Capitulo 32. En algún lugar

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Aaron.
 
Escuché las ordenes del día y asentí, alcé mi vista cuando papá me ordeno que les diera clases a los más pequeños.
 
Él me mostró algunas de las armas que debía usar para enseñarle a los niños y una pequeña mueca apareció en sus labios al ver mi cara de reproche.
 
— ¿Que mierda te pasa ahora? — inquirió de forma brusca mientras dejaba el arma sobre la mesa con algo de fuerza.— ¿Acaso olvidaste como cargar un arma o qué? Prueba que eres mi hijo, y que tienes lo necesario para llevar mi apellido.
 
Negué suavemente con mi cabeza, pero aquello no fue suficiente para él.
 
— No, no lo he olvidado, señor. — aseguré colocando mis manos detrás de mi espalda. — Jamás olvidaré como proteger a la Orden.
 
Asintió entrecerrando sus ojos y se cruzó de brazos frente a mi.
 
— ¿Que es lo que te pasa entonces? — cuestionó esta vez un poco mas calmado. — Solo tienes que encargarte de hacer lo que yo te diga.
 
Alzó una de sus cejas esperando que yo diera mi respuesta por lo que respiré hondo inflando un poco mi echo tratando de que aquello me hiciera ver mas seguro de mi mismo.
 
— ¿Estás seguro de que es buena idea? Son niños papá... — traté de decir, pero su mirada fría me hizo callar.
 
— ¿Disculpa? ¿Crees que me interesa si te parece a ti una buena idea? — preguntó frunciendo su ceño mientras se acercaba a mi, ladeó su cabeza y entrecerró sus ojos.— Aaron, hijo... ¿Te recuerdo que yo doy las ordenes aquí?
 
— No, papá, solo qué... — murmuré, al verlo tensar su cuerpo me puse derecho y alcé mi mentón. — ¡No, señor!
 
— Así está mejor, que no se te olvide quien te perdonó tu miserable vida.— murmuró mientras me golpeaba el pecho con fuerza al entregarme el arma. — No me decepciones como siempre lo haces.
 
Respiré hondo y dejé que se fuera, al ver que ya no estaba solté el arma dejándolo en la gran mesa junto a las otras. Observé como Aspen se acercaba y sonreí un poco sin muchos ánimos.
 
— Piensa que su forma de tratarte acabará el día que seas el jefe, eres el único heredero de toda esta mierda, serás quien de ordenes y corte cabezas siempre que quieras. — intentó animarme un poco, su sonrisa parecía una mueca pero se esforzó en que pareciera feliz.
 
— No necesitas mentirme. Yo nunca soy perfecto para él, nunca le sirvo para nada. Él piensa que soy una carga. Jamás va a darme el puesto de jefe en este lugar, Adam es quien va a recibirlo... — murmuré mientras me sentaba en el borde de la mesa. — Y no soy el único heredero, mamá se llevo a la otra.
 
Él recuerdo vagaba en mi mente como si nunca hubiera existido, como si de un sueño se tratara.

Mi pequeña hermanita.

Aquella niña delgada, pequeña, castaña y de ojos verdes. La última vez que la había visto fue cuando mamá decidió abandonarme, cuando decidieron que yo no valía la pena salvar.
 
— Tu hermana ni siquiera debe estar viva, tu padre no permitiría que alguien que lo abandonó siguiera respirando todos estos años. — aseguró él mientras me daba un pequeño golpe en el brazo.
 
— Eso no me hace sentir mejor, ¿lo sabes? — pregunté entrecerrando mis ojos levemente. — No me hace sentir mejor que digas que a mi hermanita de cuatro años le cortaron la cabeza como a un cerdo de granja.
 
— Oye, no dije nunca que hubiera sido de esa forma. — se intentó justificar mientras yo rodaba mis ojos levemente.
 
— Da igual, de todos modos si la viera hoy... no la reconocería. — murmuré, hice una pequeña mueca y suspiré.
 
— Oh vamos, no pongas esa cara, conozco esos ojos verdes llenos de tristeza mejor que nadie. — frunció su ceño y golpeó mi nuca.— Vamos, hay que entrenar a los mas pequeños. ¿Recuerdas cuando aprendimos a usar un arma por primera vez?
 
