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Varias semanas pasaron sin encontrarse cara a cara el peliverde con el rubio, y aunque este último siempre lo vigilaba a donde quiera que fuese, el pecoso no lo sabía. Se negaba a hablar con él, encontrando siempre una excusa para cuando lo iba a ver a su casa. Rechazaba sus llamadas, lo bloqueó de las redes sociales e incluso borró sus propias cuemtas para que no le hablara más.

En una ocasión, Inko le habló alegre sobre el trabajo de medio tiempo que Izuku había conseguido en la florería de una amiga. Bakugō no pudo estar más curioso en cuanto a esto y, aunque le fue algo complicado, logró que la Midoriya le dijera donde era y sus horarios. La mujer estaba preocupada, su hijo no salía, se la pasaba encerrado en su cuarto y solo salía para comer, así que no le negaría lo del empleo. Al parecer comenzaría a trabajar en unos días.

Trabajaba de nueve de la mañana a una de la tarde, bajo las ordenes del hijo de una amiga de su madre, que tenía aproximadamente unos cinco o seis años más que él. Congeniaban bastante bien, hablaban mucho cuando no habían clientes. A veces Izuku llegaba antes para darle desayuno al amable chico o se quedaba más tiempo para ayudarlo a limpiar.

Era bastante enérgico y apasionado, agradable para aquellos que podían seguirle el ritmo, pero agobiante para quien no. Midoriya se reía mucho de sus ocurrencias y chistes malos que le ayudaban a distraerse y no pensar en Katsuki ese último mes. De vez en cuando le invitaba a almorzar o le regalaba flores.

-Ten, Izuku-chan, pon estos lirios allí arriba, están hermosos y deben lucir. Derrochan pasión.

Sí, no mentía cuando dijo que era apasionado. Salió del almacen con las bellas flores en mano, dispuesto a subir al banquito que Inasa había puesto para él, para que se le facilitara llegar a los lugares altos en las estanterías que no alcanzaba. Las flores blancas ahora yacían en un lugar bastante notorio y resplandecían hermosos y delicados. Buscaba un mejor ángulo para el ramo cuando miró hacia la calle.

Esa cabellera rebelde y peculiar en la acera de enfrente que esperaba para cruzar le era reconocida.

Puso las plantas donde debía y con velocidad se agachó, escondiéndose bajo el mostrador y caminó hacia el almacén sigilosamente.

-Voy al baño -la vieja confiable nunca falla.

La campana sonó, indicando la llegada de un cliente. Como el negocio no era tan difícil, sólo habían dos personas allí: el pecoso y el rapado. Ante la ausencia del de ojos jade, el de piel tostada tomó su lugar.

-¿Eso sería todo?

El rubio miraba a todos lados, buscando entre las coloridas flores de todo tipo la cabellera verde cual arbusto de Deku mientras el que lo atendía le daba la flor.

-Eh... Sí -pagó y se fue.

-¿Todo bien, Izuku? -inquirió Yoarashi al ver al chico pálido y sudando, jugaba con sus manos presa de los nervios -Estás temblando.

Secó el sudor en el pantalón y levantó la vista con una sonrisa de las que al contratrio le gustaba ver. De verdad Midoriya era muy tierno y lindo, llamaba mucho la atención aunque no quisiera y olía a inocencia por todos lados.

-Sí, todo bien, Inasa-san. Mi turno ya acabó, ¿me voy?

-Oh, sí. Ya te has pasado quince minutos, así que eres libre. Que no se te olvide llevarle una rosa a Inko-san.

Hizo una reverencia, cogió su mochila en el almacén y salió del local con olor suave a flores.

Miraba a todos lados preocupado, no vio por donde se fue Katsuki, así que tomar el camino contrario le sería difícil.

Por suerte, logró esquivarlo y llegar bien a casa.

Y así fue por dos días seguidos, el rubio iba a la florería, compraba algo a la hora de salida de Midoriya y se iba, luego Deku salía quince o veinte minutos después rezando por no coincidir con él. Era como jugar al gato y al ratón. Bakugō se iba por la derecha y el suertudo Izuku por la izquierda, o viceversa, pero no todo es color de rosas.

El Asesino De Mi Inocencia [KatsuDeku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora