CAPÍTULO 10

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La noche pasó rápido y, sin darme cuenta, la pasé dormida en aquella áspera cama.

Los días seguían transcurriendo sin tener señal alguna de dónde podría encontrar el cadáver de aquella niña. Hoy hacían tres días desde su desaparición, y por lo que sabíamos, la policía no se había movido demasiado.

Sí, era cierto que habían desplegado a varios agentes, pero, ¿Qué esperabas de un pequeño pueblo dónde se supone que nunca pasa nada? No estaban acostumbrados a casos así y menos con asesinatos múltiples que aún ellos no sabían que habían sucedido. Porque Karma era el primero de algunos cuerpos que se encontraban perdidos en una localización desconocida.

Aquello me encogía de nuevo el corazón; no lograba acostumbrarme a esa sombra oscura que algunos humanos portan en su más fuero interno. Por mucho que la miraba, no encontraba espina de maldad suficiente como para que ella fuera la causante de tantas pérdidas. El Nihil estaba equivocado, estaba completamente segura.

Karma me había dejado descansar, aunque no lo necesitara, pues los pertenecientes al inframundo, dormíamos por simple afición. En mi caso, siempre fui muy humana y eso, lejos de ser bueno, era una condena dolorosa. Y mis creadores lo sabían; me castigaban por ello, aunque no era mi culpa sentir y desear lo que cargaba en mi pecho.

Sabía perfectamente que llegaría a un punto de no retorno, en el que me enfrentaría a todo para lograr sentirme libre. La cuestión es lo que le pasaría a mi hermano. Porque mis instintos eran cada vez más difíciles de frenar y mi necesidad de vivir en la Tierra era cada vez mayor a la par que incontrolable. Por mucho que supiera que estaba mal, la sangre me hervía con pensar en los manjares terrestres, las luces de neón por las noches y el olor a tierra mojada por las mañanas. El aroma de café al pasar por las puertas de las tiendas, las sonrisas de extraños cuando te dan la bienvenida a su pequeño establecimiento y la paz que me reportaba mirar las aguas de un río o lago cuya vida fluía sin parangón no importando la estación.

Las malditas estaciones, algo que en el inframundo no podía disfrutar.

Pero los miembros del Nihil no daban puntada sin hilo: si requerían tomar la vida de una persona con tal de lograr sus objetivos, lo hacían sin rechistar. Además de ello, la extorsión era una de sus actividades preferidas, pudiendo manejar a muchos bajo su yugo. La compasión no formaba parte de su vocabulario, aunque se escudaban en la justicia divina que impartían tanto en el reino de los vivos como en el de los muertos.

Sacudí mi cabeza, intentando liberar aquellos pensamientos inútiles que podían entorpecer mi búsqueda. Con las pocas energías que cargaba, me puse a buscar a Karma; no tardé en encontrarla, pues estaba asomada al balcón con los codos en la barandilla y sumida en un mar de cavilaciones. Me fastidiaba interrumpirla, pero necesitábamos salir a la ciudad en busca de su cuerpo.

Ella pareció presentirme, pues giró levemente su rostro. La luz de la mañana la atravesaba con facilidad, demostrando su fragilidad. Eso me rompía el corazón, pues era tan joven como para pasar una transición que ni bien siendo un adulto entrado en años, apenas alguien podía soportar. Era necesario un largo tiempo para convencer a cada alma atormentada de que había dejado la vida atrás, que ahora le esperaba otro tipo de "vida", si podíamos llamarlo así. Aquellas frases que tanto me sabía de memoria, eran siempre punzantes para mí.

—"Y yo más que ninguno deseo la vida terrenal"—digo para mis adentros. Con cada despedida y bienvenida al inframundo, me convertía más y más en una mártir. Y aquello a Pain no le gustaba. Por mucho que se hiciera el desentendido, podía sentir su preocupación en cada momento. Se arriesgaba manteniéndome escondida, pero era demasiado cobarde como para enfrentarme a un castigo del Infernum.

¿Qué hice yo para merecer este infernum?#LIBRO 1Where stories live. Discover now