— Si, tenía cinco años, Aspen. — mencioné fingiendo emoción, acomodé mi cabello negro y me quité la camisa para dejar ver mis tatuajes.
 
— Aún no comprendo tu manía por tatuarte, ¿que función cumplen? — preguntó ladeando su cabeza.
 
Alcé una de mis cejas y relamí mis labios negando.
 
— La función de esconder básicamente todas las cicatrices que tengo desde los seis años.— informé abriendo un poco mas mis ojos para dar a entender lo estúpida que fue su pregunta.— Ya sabes, esa vez en la que por fin creí que escaparía de esta mierda y papá me encontró.
 
Él no pudo evitar cambiar su rostro a uno serio, asintió sin decir nada y respiró hondo por lo tensa que se había vuelto la conversación.
 
— Como... como venía diciendo, debería dar la clase, tu solo sabes usar tu arco. — cambió de tema radicalmente mientras fingía superación.— Enfócate en tus flechitas al estilo cupido y déjame lo difícil a mi.
 
— Sabes que soy mejor que tu en casi todas las áreas por no decir todas y humillarte. Aunque no es tu culpa que yo sea mejor, papá quiere que sea perfecto. — le recordé mientras guardaba mi arma en mi pantalón.— Sabes que si no cumplo con sus expectativas tendrá mi cabeza en un plato con una manzana en mi boca antes de que pueda intentar algo.
 
Al llegar con los pequeños, todos se pusieron de pie como si hubieran visto llegar a un par de dioses, lo cuál era verdad aunque no éramos dioses realmente.
 
— Bien, ¿quien tiene ganas de aprender a como volar cabezas y que los cerebros queden por todos lados? — preguntó Aspen alzando su arma, alcé mis cejas y negué.
 
Todos gritaron un si, aplaudieron y dieron pequeños saltos lo cuál me hizo fruncir mis labios.
 
— Mejor dicho, ¿quien tiene ganas de aprender a disparar como una persona civilizada? — corregí mientras agitaba levemente mi arma.
 
Ellos se quejaron y resoplaron como si hubiera dicho que hablaríamos de la paz mundial.
 
— Amigo, los tenías hasta que dijiste la palabra civilizada. — comentó mientras se acercaba a los niños y los ponía en orden. Una vez los puso en una fila sonrió. — Bien, van a dispararle a aquél punto rojo en la madera, quien le apunte mas cerca ganará.
 
Luego de alejarse, cada uno de los niños comenzó a disparar por turnos, alcé mi ceja cuando uno le dió bastante cerca.
 
— Bien, dejen sus armas ahora. — ordené con seriedad mientras caminaba hasta estar frente a ellos. — Alguien, dígame las reglas de la orden.
 
Uno de los niños alzó su mano y yo asentí dándole la palabra, sonreí un poco dispuesto a oírlo.
 
— Proteger, honrar, y sacrificarse por la causa. No importa si es familia, amigos o conocidos, seguimos ordenes. — habló firmemente, aquello me causó algo de ternura ya que apenas tenía cinco años. — Y sobre todo, sin piedad, señor. Tal como usted hizo con su hermana la traidora.
 
Aquello borró la pequeña sonrisa que había aparecido en mis labios, tensé mi mandíbula levemente y Aspen supo que no podía seguir dando la clase yo.
 
— Bueno niños, en realidad eso es un rumor, nadie sabe realmente que sucedió y no hay porque acusar a Aaron de algo así. — intentó calmar a los pequeños mientras yo dejaba el arma en la mesa.
 
— Escuchamos que quería ser el jefe cuando creciera, y que por eso la asesinó. — dijo otro, cerré mis ojos con fuerza y respiré hondo, apreté suavemente el borde de la mesa mientras trataba de contar hasta diez. — Dicen que... él la ahogó.
 
Sin poder evitarlo di vuelta la mesa y me giré hacía el niño tomándolo del cuello de su camiseta.
 
— Jamás repitas algo así, yo protegía a mi hermana, yo amaba a mi hermana, maldita sanguijuela sucia y apestosa. Teníamos cuatro y cinco años cuando ella se fue, ¿que carajos tienen en su cabeza? — hablé mientras sentía como mis nudillos se ponían blancos por la fuerza ejercida en su ropa. — Cierra la boca si no quieres aparecer colgado de una soga mañana en la mañana.
 
