garganta y mi firme negación es un suspiro. Me tiemblan los labios mientras sus besos se hacen más bruscos, chupando en mi cuello hasta que siento punzadas, pero sigo sin ser capaz de pronunciar, ni que sea, una súplica. Sé que esas dos letras que estoy pensando me arrojarían de nuevo a ese foso. No quiero esto, pero se está bien aquí, con luz, espacio para moverse, jabones que huelen rico y comida decente. Yo me he ganado esto, no quiero desperdiciarlo. Muerdo mi labio.

Solo debo hacer este pequeño sacrificio.

Obedezco en silencio, abriendo mis piernas tal como me ha pedido. Él mismo lo ha dicho hace unos minutos, me desea y me tomará por las malas si no le doy lo que quiere por las buenas. Cuando trató de ligar conmigo en la tienda y fracasó no pareció costarle demasiado pasar de eso a secuestrarme y encadenarme, así que con el sexo prefiero no hacerle ir por el camino violento.

Me inclino hacia él y escondo el rostro en su pecho para tapar mi vergüenza mientras noto la mano que me acariciaba tan amablemente la espalda buscar tentativamente otra cosa. Me agarra el trasero con ambas manos, apretándolo al principio, luego clavando sus uñas. Yo clavo las mías en su hombro y sollozo contra su piel, pero nada parece ablandarlo.

Quiero pedirle que tenga cuidado, jurarle que seré obediente y suplicar que mi sumisión sea recompensada con al menos un poco de gentileza, pero cuando pone sus manos sobre mí así, como si para él mi cuerpo fuese menos extraño de lo que es para mí, más suyo, que mío, me quedo sin palabras. Cuando me toca como si me poseyese, como si me reconociese, como si me hubiese moldeado así, creado, mis labios no sirven más que para ser callados a besos.

Me quedo quieto, como un muñeco, mientras siento con detalle como sus manos separan las mejillas de mi culo y me dejan expuesto; los dedos de su mano derecha siguen el camino hundido entre ambas nalgas, encontrando mi sexo y frotándolo bajo el agua, desvelándome crueles intenciones. Quiero pedirle que espere, mi cuerpo está tan tenso, será tan doloroso...

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