CAPÍTULO 32

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No me había agradado en absoluto aquella reunión de impresentables, aunque era indispensable si quería manejar las cosas a mi manera

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No me había agradado en absoluto aquella reunión de impresentables, aunque era indispensable si quería manejar las cosas a mi manera. Si mantenía una cordialidad más o menos creíble, podía ser capaz de hacer que mis peticiones fuesen escuchadas. Mi cabeza no se encontraba de la mejor forma y eso sabía en parte de lo que se trataba: necesitaba un baño en esa maldita terma si quería volver de nuevo a la normalidad. A diferencia de los entes del inframundo, a mí no me bastaba con tomar esa esencia fantasmal, sino que debía sumergirme en ella en su totalidad durante periodos cortos de tiempo en algunas ocasiones. Lo malo era que, cuanto más lo hacía, mi cuerpo más lo pedía y más me alejaba de la poca humanidad que albergaba en mi interior.

Y aunque no lo admitiera, odiaba tener que olvidar esa parte de mí con el paso del tiempo. Desgraciadamente, con el trato que había hecho, me había condenado a ser señor del Infernum por el resto de la eternidad sin poder vivir en la Tierra cuando hubiera cumplido mi ciclo. Al menos, mi hermana sí que tendría la oportunidad en el futuro.

Al pensar en ella, tuve la necesidad de ir a verla. Con el corazón en un puño, llegué a casa a una hora más bien tardía para deslizarme a su dormitorio. La puerta que daba al de Karma, estaba cerrada y no había luz por debajo de la puerta, así que seguramente se encontraría descansando. En cambio, la de Destina si que tenía luz y su puerta estaba entreabierta.

―Sentí que andabas cerca―me dijo antes de si quiera poner un pie dentro de la estancia. En silencio, me acerqué a ella, sentándome en el borde de la cama para contemplarla. Era aun más pálida que de costumbre.

― ¿Necesitas algo?

Ella sonrió débilmente mientras que tomaba una de mis manos entre las suyas. No es que fuera muy capaz de demostrar cariño, pero ella lograba derribar esa pequeña parte de dureza de mí. Deseaba con todas mis fuerzas que ella dejara el maldito Inframundo que tanto dolor le había causado.

―Oigo a tu cabeza dar vueltas y no entiendo las razones.

―Siempre me ando preocupando por todo, no te preocupes―era una medio mentira, pero algo sí que tenía de verdad puesto que, desde la llegada de esa humana, todo parecía haberse puesto patas arriba. Era muy cansado y eso parecía detectarlo mi querida hermana, la cual me miraba con una cierta sonrisa en su rostro.

―Tengo ojos en la cara, ¿Sabes?

Aquella afirmación me hizo desviar la mirada, ¿Qué quería decir con ello? Pero ella no parecía contrariada sino más bien, con la enorme necesidad de derribar ladrillo a ladrillo mis defensas. Suspiraba completamente agotado por su interrogatorio.

―No comprendo lo que quieres, pero, si no tienes nada importante que decir...

―Te gusta Karma y no lo niegues. Ha sido con la primera persona que te he visto reaccionar de forma pasional, aunque fuera de forma un tanto negativa. Si alguien no te importa, no te enfureces, sino que te comportas como un trozo de hielo. Desde que ella llegó a nuestras vidas, te encuentro muy nervioso.

Era cierto, pero no por las razones que ella pretendía saber; simplemente no estaba acostumbrado a tanto caos a mi alrededor. Lo más fácil para mí era castigar a todas esas almas negras como el carbón para hacerlas sufrir toda la eternidad, deleitarme en sus insultos y plegarias mientras que el mundo se deshacía de esas morrallas. Las cuestiones más sentimentales eran cosa de Destina.

Me puse en pie despidiéndome de ella antes de salir al pasillo. La vista se clavó en el dormitorio de Karma que ahora tenía luz bajo la puerta. Si quererlo, mi mano se puso sobre el pomo, no pudiendo controlar el impulso que me hacía llegar hasta allá. No comprendía nada de lo que estaba haciendo, ¿De qué hablaríamos? ¿Tenía algo realmente importante que decirle?

