CAPÍTULO 46

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Un sonoro ronquido hizo temblar de nuevo las paredes de la mansión. Incluso la temperatura había variado, descendiendo hasta una agradable neutralidad.

Tampoco me hormigueaba el cuerpo, producto de la magia que salía por los poros de Destina, por lo que todo ello, unido a que Masaru parecía casi sonreír, me indicaba que estábamos fuera de peligro. Al menos, por el momento.

Aquella etiqueta vieja que tenía entre las manos mientras entonaba unas extrañas palabras, había sido pegada con un sonoro ruido tras el cuello del fénix que ahora roncaba incluso más que mi padre. Aquella situación podría haber sido cómica si no hubiera estado en peligro de desaparecer de un plumazo, literalmente.

Más bien, de un colazo lleno de plumas.

Sea como fuere, Masaru me hizo un gesto para que lo acompañara. No tenía idea de lo que había logrado hacer con Destina, pero era lo suficientemente poderoso como para que pasara de la rabia más absoluta a una calma inmediata. Pero, si lo pensaba bien, ¿Qué era Masaru? Hasta era un misterio para Pain, que lo conocía por muchos años.

Un pinchazo se instaló en mi pecho; El Cretino no sabía nada de lo que había sucedido con su hermana, ni tampoco tenía idea de dónde se había metido. Aunque, ¿Qué esperaba? Era el que mandaba aquí. Todas las responsabilidades de una de las partes del Inframundo, reposaba sobre sus hombros. En muchas ocasiones, sobre todo en la noche, pensaba en cómo él realmente se sentiría ante toda esa abrumante vida, en la que, por mucho tiempo que viviera, la monotonía sería asfixiante.

Mis pasos me llevaban al despacho de él, en un completo silencio tan sólo interrumpido por las botas que el mayordomo siempre llevaba. Tenía la sensación de que siempre estaba preparado para la batalla, sea la que fuera.

Y si se pensaba que se libraría de mis preguntas, iba listo. Lo que me sorprendió fue cuando Masaru se giró en mi dirección para indicarme que me sentara. Nunca abandonaba ese porte de servicialidad, incluso en momentos críticos como éste.

Mis ojos se estamparon en él, que jugueteaba con las cuentas de sus múltiples cinturones sin quitarme la vista de encima. Aquello comenzaba a ser muy incómodo. Tamborilee con mis dedos sobre los reposabrazos de la butaca de cuero, apartando mi mirada para evitar la intensidad que emanaba del mayordomo de Pain, ¿Acaso esperaba a que dijera o preguntara algo? Comenzaba a convencerme de ello.

Así que di el paso.

―Bueno...ehm... ¿qué le ha pasado a Destina? Creo que es evidente que necesito una explicación, sobre todo porque parece ser que no es la primera vez que le sucede.

―No, no lo es―negó Masaru con la cabeza. Una sombra de algo que pude detectar como preocupación, opacó sus ojos que quedaban tras una enorme máscara de lo que parecía ser un león rojo. Si recordaba bien, nunca le vi el rostro.

Dio dos pasos a mi alrededor, con una mano bajo su barbilla pensativo y absorto por completo, olvidándose de que yo estaba hecha un pasmarote intentando comprender lo que había sucedido. Quizás era una estrategia para que me cansara y dejara atrás mi vena curiosa. Siguió dando vueltas a mi alrededor, hasta que frenó en seco y se dirigió a mí sin mirarme. Una sensación como de vello erizado en mi nuca, me recorrió como un fogonazo extraño. Fue demasiado real.

―Como bien dices, no es la primera vez, incluso cuando tú los vistes a ambos pelear. Aunque en esta ocasión, pudiste ver a uno de ellos transformarse.

―Si y, desde luego, dudo que lo vaya a olvidar.

Una sonrisa, pequeña, pero lo era. Por primera vez, vi a ese ser que estaba a medio camino entre un témpano de hielo y una aspiradora. Iba a decir que ya podía morir en paz porque ya lo había visto todo, pero esa estupidez me hizo reír como una lunática. Aquello dejó perplejo a Masaru, pero no pareció molestarle, más bien al contrario.

