CAPÍTULO 16

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No dijeron una sola palabra mientras que volvíamos a ese lugar tenebroso al cual Pain llamaba su hogar. Aunque el dormitorio era muy amplio, no me gustaba permanecer encerrada como si estuviera castigada. Además, había sufrido un shock demasiado grande como para quedarme en un lugar tan frío como éste después de ver mi cadáver en descomposición. Quizás una palmadita en la espalda o unas palabras alentadoras, provocarían un leve subidón a mi alma rota y preocupada.

Pero no tendría aquello; Pain y Destina se marcharon sin mediar palabra y con sendas miradas perdidas. Estaba claro que el descubrimiento de mi cuerpo había provocado en más de uno de nosotros, un cierto desasosiego. No quería poner las cosas más complicadas así que decidí mantener mi boca callada y dejarles a ellos con aquello que tenían entre manos.

Era extraño encontrarse tumbada en una cama que se sentía cómoda y no poder dormir en ella. Los sueños eran ahora parte del pasado; ni siquiera se me permitía algo así para poder escapar de todo lo que estaba pasando. La vida eterna no tenía sentido si no podías hacer algo tan cotidiano como aquello.

De la nada, surgieron unas lágrimas extrañas; no podía llorar porque ya no tenía un cuerpo que producía lágrimas. En cambio, una masa traslúcida pero espesa, se deslizaba por mi mejilla de la misma forma que lo harían unas lágrimas humanas. Lo más curioso era que podía tomarlas con las manos.

Casi como si estuviera observando un milagro, sonreí con fuerza sin temer a hacerme daño en la comisura de mis labios. El alivio que me recorrió de pies a cabeza no podía explicarse con palabras. Pero mi dicha fue interrumpida con el tintineo de lo que parecían ser unas copas. Un señor de tez roja y enorme nariz, entró al cuarto como si fuera su propia casa. No pude evitar correr y escapar de sus garras, pero para cuando quise meterme en el baño, la puerta me dio de bruces al darme cuenta que estaba cerrada con llave.

― ¡Por favor, déjeme marchar!¡No soy ninguna intrusa, de verdad que soy una invitada! ―Grité mientras me hacía un ovillo y divisaba a aquel ¿hombre? Acercarse a mí. Lo que me parecieron copas eran en realidad cálices de cristal que estaban dispuestos en una costosa bandeja de plata. La depositó sobre una de las mesillas, desplegando sobre la cama una toalla que llevaba colgada del antebrazo. Su forma tan refinada me daba indicios de que estaba acostumbrado a servir a los demás.

―Lo que ha experimentado antes es ectoplasma. Parte de su energía puede materializarse en ocasiones en las que las emociones se encuentren en su punto álgido. La cuestión es que, cuando eso ocurre, el alma queda mermada de gran parte de esa energía. Debe de reponerse―Dijo señalando uno de los cálices. No me fiaba aun de su palabra, por lo que no abandoné mi posición. Le eché un vistazo ahora que estaba sentado y no parecía querer hacerme daño por el momento.

―Soy el sirviente Masaru, y vivo para hacerle la eternidad más fácil a mi amo Pain. Sé que eres una invitada, por eso estoy aquí.

― ¿No eres una especie de demonio que viene a castigarme?

Aquella enorme risotada me hizo palidecer, ¿Cómo podía existir una profundidad de voz tal como aquella? Aunque esas cuestiones cada vez eran más estúpidas, ya que me encontraba en un mundo completamente desconocido al cual tenía que pertenecer me gustase o no. Lo peor era no acordarme absolutamente nada de lo que me sucedió, pues eso ayudaría más a despejar todas las dudas que había sobre mí.

Me atreví a preguntarle acerca de Pain y Destina, pues se habían marchado sin mediar palabra. Masaru se rascó la cabeza con expresión interrogante; se estaba pensando en darme una muestra de información que guardaba. Una sonrisa de nuevo tiñó su rostro, comprendiendo que algo maquinaba su roja cabeza. No pude evitarlo, pero mis pies fantasmales temblaron como si una ráfaga fría me azotara en la espalda.

―Quizás te cuente algo―Dijo mientras me miraba fijamente. Una pausa que me pareció demasiado larga, me hizo bufar de frustración―puede que sepa algo, pero antes debes confiar y tomar esto que te traigo. Es importante para ti―me dijo finalmente.

―Lo haré si me dices qué es exactamente y las razones por las que tengo que tomarlo.

―Como te dije antes, los fantasmas fueron una vez humanos, por lo que por mucho que dejen su vida atrás, sienten y sufren. Por eso es peligroso que un fantasma deambule por mucho tiempo por la Tierra, pues ese sitio merma su energía y, al no poder reponerse de forma natural durmiendo o comiendo, debe de reponerse energéticamente. Básicamente, te traigo la esencia del inframundo, el plasma que forma parte de todos y cada uno de nosotros que ya no vivimos entre los vivos. Ese cuerpo incorpóreo que tienes, ahora forma parte de este mundo, y como tal, debe de nutrirse como todos los que estamos aquí. Así que bebe.

Me acerqué un poco más a él, atendiendo mejor a sus facciones y detalles. Aunque tenía un aspecto imponente, había que admitir que sus ropas eran muy elegantes. Podía ver vestigios de lo que una vez fue un kimono, pero con ciertos detalles distintos. Era de un color rojo muy semejante a su piel y de su cinturón colgaban cientos de papeles en un idioma que no comprendía bien. Del interior de su bata de seda, podía verse el brillo de una espada; una katana de un tamaño muy pequeño la cual no había visto nunca en ninguno de los libros que solía leer en la biblioteca o la librería. Mis miradas furtivas no le sentaron precisamente bien, anudándose mejor la bata y dándome en silencio el cáliz de cristal que, para mi sorpresa, pude sujetar. Mi cara de sorpresa le hizo reír de nuevo, calmando ese pequeño lapsus tenso que se había tejido momentáneamente entre nosotros; era un tipo extraño, pero me daba cierta confianza a pesar de su feroz pero elegante aspecto.

―Como te dije, ahora formas parte de este mundo. Todo aquello que contenga la esencia del inframundo, podrás tocarlo y sentirlo como si estuvieras viva. Porque la realidad de todo es que aquí...estás viva.

Se sentía como el gato de SrÖdinger; muerta pero viva, viviendo una extraña muerte que me hacía sentir, pero no pasar los años por mi cuerpo. Casi como el cuento de Peter Pan y los niños del Nunca Jamás, ahora pertenecía a ese mundo en el que lo más extraño podría ocurrirme. Ciertamente, no sabía si podría acostumbrarme a todo aquello, pero el pensar que estaba dentro de ese cuento, me hacía la vida un poco más colorida.

Quizás simplemente, me gustaría volar y perderme para que nadie me encontrase.

O puede que quisiera volver a casa como le ocurrió a Wendy.

Pensar en esa posibilidad, me dio una razón para seguir luchando.

¿Qué hice yo para merecer este infernum?#LIBRO 1Onde histórias criam vida. Descubra agora