Capítulo 61

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Calles. Edificios. Personas.

Mi mejilla pegada a la ventanilla y mis ojos abiertos como los de un niño que visita por primera vez un parque de atracciones. Parpadeo un par de veces con rapidez y me muerdo la cara interna de la mejilla, comprobando que no estoy en un sueño.

No, estoy en una ciudad.

Los recuerdos de cuando pensé que moriría en el sótano de Ángel sin ver la luz del sol o sin ser capaz de componer en mi mente el rostro de una persona que no fuese él me golpean duramente. Lágrimas se aglopan en mis ojos y sollozo, no sabiendo bien si es de alegría o por la amarga desesperación en la que vienen envueltos mis recuerdos.

Ángel alarga su mano derecha hacia mí y me aprieta el muslo.

—Shhh —dice suavemente, reafirmando sus dedos en mi pierna. Pongo mi mano sobre la suya —, está bien, cariño. Aparcaré en una zona sin mucha gente, puedes desahogarte ahí si quieres y llorar un rato antes de salir.

Yo asiento en silencio y un ruido patético sale de mi garganta tratando de ser un sí. Ángel ríe cortamente, enternecido, y su mano empieza a masajearme el muslo de forma agradable.

—Mira, iremos a ese supermercado —indica dándome un pequeño apretón en la pierna con sus dedos.

Yo me volteo bruscamente hacia su ventanilla, viendo un enorme establecimiento donde sale y mucha gente. Mujeres haciendo malabares para cargar con las compras y sus bebés, hombres con carritos tan llenos que ni los pueden empujar, adolescentes comiendo frituras, un par de abuelitos con sus pequeñas bolsas, dos policías disfrutando de su descanso a las puertas del lugar, escupiendo cáscaras de pipas en la acera.

El coche rueda despacio al lado de ese panorama, como déjame dar un largo y analítico vistazo a la zona que más adelante visitaré, y luego se hunde en el solitario aparcamiento. Ángel conduce con cuidado, aparcando el coche en una esquina distante, un poco sombreada, y cuando el rugido del motor se corta de repente él inclina su cuerpo hacia mí y me toma de la barbilla con los dedos.

Sus labios se barren contra los míos, suaves, respirando el aire caliente entre nuestras bocas, pero no me besa. Sus ojos verdes duramente clavados en los míos, tan cerca que bajo la vista hacia su boca, intimidado, y veo una pequeña sonrisa formándose allí.

—Estás temblando —murmura, sus labios separándose un poco, la perfecta hilera de dientes mostrándose y la lengua moviéndose con habilidad. Su susurro parece hielo recorriéndome la columna. Jadeo al oírlo, sobrecogido por las extrañas sensaciones. —ven, ven aquí.

Ángel alarga sus manos, liberándome inmediatamente de la presión del cinturón de seguridad, y me hace volcarme hacia su cuerpo. Yo también lo busco, inclinándome hasta hundir mi rostro en su pecho y tomando una profunda respiración. Jabón y perfume de hombre. El aroma de Ángel me hace sentir relajado. Sus grandes manos me asen cerca, tirando de mi cuerpo con cuidado de que no choque demasiado con la palanca de cambios, y me ponen sobre él. Noto el volante incómodamente empujándose contra mi espalda y el diminuto espacio del asiento haciendo que se me resbalen las piernas, pero, aun así, Ángel me sostiene fuerte y cerca. Y creo que esa es la mejor sensación del mundo.

Una mano en mi nuca, jugando con los mechones negros. Otra en mi espalda baja levantando un poco mi camiseta para dibujar círculos sobre la piel expuesta.

Ángel besa mi cuello cuando un ruido extraño escapa de mi garganta sin previo aviso.

—Todo irá bien —me asegura mientras sigue mimándome y dejando pequeños besos en mi cuello —. Tú no harás ninguna tontería y yo estaré todo el rato tomándote de la mano para que te sientas bien ¿Si?

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