Sacudí mi cabeza y solté la manija, dando varios pasos hacia atrás para apoyarme en la pared. Aquella situación era más de lo que podía digerir y aún me quedaban casi tres meses para que esa diabólica criatura, se quedase bajo mi mismo techo. Me froté la cara con mis manos, abandonando a grandes zancadas el pasillo para adentrarle en mi pequeño y ordenado despacho. Me iba a dedicar a organizar todos mis libros durante la noche, aunque a la mañana siguiente me encontrase más bien en estado ectoplasmático que físico. Si quería mantener mis ideas claras, debía de usar mi cabeza para otras cosas que no fueran vulgares sentimientos humanos que nada bueno me hacían.

Para cuando me encontraba más absorto entre mis cosas, Masaru apareció con su habitual cortesía y ese uniforme que era idéntico al que siempre había tenido desde que comenzó a trabajar para mí. Se sentó delante de mí sin pedirme permiso ni para entrar.

―Señor, he de decirle que tiene un aspecto francamente horrible.

―Y usted debería de aprender a morderse la lengua de vez en cuando. A veces su cortesía se queda en paños menores―le dije sin levantar la vista del papel. Aquello levantó una pequeña risa entre ambos, distendiendo el ambiente cargado que destilaba mi mal humor.

―Mi señor, si estoy aquí es porque me preocupo por usted. Está claro que sufre mal de amores.

Aquel atrevimiento era incluso más de lo que estaba acostumbrado en sus días más mordaces; era hasta casi cómico que mi hermana y mi amo de llaves se hubieran puesto de acuerdo para sacarme de quicio. ¿Mal de amores? ¿Estamos mal de la azotea?

Pero él no parecía bromear con el asunto; no me quitaba ojos de encima como si esperase a que continuase con esta absurda conversación. No deseaba darle el gusto, pero no iba a rendirse.

―Señor, esto es como el alcohol, admitirlo es el primer paso.

―Mira Masaru, estás empezando a molestarme. Quiero estar solo esta noche, lejos de cualquier tipo de sermón, ¿Te parece? ―le dije señalando con la barbilla en dirección a la puerta de salida. Él no tardó en captar la indirecta, levantándose con parsimonia, pero sin cesar de mirarme en todo momento. Antes de salir, me dedicó algunas palabras que tuvieron el don de girar alrededor de mi cabeza durante toda la noche.

―Señor, mi humilde consejo es que tome lo que su existencia le ofrezca, incluso aquello que no esperaba recibir. Créame, el arrepentimiento es la peor de las tristezas que puedes llevar contigo.

Esas perlas de sabiduría me afectaron más de lo que quería admitir y me escamaban mucho cuando recordaba la mirada extrañamente triste de Masaru. Lo conocía de tanto tiempo que no podía concebir un momento de mi vida en la que no estuviera pululando por estos lares. Esa tristeza que pude ver no era de compasión sino de un secreto doloroso que cargaba en silencio, ¿Acaso tenía corazón o una vida pasada que le atormentaba? Desde que comenzó a vivir aquí ni siquiera tenía amigos o gente que visitar. Tampoco salía a no ser que fuera necesarias algunas compras o recados. Casi podía considerarlo como un robot si hablábamos en el equivalente del mundo humano.

Pero en la noche de las revelaciones, parecía ser que más de uno estaba a flor de piel y con las bocas más sueltas que cualquier día normal. No podía ser la luna llena, porque los astros no nos afectaban allá donde nos encontrábamos, ni siquiera la fuerza del mismo universo. La Tierra podía desaparecer, pero nosotros seguir existiendo como si nada. Ni los más horrendos terremotos, ni las más impresionantes erupciones, afectaron nunca al Inframundo.

Y ahora lo que más me afectaba, lo que más sacudía mi tierra impertérrita, era una simple humana cuya experiencia en la vida era tan nula que era irrisoria. Aun así, había conseguido cerrarle el pico en más de una ocasión además de una madurez extraña que hasta ahora no había podido contemplar de cerca. La aceptación de su condición junto con su valentía, era algo inusual en niñatas como ella.

No tenía miedo de nada, pero, ¿Lo tendría de mí?

¿Qué hice yo para merecer este infernum?#LIBRO 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora