Capítulo 48

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Él se acerca a mí murmurando incoherencias de las que entiendo solo palabras sueltas. Verano. Egoísta. Yo. Se acerca con pasos adormilados, pero fuertes, y esgrime en su mano la llave de mi grillete. Yo cierro la mía, escondiendo la cuchilla en mi puño. No tengo tiempo de rajar el colchón y meterla ahí sin que se dé cuenta.

—¿Ángel qué sucede? —pregunto, esta vez más convencido.

Los ojos rojos, el rostro empapado de sudor y los cabellos pegados a la frente. Frunce su ceño sin responderme y me libera más prestamente de lo que habría esperado de él, entonces me agarra de la muñeca izquierda y tira de mí hacia las escaleras.

—¡Espera! —chillo aterrado, cierro con fuerza el puño derecho, la cuchilla todavía contra mi piel

¿Debería tirarla por ahí y rezar porque no la encuentre?

—¡Espera! —insisto, pero él me jalonea, arrastrándome por el suelo hacia las escaleras.

¿Debería guardarla en mi mano y buscar otro lugar donde esconderla cuando él no esté delante?

—¡Espera! —lágrimas de terror corren por mis mejillas, esto no se siente como una liberación ¿A qué ha venido? ¿A terminar lo que empezó?

La idea me hace encogerme y casi tener una arcada. Lo imagino sosteniéndome con manos fuertes y furiosas, su cuerpo chocando contra el mío y los gruñidos brotando de su garganta como una tormenta que silenciaría mis sollozos, mis manos atadas, mi boca llena de sábanas ensalivadas.

Y la idea no me hace sentir como en la ducha, para nada. No hay cando bajando por mi cuerpo, ni cosquillas, ni una bandada de mariposas que revolotean hacia mi pelvis. Solo hay sudor frío y mi cuerpo atenazado, como un cadáver antes de tiempo.

No quiero que esto suceda, no así.

—¡Ángel! —sube el primer escalón. — ¡Espera! —el segundo. ¿Debería...

¿Debería usarla para defenderme?

Un espacio en blanco, como cuando ves una película y resulta que faltan unos minutos, quizá solo segundos, de una escena importante. No es una cosa muy horrible, puedes seguir la trama a la perfección, unir las piezas y saber lo que ha sucedido, incluso si no lo has visto. Pero es inquietante y te hace sentir como si hubieses perdido el control.

Así me siento yo ahora: fuera de control. Con una cuchilla en la mano y sangre derramándose sobre mis pies descalzos.

Un Ángel en shock, mirándome con los ojos abiertos como un buho y el antebrazo rajado, goteando.

Dios santísimo ¿Qué he hecho?

Lo miro de nuevo, el dolor empezando a retorcerle el rostro y su mano buena tratando de detener el sangrado. La cuchilla sigue en mi mano y un charco rojo me empapa las plantas de los pies. Él está empezando a reaccionar y yo debería hacer lo mismo, pero...

¿Por qué lo he hecho? ¿Y por qué lo he olvidado?

Mi cabeza duele como si la martilleasen y el penetrante grito de Ángel la atraviesa con contundencia. No es un grito de dolor, no solo de dolor: es rabia. Me mira con los ojos inyectados en sangre y el brazo goteándola, un largo chorro bajando los escalones.

Y sé que debo hacer algo, porque si me atrapa me matará. Y esta vez actúo sabiendo que no olvidaré mis decisiones, actúo arrepintiéndome de todos y cada uno de mis pequeños gestos, pero ¿Acaso tengo opción?

Corro hacia la salida ahora que Ángel me ha soltado y cierro la trampilla tras de mí. Ángel, unos escalones más abajo, intenta seguirme mientras yo tanteo el suelo tratando de tomar la llame que se me escurre de los dedos. Lo oigo caerse por las escaleras, cada golpe una puñalada en mi corazón. Atrapo por fin la llave, apretándola entre mis dedos sudorosos hasta dejármela marcada en la piel. Escucho un gruñido, luego el crujir de los escalones, lento. Meto la llave en la cerradura. Los pasos se aceleran, madera vieja y pies húmedos de sangre. Un hombre hecho de ira y rencor aporrea la trampilla.

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