Capítulo 13. Noche tras las rejas

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Alek.

No estaba seguro de cuanto tiempo había pasado desde que Leah y Atlanta habían comenzado a hablar de las cosas que obligadamente, todos debíamos hacer en el día de hoy.

Alcé una ceja sutilmente al oír como Marco sugería comer antes de comenzar con todas aquellas tareas interminables, por primera vez, estaba de acuerdo con él.

— Podríamos comer langosta, es deliciosa. — sugirió observando a las chicas.

Hice una mueca pero no mencioné el odio que tenía al simple hecho de ensuciarme las manos al comer eso.

— Me parece bien. — Leah asintió y me tomó del brazo sonriendo. — ¿Vamos? Está aquí cerca, podemos caminar...

Atlanta rió suavemente, sabía la razón, ella sabía cuanto odiaba comer algo con las manos, pero no iba a darle el beneficio de burlarse.

— Amo las langostas. — mentí, sonreí siguiendo a los demás. — Estoy seguro de que son deliciosas.

Me arrepentí de haber dicho aquello, en el momento en que cruce la puerta y el olor me invadió las fosas nasales, respiré hondo y tensé suavemente mi mandíbula.

— Podemos sentarnos aquí. — Marco guio a Atlanta y la sentó a su lado. — Tiene buena vista a la calle.

Rodé mis ojos asintiendo, me senté frente a Atlanta, junto a Leah, y en mi otro costado estaba Marco.

— Bien, entonces... ¿Langostas? — cuestionó Atlanta, con una pequeña sonrisa cuando el camarero se acercó.

Fruncí mi ceño y aclaré mi garganta.

— Si, por favor, traiga langostas. — miré al chico quien me sonrió amablemente. — Y para nuestras novias, podría luego preparar un postre, eso va a mi cuenta.

Al decir aquello, la sonrisa del chico se fue borrando poco a poco, asintió y trató de sonreírme otra vez.

— Si, yo mismo me encargare de traerle la carta para que vea la variedad de postres... — asintió anotando todo y luego de que todos dijeran que querían beber, se fue.

No hizo falta esperar demasiado para que Atlanta me atacara.

— ¿Si sabes que el chico solo hacía su trabajo con amabilidad? — alzó una de sus cejas y negó viéndome. — Actuaste como un idiota.

— ¿Que dije? — fruncí mi ceño y reí. — Oh, ¿acaso estaba mal decir que son nuestras novias? — cuestioné inocentemente. — ¿Dije algo malo, Leah?

Leah dudó, miró a ambos y negó suavemente sin saber que decir realmente.

— Yo... prefiero no meterme en sus peleas, ni siquiera sé por que discuten ahora... — admitió encogiéndose de hombros.

— Es porque tu novio no deja en paz a mi novia. — contestó su hermano, me miró y sonrió. — Se puso de objetivo joderle la paciencia.

Pudimos haber seguido peleando si no fuera porque las bebidas aparecieron frente a nosotros, me acomodé observando esta vez, a la camarera que nos dejaba las cosas sobre la mesa.

— Gracias. — los cuatro hablamos al unísono.

Una vez todos comenzaron a pellizcar las porciones de langosta en sus platos, no pude evitar hacer una mueca.

— ¿No comerás? — Leah me observó confundida, hizo una pequeña mueca y me sirvió un poco en el plato.

— No lo comerá. — intervino Atlanta. — No le gusta ensuciarse las manos, tampoco el olor que le queda en los dedos. Debes pellizcarlo por él.

Me tensé levemente cuando estiró su brazo hacía mi con un pequeño trozo de langosta.

¿Acaso estaba loca? ¿Estaba ofreciéndome que coma de sus dedos?

Entrecerré mis ojos en su dirección esperando que se arrepintiera pero al ver que estaba esperando que coma, así lo hice. Me acerqué a su mano y sus dedos hicieron contacto con mis labios, comí el pequeño pedazo de langosta y lo mastiqué lentamente.

— ¿Que? Tú no comerás si nadie hace esto, y me estas viendo, no le he puesto veneno a nada. — se justificó cuando notó que aún la observaba.

Reí tomando su muñeca entre mis dedos y acerqué nuevamente mi rostro cuando vi que tenía otro pequeño trozo en sus dedos, lo metí a mi boca sonriendo.

— No he dicho nada, solo sigo ordenes. — aseguré de manera burlona.

Noté que Leah sonreía, eso era nuevo.

— Me alegra que se lleven mejor, es una tortura verlos pelear por todo. — sus palabras justificaron aquella sonrisa.

— Creo que los prefiero peleando. — Marco se cruzó de brazos y sonrió falsamente en mi dirección.

— Ya que estás tan obediente, bebe un poco de agua o va a caerte mal. — Atlanta señaló mi vaso y alzó sus cejas. — Vamos, quiero ver que bebas.

Sonreí sin poder evitarlo y apoyé mis labios en el vaso de vidrio sin dejar de verla.

— Bien, ya hiciste tu buena obra del día, déjalo que si quiere comer, comerá. — Marco le obligó a dejar lo que tenía en las manos y le alcanzó una servilleta de papel.

Ella tragó saliva, desvió su mirada hacía las langostas y dejó de pelarlas.

— Descuida, lo haré solo. — informé sonriéndole.

No me gustaba cuando él le daba ordenes, mucho menos verla hundirse en ella misma.

