CAPÍTULO 41

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Fue tan largo como pensaba, lo suficiente como para ver el cartel próximo que indicaba la salida de la ciudad. Quizás, me separaban de él unos trescientos metros desde donde aparqué el coche, el cual quedó oculto casi totalmente por la sombra de un frondoso árbol y las hierbas afiladas que parecían no tener fin.

Había caminos de tierra trazados, pero no lo suficiente como para pensar que el lugar era transitado; era el profundo bosque, inhóspito y solitario. Para nada un refugio de gente con tanto dinero como lo tenían los Dunning.

Porque ellos amaban la comodidad, ante todo, sólo por debajo de las apariencias, esas que no consiguieron sostener delante de mis narices por mis deducciones innatas incluso fuera de mi ámbito de trabajo. Conforme más intentaba caminar por el sendero que parecía ser el principal debido a su anchura y desgaste, más me escamaba de ese repentino cambio de gusto por un estilo de vida más rústico.

Los Dunning no solo estaban podridos, enterrados en dólares, sino que habían viajado mucho, demasiado para el humano promedio. en algunas ocasiones, se habían quedado temporalmente en algunas de esas pomposas ciudades para vivir por un tiempo, sobre todo cuando no estaba Camille en sus vidas.

El caso es que, si algo tenía que criticarles aparte de lo evidente, es que yo misma sabía que ese nacimiento, el de su hija, no fue bien avenido. Por lo que había investigado, eran profundamente religiosos y eso de interrumpir un embarazo no se encontraba en su vocabulario. Ahí estaban, un matrimonio sin pies ni cabeza, intentando mantener una fachada que se caía a pedazos pero que era lo suficientemente convincente. Lo fue hasta el punto de considerarlos como padres modelo en el instituto donde Karma asistió con su hija. La cuestión es que fue Karma la que evitó que su retoño cayera en malas compañías. Nunca se vanaglorió, pero supe que ella había obrado un cambio en su amiga. Cada día, cada vez que pisaba mi casa, pasó de tener una oscuridad latente en sus ojos a un profundo cariño por Karma. Con solo mirarla, supe inmediatamente que al principio ella criticaba mentalmente a mi hija y que no le caía muy bien.

Karma era mi hija y como su madre, estaba segura que de eso ella se daba cuenta. Pero no lo importó, porque vio algo en Camille que el resto no: miró por encima de su dinero y se apresuró a cerrar la herida que sus padres les fue abriendo.

Tanto emocional...como física.

Las marcas estaban ahí y había conocido suficientes víctimas de malos tratos para reconocer desde los gestos a como cubrir las zonas afectadas. Desde maquillaje a pañuelos en el cuello, mangas largas o guantes, en caso de que entre golpes al perpetrador se le ocurriese una tortura mayor arrancando alguna uña. Y sí, esa niña llevaba guantes un día que en absoluto había frío. Su mirada, cuando golpeaba la mía en esos momentos que escaneaba cada rincón de su cuerpo y estado anímico, sonreía ligeramente mientras agachaba la cabeza: era un intercambio silencioso, pero ambas lo sabíamos. Ella sabía que lo sabía todo.

Y quizás fue eso lo que me hizo salir escaldada cada vez que los Dunning se referían a mi familia. Me criticaban constantemente por ser agente de homicidios, pero ellos eran unos bastardos que le hacían la vida imposible a su hija por el mero hecho de respirar en este mundo intoxicado.

Ellos comprendían que, aunque no la querían, era de su propiedad. Y su pequeña propiedad prefería mi casa a la suya propia.

Porque la gente que la aguardaba la quería. La quería de verdad.

No solo mi hija, yo adoraba a Camille casi tanto que a veces me planteaba acercarme a esos dos y soltarles:

—La adopto y no tendréis que soportar la carga de cuidar de una boca que no deseáis alimentar. Si hace falta, me voy de la ciudad para que nadie sepa lo que ha sucedido.

Pero al final nunca lo hacía. Tenía la esperanza de hacerles entender que ella los necesitaba y que intentaran abrirles su corazón, aunque no haya sido un nacimiento deseado. Pero no llegué a tiempo.

Todo pasó demasiado deprisa: mi divorcio, mi nueva relación, año sabático y... lo que le sucedió a Karma. Era demasiado para procesar y, ahora que sabía que Camille había sufrido un destino similar, la ira me burbujeaba en el estómago.

Apreté los puños cuando llegué a un claro. Era ahí, no había otra casa.

Y el buzón me confirmó los nombres de Kate y Spencer Dunning.

—Hora de trabajar—susurré mientras inspeccionaba los alrededores con uno de mis ojos puestos sobre la puerta principal. El buzón se encontraba vacío y el césped, lo suficientemente cuidado como para que nadie viviera en la casa. Porque todo estaba cerrado a cal y canto y el silencio era demasiado ensordecedor.

Ni un breve murmullo, ni un golpe de vajillas o descorrimiento de cortinas. Todo era el equivalente a un cementerio.

Tampoco había cámaras en el porche o a los alrededores, cosa que me sorprendía bastante. Los que vivían a las afueras, siempre se equipaban con sistemas de seguridad por ser precisamente un lugar apartado de la civilización. Y si le echaba un vistazo a la fachada del edificio, más incógnitas surgían en mi mente.

Si era sincera, comparada con la antigua residencia de los Dunning, esto tenía el tamaño de un contenedor, siendo generosa. Su aspecto, aunque no muy avejentado, era demasiado anticuado para una pareja de millonarios modernos. Y no, no tenían vallas alrededor.

Decidí echar un vistazo a mi teléfono; había pasado casi una hora desde que salí del hotel y hablé por última vez con Chase. Por el momento, todo estaba demasiado tranquilo y apacible, como esas estampas ideales que se muestran en los anuncios de compresas. Si, ese tipo de prado en el que mujeres sonrientes corren por las colinas y con el pelo al viento demostrando que no hay nada mejor en el mundo que correr cuando a una le ha bajado la regla.

Ese símil levantó mis labios en un amago de sonrisa. No era momento de ello, pero me ayudó para afrontar lo que posiblemente me aguardaba en ese silencio antinatural. Agazapada cerca de la puerta principal, bajo el alfeizar de una de las ventanas, me guardé el teléfono en el bolsillo pegando mi cuerpo más a las tablas de madera del porche. La gran cantidad de polen de la zona me cosquilleaba la nariz, no evitando moverla o frotarla con mis manos para evitar un indeseable estornudo.

No supe cuanto tiempo permanecí allí, esperando a que algo ocurriese como una señal, pero una conversación surgió en el interior de casa, hizo que mi corazón diera un vuelco en mi pecho.

¿Qué hice yo para merecer este infernum?#LIBRO 1Onde histórias criam vida. Descubra agora