Tu amor es mi fe, mi verdad y mi fortaleza (primera parte)

2K 135 91
                                    

Después de la conversación que mantuvieron Armando y Marcela, la tensión entre ellos se había esfumado, dando indicios del renacimiento de esa hermosa y fraternal amistad que habían tenido desde niños.
Armando le contó a Betty y a Camila con detalles todo lo que hablaron el y Marcela la noche anterior, ya que ambas estaban sumamente extrañadas de la actitud de ellos, y más aún de la paz y tranquilidad que denotaba el semblante de ella, si hasta el día anterior se podía notar la incomodidad y tensión que había en el aire cada vez que estaban Armando, Betty y Marcela en la misma habitación.
Las dos mujeres se alegraron sinceramente de que al fin Armando y Marcela hayan podido cerrar el ciclo, actuando como adultos maduros y pudiendo rescatar la relación que tenían antes de iniciar su noviazgo.
Marcela, también hablo y se disculpó con Camila y con Beatriz, por todas las veces en las que se dejó dominar por su carácter y su clasismo, llegando a ofenderlas y juzgarlas sin recato ni pudor, las dos cuñadas, también se disculparon con ella por sus propios errores y quedaron de acuerdo en intentar llevar una cordial relación ya que, por el amor que le tenían Roberto y Margarita a los hermanos Valencia y que era prácticamente un hecho que la relación de Armando y Betty acabaría en boda, las tres iban a coincidir más de una vez en las reuniones sociales o fiestas familiares, y ya no deseaban estar constantemente a la defensiva.

Betty no hablo a su casa en toda la semana, a excepción del viernes que llamo por primera vez desde la discusión con don Hermes y hablo con su mamá, solo para decirle que estaba bien y que no regresaría a Bogotá hasta el siguiente fin de semana, ya que habían hablado con Armando y acordaron que después de dejar a Camila y a su familia en el aeropuerto, ellos regresarían a la hacienda para poder pasar unos días a solas.
A don Hermes eso le disgusto y quiso renegar con su mujer, pero una vez más, doña Julia en tono firme y serio, le hizo comprender al terco de su marido que su hija no hacía nada malo y que tenía todo el derecho del mundo de tomarse sus vacaciones como desee, dejándole muy en claro que sí al regreso de Betty, el llegaba a hacerle al menos un reclamo, se quedaría solo y amargado por ser un "viejo gruñón y anticuado".

Para Betty y Armando esa semana fue lo mejor que les había pasado en mucho tiempo, por primera vez desde que estaban juntos se pudieron disfrutar sin restricciones ni limitaciones a causa del trabajo o los horarios del estricto don Hermes y gozaron de una total intimidad, que hasta ese momento, no habían tenido.
Fueron días y noches de paz, amor y mucha pasión, confirmándose el uno al otro que "así" querían vivir el resto de sus días, juntos, amándose siempre y a cada momento.
Durante el día paseaban a caballo, o de la mano por los alrededores de la hacienda, hicieron un picnic en el lago, donde Betty descubrió por primera vez las sensaciones y emociones que podía provocarle hacer el amor en el agua, y le gustó tanto, que repitieron la experiencia algunas noches en la piscina de la casa.
Fue tan intensa y bella esa semana que el domingo que regresaron a Bogotá, ambos estaban tan felices y radiantes que ni siquiera les molestó la expresión de enfado que tenía don Hermes, aunque si se sorprendieron de la falta de cantaleta del hombre, decidieron no dejarse afectar e ignorar su evidente molestia.

Betty había decidido no hacer caso a los enfados y reproches velados de su papá y vivir su vida sin dar más explicaciones que las necesarias.
Si don Hermes se empeñaba en volver a quererla controlar, ella simplemente tomaría sus cosas y se iría a vivir con su novio, porque si de algo se había dado cuenta en esa semana que paso a solas con Armando, era del hecho de que nada le gustaba más que tenerlo cerca todo el tiempo y dormir sobre su pecho desnudo después de haber hecho el amor hasta el agotamiento, y de qué el día que abandone la casa de sus padres, antes o después de casarse, sería para irse con él y no moverse nunca más de su lado.

Hacía dos semanas que habían concluido las vacaciones y todo regresaba a la normalidad, aunque con algunos cambios.
Marcela y Patricia, ya no estaban en al empresa de Bogotá, sino que habían reiniciado sus labores en Miami.
Mariana por recomendación de Marcela, quien había extendido una carta a presidencia dejando en claro las capacidades con las que contaba su antigua secretaria y enfatizando de que no había nadie que pueda desempeñar esa tarea mejor que la muchacha, había regresado a la planta ejecutiva como asistente de gerencia de puntos de venta, ya que se necesitaba a alguien con su experiencia que lleve el control de esa área en la central de Bogotá y pueda estar en constante coordinación y comunicación con la gerente general, ahora instalada en Palm Beach.

YSBLF, una reconciliación diferenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora