Aquello que olvidamos | 36

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Se escucha la campana que anuncia la entrada de alguien al local

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Se escucha la campana que anuncia la entrada de alguien al local. Todas las personas a tu lado se ponen alerta colocándose en su posición.

Te recargas sobre el mostrador observando al hombre que se acerca a ustedes.

–Bienvenido – canta tu compañera con una enorme sonrisa cerrando los ojos.

–Hola, me puede dar dos rondanas de media pulgada por favor – dice el hombre acercándose al mostrador.

Tu compañera asiente y se mete al almacén, notas que el hombre se le queda viendo justo al trasero y te parece asquerosa su expresión mientras la observa.

–¿Algo más? – preguntas interrumpiendo su vista.

El hombre vuelve en si, tienes que poner una sonrisa forzada para que no sienta que le reclamas, porque sabes que si lo siente hablara con tu asesor y este te correrá del trabajo.

Odias eso de que el cliente siempre es prioridad. Te has aguantado tantas rabietas con clientes estúpidos que llegan al local. La mayoría de ellos son hombres que tienen el ego hasta los cielos.

–Nada más – contesta el hombre alejándose del mostrador para observar lo otro que había en la tienda.

Te das un masaje en la sien, porque todo esto de convivir con más gente se vuelve estresante. Aunque no hay nada que puedas hacer.

Tuviste suerte de ser aceptada en este local, nadie es muy accesible a contratar a alguien que ha estado en la cárcel antes, pero sabes que hay algo raro con esta ferretería.

No solo porque el dueño no se comporta como tal, sino porque has visto las entradas excesivas de dinero que llegan aquí y las reuniones nada normales que suceden en el almacén. Además, en la parte de atrás se suelen hacer tratos con extraños.

Sin embargo prefieres no hacer mucho caso, por el hecho de que decidiste alejarte de los problemas desde hace tiempo.

Hace seis meses que saliste de la cárcel después de largos diez años. Te trasladaron de la cárcel después de dos años porque no tenías buena relación con nadie de ahí.

Fue gracias a Tachibana que te cambiaron porque de lo contrario habrías muerto allí. A veces te iba a visitar, y era al único que se le permitía. Siempre fue amable y atento contigo.

Cuando saliste regresaste a Roppongi a tu vieja casa por los ahorros y tarjetas que dejó tu padre y después la vendiste para rentar un departamento nada barato en el centro de la cuidad.

El tamaño lograba agobiarte mucho pero no puedes hacer nada más. Aunque con todo el dinero que tenía ahorrado tu padre podrías buscar algo más y vivir acomodada por algunos años, prefieres solo usarlo poco, porque no quieres recordarlo.

Ya es tarde, la hora de cerrar esta próxima, abres tu boca en un bostezo hasta que una de tus compañeras hace un sonido con su boca para llamar tu atención.

Amargo || Ran HaitaniDonde viven las historias. Descúbrelo ahora