CAPÍTULO 30

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Había elegido el mejor momento del día en el que estaba segura que la señora Ross estaba tranquila y más receptiva. Como vecina suya, conocía bastante bien sus rituales diarios porque desde la ventana de mi cocina, podía verla en su porche tomando té a las cuatro de la tarde con una sonrisa en sus labios. No quería importunarla demasiado, así que dejé mi ropa de policía en casa y me vestí con un atuendo casual para que, más que un interrogatorio, pareciera una visita.

Ese día, ella parecía haberse saltado esa tradición, lo que era extraño porque era una costumbre de toda la vida. Pensé en que quizás se trataba de que el funeral de Karma había sido ayer y que le había afectado demasiado como para tomar el fresco en un día tan hermoso como el que estaba haciendo. Di varios pasos hacia la entrada del porche, echando un vistazo a la cantidad de correo que se agolpaba en su buzón, ¿Por qué demonios no lo recogía? Ella no se había marchado porque la había visto justo ayer.

Giré la cabeza en dirección a la entrada de casa; todo era muy silencioso pero una sombra caminando en el interior me dio la pista de que ella se encontraba en casa. Además, había remanencias de olor a comida por el lugar, así que no hacía demasiado tiempo en el que ella había comido. Llamé a la puerta y esperé pacientemente.

La voz de la señora Ross me dijo que esperase, que pronto me atendería. El timbre de la misma denotaba nerviosismo además de una profunda animadversión por el visitante que llamaba a su puerta hoy.

Pero el rostro de ella cambió ligeramente cuando supo que era yo. Fue una leve sombra, una bruma que le hizo cambiar la mirada, un detalle que, a ojos inexpertos, no le daría demasiada importancia. Pero yo era un perro que olía a kilómetros las mentiras como si de huesos de jamón se tratase. No iba a dejar perder la oportunidad que se me presentaba ya que ella podía tener la clave de lo que había sucedido aquella noche. Y claro, el que ella mintiera en su declaración, doblaba más mis sospechas.

—Buenas tardes señora Ross, espero no importunarla. Quisiera darle las gracias por haber venido al funeral de mi hija, ha sido un gran detalle para nosotros.

Silenciosa, no cesó en mirarme entre cohibida y molesta, ¿Acaso mi presencia no era bienvenida? No es que fuésemos amigas del alma en el pasado, pero nos conocíamos lo suficiente como para saber algunas cosas la una de la otra. Cuando Karma volvía a casa, muchas veces ella le daba alguna cosa para merendar que hubiera hecho casera ese día, así que podríamos decir que tenía más relación con ella que conmigo.

Se apartó de la puerta para permitirme entrar. Ahora el contacto visual se había cortado y apenas podía levantar la vista del suelo mientras me acompañaba al interior de la casa. Tras sentarme, ella desapareció para ir a la cocina en busca de algo para ofrecerme. Yo me quedé en silencio para darle una tregua a su gran incomodidad, no sin antes analizar todo lo que veían mis ojos. Delante de mí se encontraba la ventana que daba al exterior donde ella solía asomarse para ver el exterior o para comprobar quién rondaba por la zona en caso de escuchar el timbre de la puerta.

Siempre que pasaba por su casa, ella se encontraba mirando como la vida trascurría ante sus ojos en compañía de la gran soledad que siempre la había caracterizado. Apenas había fotos y no conocía a nadie de los que vi en ellas; quizás ni siquiera recibía visitas por parte de su familia.

Un arrastrar de zapatillas con un tintineo en algo cerámico, hizo que cesara en mi pequeña investigación, recolocándome en el sofá y armándome de paciencia puesto que estaba segura que iba a necesitarla. Tras servir el café, la miré a los ojos y las manos; un ligero temblor desviaba el chorro del café, estaba nerviosa e intentaba controlarse.

—Cassie, no he venido a importunarla, espero que lo entienda.

Colocó una mano sobre su otra muñeca para intentar estabilizar su pulso. Sin hacer ruido alguno, se sentó en una butaca a mi derecha. Parecía perdida, sin saber qué hacer ni qué decir. Yo que estaba acostumbrada a los interrogatorios, odiaba ponerla en esa tesitura. Finalmente, el amargo líquido caliente le tiró de la lengua y desenlazó el nudo que le había impedido articular palabra.

¿Qué hice yo para merecer este infernum?#LIBRO 1Where stories live. Discover now