El niño tembló en mis brazos pero asintió, cuando lo solté corrió hasta el grupo de sus amigos y Aspen negó suavemente con su cabeza.
 
— La clase acabó, y el que diga algo sobre esto, tendrá el mismo final que él. — habló Aspen intentando apoyarme.

Asentí mientras comenzaba a caminar lejos de ellos.
 
Unos pasos me siguieron y cuando estuve fuera de allí, mire el cielo por unos segundos mientras dejaba caer mis manos a mis costados.
 
— Son las historias que han oído, no significa que sean ciertas, nadie las cree realmente... — intentó calmarme, me giré hacía él y negué suavemente.— Tu sabes que siempre la protegiste, no tienes nada que probar. — jugó con sus dedos y suspiró. — Tú lo dijiste, tenías cinco años.
 
— Estoy seguro que los rumores los comenzó Adam, y que... Papá jamás los desmintió, creo que él siempre quiso que todos me temieran y así tener un futuro jefe lo suficientemente digno para el puesto  — murmuré, relamí mis labios levemente y recargué mi cabeza contra la pared al sentarme en el suelo. — Estoy seguro de que incluso...ni siquiera me acepta tal cuál soy.
 
Aspen dudó por varios segundos sin saber que decir.
 
— Yo... debería decirte esto antes de que suceda, y no semanas antes porque de esta forma tienes tiempo a cambiarlo todo pero eres mi amigo. — murmuró, miró hacía los lados y cuando notó que estábamos completamente solos volvió a hablar. — Tu padre quiere que te cases en un mes con Cassandra, él planeó todo, por eso algunos guardias desaparecieron, fueron a escoltar a tu futura esposa hasta llegar aquí.
 
— Debes estar bromeando... — murmuré frunciendo mi ceño mientras me ponía de pie. — Yo no quiero casarme, apenas tengo veintiuno. — dije de forma algo alarmada, tragué saliva y negué repetidas veces. — No, no quiero ser infeliz por más tiempo, ¿acaso no fue suficiente que mamá me abandonara? — cuestioné alejándome un poco de el.
 
— Es injusto que te obliguen a casarte pero piensa que cuando seas el jefe, podrás cambiar las reglas de todo. — me animó, aunque aquello solo me hizo hacer una mueca. — Podrás cambiarlo todo, las reglas, el futuro de la Orden es tuyo, solo tienes.. tienes que casarte, ni siquiera será algo importante. Podrás enamorarte de quien quieras, Cassandra no espera lealtad y fidelidad, Aaron.
 
— Tú no lo entiendes. — afirmé mientras me alejaba de él a pasos decididos, mi tío iba a tener que explicarme esto. — Hablaré con mi tío, me niego a casarme, no van a obligarme.
 
— Tu tío no se opuso, es uno de los que estuvo a favor de esto, él cree que... Puede servir como una alianza y que en el futuro tu padre verá el esfuerzo que tuviste que hacer por ello. — explicó encogiéndose de hombros. — Él cree que es una forma de que algún día se libren de tu padre.
 
— La única forma de librarse de mi padre es matarlo. — le recordé a mala gana. — Y hasta ahora no podré hacerlo si media Orden me odia.
 
— No creo que te odien, solo no creen que seas fuerte como para ordenar matar a una población entera y eso es un problema. — se justificó, se puso de pie y comenzó a caminar hacía mi.
 
— Pues deberían replantear su forma de llevar esta maldita sociedad, no creo que esté bien ni siquiera enseñarle a los niños a usar armas. — solté un gruñido algo molesto y negué mientras rodaba mis ojos. — Me largo, iré a pensar, no te quiero ver cerca, aléjate de mi por hoy.
 
Cuando noté que quería seguir dando su opinión me alejé dando un portazo y caminé hasta mi habitación donde me lancé a la cama y maldije por lo bajo, tomé un par de cuchillos que se encontraban debajo de mi cama y comencé a lanzarlos contra el pequeño aro de dardos que se suponía, y era para jugar a eso mismo, los dardos. Lancé varios de mis cuchillos con fuerza y todos se incrustaron en la madera del aro con firmeza, bastante cerca del pequeño punto rojo que ahora también tenía la punta filosa de una navaja.

Mentiras Peligrosas. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora