Capítulo 44

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Es la primera vez que Ángel me deja estar solo, sin cadena alguna y sin estar en mi habitación. Aunque tiene sentido, estando en la ducha no puedo hacer realmente mucho. Él está cocinando aquella pobre liebre, así que si quisiera ir a la entrada o al garaje debería pasar primero por la cocina y él jamás me permitiría escapar.

Suspiro, sintiéndome patético y desesperanzado y sigo enjabonándome. Hace ya rato que me he quitado la sangre de la mano derecha, pero sigo notándola. La forma en que se acartonaba, en que pasó de estar templada a ser ese frío viscoso tan desagradable... Me froto de nuevo, arañándome la palma y dejándome el espacio entre los dedos rojo de darle tantísima atención.

A parte de por este detalle, el baño es agradable. Se siente muy extraño darse una ducha sin las manos grandes de Ángel acosándote. Agradezco mucho este momento. Por fin puedo atenderme sin temor ni prisa, limpiar cada rincón y recoveco de mi cuerpo hasta sentirme aseado y feliz y no tener que temer todo el rato por si me pasará algo doloroso o humillante.

Cierro los ojos bajo el chorro de agua caliente. El vapor llena todo el baño como si fuese una sauna y mis músculos se relajan bajo los golpecitos del agua. Siento que mi cuerpo está increíblemente cansado, como si llevase siglos andando sin tregua por el desierto. Cierro los ojos dejando que el agua me dé en el rostro. Gotitas cálidas sobre mis párpados, llevándose las lágrimas disimuladamente, gotitas cálidas sobre mis labios, me hacen recordar los besos.

Pongo mis dedos en mis labios mientras que son la otra mano sigo frotando jabón en mi pecho. Mis labios pulsan, como si cada vez que cerrase los ojos mi boca esperase a la de Ángel sobre mí ¿Desde cuándo me gustan tantísimo los besos de ese jodido hijo de puta? Al inicio recuerdo que casi muero de hambre por no querer besarlo y ahora...

Entreabro un poco la boca, mis dedos reposando sobre el belfo inferior se adentran un poco y siento mi lengua en las yemas. Recuerdo de pronto lo que sucedió antes, Ángel empujando su polla hondamente en mi garganta, dándome órdenes, moviéndome a su antojo. El leve gusto salado cuando se corrió dentro de mí, sus manos varoniles tirándome del pelo, luego acariciando.

La mano de mi pecho baja indiscretamente, rodea mi polla, completamente dura.

Me siento un enfermo, un asqueroso. Poniéndome completamente cachondo por el recuerdo del cuerpo de mi captor, pero ¿Qué culpa tengo yo? Me ha encerrado por meses hasta que he olvidado como se sentía el sol, el aire, los besos amables y borrachos de desconocidos en un bar.

Me ha alejado de todo el mundo y solo le tengo a él obviamente mi cuerpo le buscará a él. ¿Cuántas veces me desfogaba antes de todo esto? Quizá estaba con una persona distinta cada fin de semana, pero durante la semana yo mismo calmaba mi ansía por lo menos cuatro veces más por semana con mi mano derecha.

Todo este tiempo que he pasado centrado solo en sobrevivir o morirme de una vez el deseo no se ha marchado, solo se ha ido acumulando, escondido en alguna parte profunda de mí. Ahora Ángel lo ha descubierto y hurga en mi interior, haciendo que brote.

Empiezo a moler mi mano, firmemente agarrada a mi excitación, y acallo mis gemidos empujando mis dedos en mi garganta. No son tan largos y anchos como la virilidad de Ángel, pero me sirve. Recuerdo cuando él los empujó dentro mío en otro lugar, pero no me atrevo a eso, no aún.

Gimo por la idea.

No es mi culpa.

Pienso en ese momento, un momento lleno de vergüenza, de dolor, de humillación. Ángel metió sus dedos en mí y no me gusto. Pero ahora lo recuerdo y me gusta, porque al menos él me estaba tocando. Porque al menos no estaba solo en mi habitación.

Gimo más alto.

No es mi culpa.

Los recuerdos y las fantasías se juntan. Besos, mordiscos, Ángel lanzándome a la cama, desnudándome. Ángel empujándose hondo, llenándome de calor. Ángel tapándome la boca, siendo rudo, pero dándome besos. Ángel siendo cariñoso.

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