Capítulo 16

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No puede ser ¿Cuánto tiempo ha pasado ya? ¿Un día, dos? ¿He dormido siquiera? Quizá son solo unas horas, pero el dolor y el hambre raptan mi tiempo y lo prolongan. Los minutos son elásticos, resistentes, y acogen mil pensamientos horribles, mil sufrimientos. No sé cuánto llevo aquí, pero se siente como si fuese un lugar desierto, como si Ángel se hubiese marchado hace ya años y no planease volver.

Me siento abandonado.

No recuerdo bien su cara ¿Tenía los ojos verdes o azules? Con tanta maldita oscuridad no puedo sacar colores de ningún lado ni para ver cosas dentro de mi cabeza. Siento que este aire lleno de tinta se me mete dentro y me envenena los pensamientos. Ángel, por favor, por favor, dejaré que me arranques la boca con violentos besos, pero necesito comer y beber. Ha pasado ya tanto tiempo, tantísimo... ni siquiera puedo seguir contando eslabones. Antes de llegar a diez algún pensamiento extraño se cuela y me descuenta.

Suelo pensar en agua, en comida, mi casa, mis pastillas, en mamá abrazándome y papá gritando, suelo pensar en la laguna de mi cabeza, en qué falta ahí y como era Ángel en aquel entonces. Pienso que moriré, que quizá ya he muerto y estoy condenado a no saberlo por la eternidad, pienso en mi hombro, en que volverá nunca a su normalidad, en mi labio y la cicatriz que voy a tener, en mi tobillo descarnado e hinchado que pulsa contra el metal. Antes sentía el grillete rozarme, ciertamente holgado, ahora tengo la articulación tan inflamada que siento que haré reventar la atadura. Ojalá.

¡Oh, luz! ¿Es eso luz? Un pequeño fulgor cobrizo. Abro los ojos, dándome cuenta de que los tenía cerrados, y veo un haz de luz en el techo, seguidos de la figura de Ángel. Gracias a Dios, le daré lo que desee, pero necesito comer ya.

Antes de que llegue al último escalón ya estoy gateando hacia él, haciendo sonar la cadena cuando llego lo más lejos que esta me permite.

—¿Qué? —me pregunta mirándome con hastío. —Oh ¿Esperabas comida? Me dejaste muy claro que no querías ¿No? Además, así te ahorras gastar saliva repitiéndomelo.

—¿A qué has venido entonces? —pregunto enfadado, sintiendo que mi cuerpo podría estallar de ira.

La rabia, sin embargo, ya no me da esa energía brutal que me dio cuando le robé las llaves para huir. Ahora el enfado solo arde por dentro, sin poder aportarme una sola gota de vitalidad para levantarme o apenas moverme. Me quema.

—Cuida ese tono —advierte con voz dura —, tengo entendido que no quieres una mordaza ¿O sí la quieres? —me estremezco por la idea totalmente aterrorizado. Niego en silencio, esperando no haberle enfadado suficiente. Él sonríe y su tono se suaviza. —Y, respondiendo a tu pregunta... Quería verte. —dice encogiéndose de hombros, acercándose a mí.

Lo examino desesperadamente, esperando ver una botellita de agua en su mano, el contorno de una barrita energética en sus bolsillos o lo que sea. No hay nada. Suspiro con resignación, no sé siquiera de qué me decepciono. Lugo él se agacha y tiende su mano hacia mí.

Quiero morderla como un jodido animal. Arrancarle los dedos con los dientes, hacer más y más fuerza y mirarme a la cara mientras se le borra esta puta sonrisa de superioridad.

No tengo suficientes fuerzas para nada de eso, solo para retirarme de repente.

Ángel frunce el ceño, resquebrajando esa piel de porcelana que parece tener cuando está tranquilo, y su mano finalmente me alcanza con un gran impacto. Caigo sobre el colchón, sosteniéndome la mejilla y sintiendo el bofetón sonando dentro de mi cabeza, tan alto que no puedo pensar. Noto un fuerte pitido en mi oído izquierdo, la visión borrosa por las lágrimas y los dientes me duelen hasta la raíz.

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