Ahora que parecía más relajado y receptivo, se sentó frente a mí. Podía leer en sus ojos que estaba dispuesto a mantener una conversación más larga, así que me acomodé en la butaca esperando a que, esta vez, fuera él el que empezara a contarme lo que quería oír.

Y no me decepcionó.

―Sé dónde está Pain y, antes de que lo preguntes, no sé cuándo volverá. A partir de ahora, yo me haré cargo de ti.

Quise preguntarle más, pero por el tono de su voz, supe que no sabría nada más. Asentí en silencio un tanto afligida por no saber más, ¿Estaría bien o era solo trabajo? Mis sentidos me gritaban que algo malo le había sucedido. Y no sabía si era una simple casualidad, pero justo cuando él se volatilizó, Destina se transformó en su forma de bestia. Por lo pronto, me contenté con lo que me contó.

― ¿Y Destina? ¿Cuánto durará ese...hechizo que le lanzaste?

Con varios movimientos de cabeza, me dijo escuetamente que no estaba clara la duración del hechizo. Me pregunté las razones por las que él tenía esas habilidades y los hermanos no; eso solo podía significar que pertenecían a seres completamente distintos. Y ahora que yo pertenecía al Inframundo, ¿tendría alguna habilidad especial?

Casi me sentía como la protagonista de un libro de fantasía.

Mientras que mi mente fantasiosa creaba diferentes escenarios en los que me veía levantando coches o congelando lagos enteros, Masaru se puso en pie con bastante determinación.

―Debemos de irnos, ya no es seguro quedarse aquí.

No logró convencerme ese cambio de actitud. De ninguna forma iba a dejar a Destina sola, por lo que le dije lo que pensaba acerca de su idea de una forma poco amable. Pero él estaba completamente convencido de que debíamos marcharnos, así que no esperó a mi siguiente queja para tirarme del brazo y arrastrarme de camino a la salida.

― ¡¿Estás loco?!¡no podemos dejarla sola en ese estado y menos sin saber cuándo volverá a estar consciente!

Él permaneció en silencio, sin importar mis pataleos o peticiones; si Pain se enterase lo que Masaru pretendía hacer, creo que peligraría su puesto de trabajo, como mínimo. La ira del Cretino haría temblar las paredes de la mansión de la misma forma que los rugidos de Destina. El caso es que parecía demasiado seguro de mi mismo, como si lo que estuviera haciendo era realmente lo único posible que podía hacer.

El viento que levantaba el tren dragón me azotó en la cara, revolviendo mi cabello fantasmal. En aquellos momentos, odiaba con toda el alma a Masaru, pero por mucho que intenté volver a la mansión, no me pude soltar de su mano ni tampoco abrir la puerta que había cerrado tras de sí.

Conforme caminábamos en dirección a uno de los andenes, le pregunté una y otra vez a dónde demonios íbamos, pero él se limitó a arrastrarme como su fuera poco más que un saco enorme de harina. Aunque era diferente, podía sentir el tacto del mayordomo cosquilleando sobre la superficie de mi brazo. Había sido muy distinto a cuando me había tocado Destina o Pain en los primeros días que había llegado al Infernum.

Me estaba convenciendo de que se me estaba devolviendo la humanidad, cosa ridícula porque ya no tenía cuerpo al que volver. No había forma de volver a vivir, tan solo reencarnarme y, para ello, debía haber ascendido al Confractus.

― ¡Suéltame de una maldita vez y dime dónde vamos! ―le grité sin importar los espectros que caminaban entre nosotros que nos observaban entre sorprendidos y cautelosos. Pero cualquier cuestión que tenía atascada en la garganta, murió cuando vi quién se bajaba de aquel dragón que consiguió matarme de nuevo de miedo.

Esa mujer, aquella mujer que me dijo que no caminara sola. Ahora venía hacia nosotros con un rostro mucho más sonriente que la vez anterior. Y, por si fuera poco, Masaru le hizo una reverencia como si de alguien importante se tratara.

Una electricidad se levantó entre nosotros, algo semejante a la magia, pero más cosquilleante. Chispeante. Vibrante, como el sol cuando aprieta en las horas más calurosas del verano. Y sus miradas, pasaron de algo frío a algo espeso y caliente.

¿Qué hice yo para merecer este infernum?#LIBRO 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora