CAPÍTULO 18

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No quería reconocerlo, pero Masaru tenía razón en eso de que me sentiría mejor si me tomaba lo que me ofrecía. Una extraña oleada de energía me sacudió, casi como si mi cuerpo volviera a la vida y fuera capaz de palparme mis propias manos. Las juntaba una y otra vez con la esperanza de sentir algo más que una simple ráfaga de aire frío y, por unos instantes, fue real.

Lo que vino como una alegría, pronto se convirtió en una tristeza profunda que intentaba ocultar a ojos del sirviente de Pain. Si era leal a él, desde luego contaría todo aquello que vio con respecto a mí y mis acciones; era imperativo no darle el gusto de saber que estaba triste por mi condición fantasmal. Si algo aprendí del poco tiempo que le conocía, es que odiaba la debilidad humana por encima de cualquier cosa.

Le pedí por favor un poco de espacio, a lo que él accedió con una reverencia dejándome sola instantáneamente. Agradecí que no hiciera más preguntas que incomodaran más la situación de lo que ya de por sí estaba.

Me tumbé en la cama dejando la mente en blanco o al menos, intentándolo. Con la esperanza de que ambos volvieran con buenas noticias, me palmeé los hombros cruzando mis brazos sobre mi pecho, dándome ánimos en silencio.

No sé cuántas veces me quejaba de ser una llorica en momentos en los que deseaba mostrar una enorme fortaleza. No es que lo hiciera a menudo por cualquier cosa, pero tampoco era de piedra, sobre todo, si el tema implicaba animales. Y ahora, que lo que más me apetecía en el mundo era sacar mi tristeza, arrancarla de mi pecho, era incapaz de derramar una sola gota. Era testigo de que mis ojos dejaron de existir; ahora eran una masa extraña que apenas podías distinguir de un revoltijo de tierra mojada por la lluvia. Mi pecho era como un baúl abierto de maderas podridas y relleno de calcetines sucios y malolientes, los cuales eran insalvables. Ni que hablar de mi estómago, abultado como un balón de baloncesto, pero oscuro como la noche. La imagen de mí descompuesta me había causado una extraña sorpresa, digamos, una fusión entre asco y tristeza, aderezada con incredulidad. Nunca en la vida esperas encontrarte a ti misma de esa forma.

Unos pasos se escucharon al otro lado de la puerta, por lo que me incorporé pensando en que ya habían vuelto, pero cuando una especie de espectro vestido de blanco y con una mueca desencajada entró sin esperar permiso, casi me da la reina de los jamacucos. Una descarga que podría definirse como miedo, me atravesó hasta casi cortarme el aliento, o lo que sea que tuviera ahora. Un crack completamente audible acompañado de una torsión de cuello que no podía calificar de "normal", hizo que la cabeza de esa "mujer", quedara reposando sobre uno de los hombros. Uno de sus ojos rodó como lo haría una canica, tapándome la boca para intentar no gritar.

Huele el miedo Karma, es como los osos. Si cree que no te percatas de su presencia, te dejará en paz―pensé en voz baja mientras que me quedaba "petrificus totallus".

―Puedo escuchar tus ridículos pensamientos de humana muerta―dijo tras un suspiro de tedio. Si me quejaba de la apariencia de Masaru, la de este ser era mil veces peor. Sus garras eran afiladas, su cabello mojado y negro, caía hasta sus casi inexistentes caderas. Era casi todo hueso y, lo que podría llamarse como piel, estaba hecha jirones en algunas partes. Su voz era estridente de un modo incómodo y ensordecedor; si no estuviera muerta, seguramente hubiera quedado sorda.

Una de las manos de ella, sujetó su estómago mientras emitía sonoras carcajadas en el umbral de la puerta. Con la otra me señaló mientras decía:

― ¿Piensas en todas esas cosas acerca de un ser que ha sido protagonista de cientos, de miles de libros?, ¡De miles de historias para no dormir que se han contado para ensalzar mi nombre! Y tú...tú sólo me comparas con una vieja enclenque que tiene una voz insufrible...

―Siento...siento herir su ego señora...pero...

― ¡Señora!¡Maldita niña!¡Me debes un respeto enorme si no quieres que me aparezca en la ventana de algún miembro de tu familia!

―Creo que debes calmarte, Syra―interrumpió una voz a sus espaldas. El rostro de Pain era el de siempre; impertérrito y sereno. La actitud de esa señora cambió drásticamente, sonriendo como lo haría una adolescente frente al popular de clase. En aquel momento, odiaba el espectáculo de dientes que ella ofrecía; el paraíso de cualquier dentista en busca de retos.

― ¡Mi querido pequeño, remolón y esquivo Pain! Te esperaba aquí haciendo compañía a tu invitada.

―Ya veo―dijo mirándola de arriba abajo. Era evidente que no le creía una palabra, que más bien, vino a intimidar por razones que se me escapaban a mi comprensión. Conforme más pasos daba hacia el interior del dormitorio, ella más se alejaba de mí con varias reverencias para mostrar su profundo arrepentimiento, ¿En qué clase de jerarquía se encontraba esa "mujer"?

Pain se percató de que mis ojos no lograban despegarse de ese esperpento, por lo que me la presentó para que no me fuera alguien desconocido.

―Ella es Syra, digamos que es la que se ocupó de mí y de mi formación cuando era más pequeño.

― ¿Era tu canguro?¡¿ELLA?!―exclamé sin reparo alguno. Aquello generó otro gruñido de malestar por parte de ella. En cambio, a Pain parecía divertirle ya que los conflictos para él era como estar en el cine. Él asintió con una sonrisa.

―Ella más bien es mi mentora, mi maestra. Nunca fui un niño problemático, así que no era necesario cuidar de mí en exceso. Siempre he sido autosuficiente.

Mis ojos no podían estar más en blanco ante aquel despliegue de chulería. El Cretino era tan creído que era incapaz de admitir que alguna vez en su vida necesitó ayuda porque no podía valerse por si mismo, lo que es normal para un bebé o infante. Pero, ¿Acaso él fue un bebé como cualquier otro? Quizás nunca lo sabría.

Con cierta elegancia, Syra se puso erguida como imitando a una señorita con un largo y pomposo vestido. Con una enorme sonrisa, continuó con la presentación que Pain había comenzado.

―Mi nombre es señorita Syra, una elegante y flamante banshee con una enorme historia familiar a sus espaldas. Cientos de familias celtas han sido advertidos de muertes cercanas gracias a mi familia, por lo que hemos sido temidos y venerados a partes iguales. Incluso nos compararon con ángeles caídos, Ay, ¡que tremenda imaginación! ―dijo mientras sus mejillas parecían enrojecerse ligeramente.

Entorné los ojos mientras ella se deleitaba de sus auto piropos y seguía hablando sola acerca de las maravillas de ser una Banshee. Pain me hizo un gesto para que le siguiera pues deseaba hablar conmigo sin la presencia de aquel ente que me ponía los pelos de punta. En el pasillo, Masaru apareció con una impecable presencia.

―Mantenla ocupada y, si es necesario, enciérrala.

―Por supuesto mi señor.

Mientras que caminábamos por la moqueta, decidí preguntarle.

―A ti también te da miedo, ¿No?

Pero no se burló de mí ni tampoco quiso refutar mi afirmación. Un leve cabeceo indicó que estaba pensando la respuesta que iba a darme.

Por primera vez, se comportó como alguien normal.

―Siempre me dio miedo. Ahora por fin, encontré a alguien que lo entiende.

No tenía idea de qué noticias traía, pero tan solo ver como uno de los ladrillos de esa muralla había caído, me hizo apreciar un poco la compañía de alguien quién pensé que era lo más cercano a un témpano de hielo.

¿Qué hice yo para merecer este infernum?#LIBRO 1Where stories live. Discover now