Suspiré ignorando lo que Marco decía, era aburrido escucharlo hablar, aún seguía sin agradarme, y no era porque fuera su novio. Había algo en él que simplemente odiaba, su mirada, sus gestos, su forma de hablarle a los demás.

Entrecerré mis ojos jugueteando con mi cubierto y no supe en que momento pasó, pero todos estaban parados esperando a que yo lo hiciera también.

— No comiste mucho, pero creo que se hará tarde si seguimos aquí... — susurró Leah, estiró su mano hacía mi y asintió.

— Esta bien, no importa eso. — le resté importancia mientras me ponía de pie.

Caminamos unos pasos fuera del restaurante y mi ceño se frunció notablemente cuando noté a un extraño seguirnos. Tal vez solo era la paranoia constante de los mensajes, pero no podía dejar de prestar atención que con cada paso que dábamos, él nos seguía.

Observé de reojo a Atlanta quien estaba hablando de algo a lo que no llegué a prestar atención, ella estaba lejos de Marco, por lo que sutilmente tomé su muñeca acercándola a mi.

— No te muevas de mi lado. — susurré en su oído, besé su cabeza disimuladamente y respiré hondo. — Nos están siguiendo, y no sé por qué.

Ella trató de girar su cabeza pero la detuve abrazándola por los hombros, hice lo mismo con Leah, las presioné contra mi y sonreí.

— ¿A que se debe el abrazo? — cuestionó Leah sonriente. — Estas raro, ¿que tienes?

— Nada. — susurré, giré mi cabeza hacía Atlanta y de reojo pude notar que él hombre ya no estaba. — Hay que ir por allá. — señalé el parque de diversiones abierto y sonreí. — Yo invito.

— Alek, no creo que.. — antes de que Atlanta pudiera seguir hablando, sentí como alguien tiraba de ella hacía atrás.

— ¡Atlanta! — él hombre la abrazó con fuerza y la alzó en el aire.

Ella gritó y solo hizo falta eso para que yo reaccionara.

— ¡No la toques! — solté a Leah y tiré del brazo del hombre, pero cuando lo hice.

Atlanta me observó confundida.

— Chicos, solo es mi tío... — dijo riendo, mantuvo sus brazos rodeando al señor quien la abrazaba por su cintura. — ¿Él era a quien viste?

Asentí, fruncí mis labios y me cruce de brazos.

— ¿Por que nos seguía entonces? — cuestioné.

Ella lo miró, esta vez, confundida también pero por mi pregunta.

— Eso es cierto, ¿que haces aquí? — susurró soltándolo.

— Solo necesitaba ver a mi pequeña al menos un momento. — se encogió de hombros acomodándole el cabello detrás de su oreja.— Extrañaba a mi niña, lamento no haber...

— Si me extrañas tanto, deberías dejar de desaparecer. — le cortó en seco, se soltó y suspiró. — Han pasado meses desde la última vez que nos visitaste a mamá y a mi.

— No he... podido. — murmuró, miró a Marco, a Leah y luego a mi.

Entendí lo que quería, quería hablar a solas.

Tomé el brazo de Leah y le señalé el parque.

— Estaremos por allá, si necesitas algo, aquí estaremos. — le informe a Atlanta antes de comenzar a caminar.

Intenté escuchar desde aquí, pero solo podía ver a Atlanta, parecía molesta.

Ella solía decirme que su familia no era demasiado unida, que siempre habían sido su madre y ella, era extraño conocer a su tío, sabía algo de él, pero no demasiado.

— ¿Tú sabías del tío de Atlanta? — giré mi rostro hacía Leah ya que creí que su pregunta era para mi.

Pero no, claro que no, era para Marco.

— No se nada de su familia, ese es uno de sus tantos secretos que nos provocan pelear. — respondió fríamente.

Reí, no pude evitarlo, aunque no lo habría evitado de haber podido.

— Supongo que para contarte sus cosas, debería de confiar en ti, ¿no? — sonreí pero borré aquella sonrisa cuando Leah me miro mal. — Solo bromeo.

— Ahora que lo pienso, tampoco se demasiado de ti. — comentó ella cruzándose de brazos.

— No tengo mucho que decir. — me encogí de hombros y sonreí inocentemente. — Soy tan simple como lo que ves frente a ti.

— ¿Seguro de eso? — Marco me sonrió y entrecerró sus ojos. — Está claro que si nos están acosando y enviando mensajes es porque todos tenemos algo que ocultamos. ¿Que ocultas tú, Alek?

Tensé mi mandíbula suavemente y sonreí.

— Lo mismo pregunto yo de ti, sería interesante averiguarlo. — alce mis cejas cuando se acercó. — ¿Todo lo resuelves a los golpes? — cuestioné.— Eres un cavernícola.

— No me toques las pelotas, te estás ganando una buena paliza. — susurró empujándome.— Deja de meterte donde nadie te ha llamado.

— ¡Basta los dos! — Leah nos golpeó la nuca a ambos y gruñó. — Ahí viene Atlanta, compórtense.

Me giré para comprobar aquello, y era cierto, su tío se había ido y ella estaba caminando hacía nosotros.

Antes de que lograra terminar de acercarse, todos los teléfonos comenzaron a sonar. Mi cuerpo se tensó, tomé el teléfono en mis dedos sacándolo del bolsillo de mi pantalón.

Mentiras Peligrosas. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora