CAPÍTULO 25

5 1 0
                                    


Era como ser capaz de ver en la oscuridad, casi como una habilidad gatuna. Con la boca abierta, seguía los pasos de Pain que ahora estaba a medio camino entre un humano extravagante y un ángel caído. Por lo general, él mantenía sus alas ocultas, como si no le hiciera ni pizca de gracia de que los demás las viesen. El silencio era algo que no deseaba romper, pues el espectáculo que tenía frente a mí era más interesante que cualquier conversación banal que tuviésemos entre ambos.

Tan solo un pequeño parpadeo rojizo era la luz que nos envolvía, la del hilo rojo que seguíamos con pausa, pero sin prisa. No comprendía las razones por las que no usaba su habilidad de teletransporte para llegar antes a su destino, pero si algo había comprendido con mi llegada al inframundo, es que todo estaba justificado.

Un suspiro de exasperación me hizo sobresaltar.

—Escucho los engranajes de tu mente girar de una forma endiablada. Si tienes una pregunta, ya sabes qué hacer. Me molesta que estés tan inquieta.

—No comprendo como muchas veces sabes que tengo preguntas sin mirarme siquiera.

—Ante todo, eres un alma fácilmente legible y, en segundo lugar, soy una criatura que juzga a los espíritus. No leo sus mentes, pero sé cuándo algo va mal o les preocupa. Es una característica de mi naturaleza.

—Entonces...digamos que nunca te podré ocultar nada—afirmé con gran desasosiego. Era molesto no tener ni siquiera intimidad.

—Es lo que ocurre cuando dejas tu cuerpo. Cuando las personas están vivas, no podemos acceder tanto a ellos, ya que su esencia perteneciente al inframundo, se encuentra en una coraza de carne, huesos y tendones. Cuando el cuerpo muere, esa esencia que podríamos decir que es el espíritu, queda libre y legible a seres como nosotros. Mi hermana y yo...somos capaces de leeros queramos o no.

Aquella afirmación fue hecha de forma sombría, ¿Acaso él odiaba tener esa habilidad? Cuanto más le conocía, más descolocada y sorprendida me dejaba. Era un enigma tan oculto que ni llamando a Lara Croft, podría desentrañar la clave de su personalidad verdadera. De nuevo, un suspiro de impaciencia llenó el ambiente, indicando que esperaba la pregunta que moría en mi silencio. Esperaba que no fuera motivo de pelea mi simple curiosidad.

—¿Por qué no usas tu teletransporte para ir a nuestro destino?

Aquello lo hizo parar y darse la vuelta a mi dirección sin soltar el hilo rojo de entre sus manos. La frialdad de sus ojos era voraz y, era en momentos como esos, en los que la reacción podía ser desde terrorífica hasta desconcertante. No le di el gusto de verme temblar.

—En la vida hay trampas que cualquier humano podría tomar, como atajos para llegar a su meta. Eso intoxica el alma y no valoras realmente las batallas que la vida te da para mejorar y comprender que el precio de todo es el esfuerzo. Esas reglas se aplican a seres del Inframundo y de forma más estricta, puesto que tenemos muchas más habilidades que cualquier ser humano promedio. Y los rituales, deben respetarse y realizarse como deben ser.

—¿Siempre es así cuando muere alguien?

—Sí, siempre es así.

No parecía emocionado, ni se pavoneaba de sus destrezas ni tampoco de lo frágiles que eran los humanos. En él veía una tristeza mezclada con respeto, algo que antes no había visto reflejado en su semblante, lo que me llevaba a pensar que no era tan cretino como quería hacer creer al resto. Asentí complacida de sus palabras, por lo que retomó de nuevo el camino sin decir nada más. La oscuridad iba desvaneciéndose lentamente, mostrando cientos de árboles a los lados de nuestro camino. Al principio eran como una sombra negra, pero con los pasos, se iban vislumbrando con mayor precisión. El día se interponía a la noche más absoluta, desvelando diferentes imágenes que podía ver como si se tratasen de una película.

¿Qué hice yo para merecer este infernum?#LIBRO 1Where stories live. Discover now