Capítulo 7

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Su voz me trae de vuelta al inevitable ahora, es dura y pesada. Me cae encima, dejándome sensible y asustado.

Con las llaves, la hoja del cuchillo también se ondea, reflejando un destello la luz de la cocina. Cierro los ojos, deslumbrado y atemorizado, y antes de abrirlos noto el agudo frío del cuchillo en mi cuello. Por un segundo la idea de morir no me aterra tanto, me tienta, tan calmada, como mi vida solía ser antes.

—Tyler —me llama, un tono decepcionado que arrastra las letras. De pronto el miedo a morir vuelve y tiemblo de pies a cabeza. Si muero, no quiero que sea en manos de él. —, creo que no he dejado claro el por qué estoy aquí. Pero puedo repetirlo para ti, soy paciente —dice aún más bajo, el cuchillo me acaricia fríamente la piel, poniéndomela de punta —de hecho, tú has esculpido esta paciencia mía. Déjame que te aclare las cosas una vez más: estoy aquí para cuidar de ti porque me necesitas, pero si insistes en demostrarme que puedes seguir sin mí... entonces me vales tan poco como un pedazo de carne muerta— exclama lo último alejando el cuchillo de mí repentinamente.

Mi alivio dura pronto: agarra el mango con una fuerza que le marca las venas de la mano y lo empuja hacia mi cuerpo. Doy un alarido que su otra mano tapa con dedos gigantescos, me sofoca hasta que mis gritos se pierden y luego noto una vibración al lado de mi cabeza. Para mi horror, veo de soslayo como el cuchillo se ha hundido en la puerta, varios centímetros y a menos de un palmo de mi carne.

—Vuelve a la habitación, no quiero que te alteres demasiado, no es bueno para ti. —dice hipócritamente, sin una muestra de remordimiento en tu rostro ecuánime. —En un rato estará la cena. —añade.

Luego me toma del brazo izquierdo bruscamente, arrancando con su mano libre el cuchillo de la puerta, y me arrastra hacia la habitación. Yo no puedo seguir sus grandes pasos, menos aún con mis piernas temblorosas, y solo trastabillo hasta que me arroja a la cama.

—Quítate eso, vamos. —me dice con prisas, señalando vagamente mi férula con el cuchillo.

Mis ojos no se despegan del filo y obedezco mudamente, deshaciéndome de mi cabestrillo tan rápido que me hago daño en el hombro.

—Lo siento —digo rápido, con la boca seca. —, siento haber intentado esc-

—Ven aquí. —ordena con el mismo tono autoritario, señalando el filo de la cama del que me he alejado con temor.

Vacilo unos segundos, luego obedezco. Su cercanía me hace bajar la vista y cuando me indica con un gesto de manos -y de cuchillo- que le dé la espalda, me siento un títere. Algo me toca la espalda, no sé si es su mano o el filo. No sé qué me asusta más.

—Por favor, no m-

—Las manos a la espalda. —de nuevo me interrumpe como si no me oyese y yo hago silencio, notando una leve nota molesta en su tono.

Pongo mi mano izquierda en mi espalda, la derecha apenas puedo llevarla a mi costado sin retorcerme de dolor, pero cuando me quedo atascado él me agarra de la muñeca y tira. El dolor sube, hirviendo, hasta que lo escupo gritando. Se me pone la cara roja de tanto chillar y él sigue a lo suyo, dando tirones, apretando la cuerda en torno a mis muñecas, retorciéndome el brazo herido hasta atarme a su gusto. Al final me pone la mano en la boca para callarme y yo trato de protegerme por instinto. Mis manos pulsan de dolor contra el agarre y el hombro duele tanto que lo noto entumecido e hinchado. Creo que ha vuelto a dislocarlo.

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