CAPÍTULO 39

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Las palabras de Amanda seguían revoloteando por mi cabeza desde que abandoné la comisaría y puse rumbo de nuevo al Infernum. Sabía lo que implicaba volver a la casa donde me crie: el lugar de residencia de mi madre.

Debía de dar explicaciones, demasiadas, para convencerla de que tenía buenos motivos para acceder a los Archivos Terrenales. Quizás si mencionaba a Amanda, comprendería que el asunto podía haberse vuelto un poco más personal de lo que debería. Ante todo, mi fachada debía ser tranquila y fría como el invierno.

Suspiré mientras andaba por los pasillos de la mansión, escuchando el gran silencio que reinaba en el lugar. Tan solo algunos susurros de una conversación femenina que me hacía adivinar que mi hermana ya se encontraba mucho mejor.

Caminé hacia mi antiguo dormitorio, allá donde Karma pasaba gran parte de su tiempo. La presencia de Masaru con una bandeja de plata, me hizo sobresaltar ligeramente. Podía oler el líquido primordial en el fondo de aquellos vasos de cristal.

—Mi señor, por fin ha vuelto—dijo con una leve reverencia de cabeza antes de marcharse y dejar la puerta entornada. Antes de tocar, mis ojos fueron a parar a mi hermana; ambas, se abrazaban mientras que Karma sollozaba con un enorme terror en sus ojos fantasmales. Su miedo era hediondo y calaba hasta en los huesos de mis alas, que temblequeaban de ira al pensar en todo lo que ella estaba pasando.

La investigación sobre lo sucedido, era lenta y exasperante. No disponía de demasiado tiempo para demostrar su inocencia, así que tomé la determinación de aliarme con Amanda para poder tomar cualquier ayuda o privilegio que pudiera brindarme.

Supe que eso era mi perdición, pero al menos, Destina podría reencarnarse pronto. Pensé que quizás esa estúpida podía ayudarme si lograba acceder a los recuerdos de ese hombre que ella me había dicho con ese tono condescendiente.

Como si supiera que no tenía mas remedio que arrastrarme a sus malditos pies.

Pero si algo había practicado con los siglos de mi existencia, era tener que darlo todo, incluyendo mi dignidad, por la protección de los que me importaban, así que hoy era un día más, una marca más en mi amoratada alma, si es que tenía una.

No podía despedirme, porque entonces tendría que dar unas explicaciones que no estaba dispuesto a dar. Destina debía permanecer en las sombras, ya que se suponía que se encontraba en una especie de cárcel mágica creada por mí para cumplir lo que se consideraba un castigo. Durante siglos, eones, había pensado en el poder dentro del Inframundo y en si había una posibilidad de ascender para convertirme en un Dios como lo eran mis padres, ¿Cómo lo lograron ellos? ¿Nacieron con ese don o eran simplemente entes del Inframundo que adquirieron notables poderes?

Mis conocimientos acerca de lo que se suponía era mi familia, eran escasos y tampoco podía verificar si parcialmente ciertos. Al no manejar la variable del tiempo, no tenía ni idea de cuanto tiempo había pasado desde la creación de todos nosotros o si hubo un mundo anterior a la Tierra. ¿El Inframundo estaba anclado a la existencia de la Tierra? Tampoco lo sabía.

Al menos, había entregado el informe completo del anterior espíritu al consejo del Nihil, así que no los vería hasta la siguiente alma que nos fuera asignada. Con el alma arrastrándose por el suelo, mis pasos me condujeron a mi despacho, donde silenciosamente tomé la ropa que Masaru me había dejado sobre la mesa. Quizás detectó el horror en mi mirada y supo que debía prepararme adecuadamente.

El condenado lo había elegido todo sabiamente: traje completamente negro con detalles en dorado, una capa cuyo interior era de un tejido semejante a la lana, pero de tonos borgoña. Su intrincado diseño mostraba medio sol coronado con un ojo abierto completamente amarillo, perfilado de un intenso negro que lo hacía destacar de aquella madeja cálida. A su alrededor, las fases de la luna rodeaban tanto al ojo como al sol, indicando a la perfección, lo que los miembros del Inframundo como mi hermana o yo, hacíamos hasta nuestro último suspiro.

"De la mañana a la noche, sin importar el tiempo y el espacio, vigilamos la Tierra hasta que nuestro último aliento sea exhalado"

Y, como elemento identificativo, un broche perteneciente al señor del Infernum; la silueta de un huevo de dragón en cuyo centro, una gema del mismo color que su cabello, refulgía altivamente indicando el poder del dueño de esa capa.

Esa magia podía sentirse sin necesidad de tocar el fino tejido de seda del exterior, pero una vez se ponía sobre mis hombros, yo me convertía en algo que podía calificarse como un rey en términos humanos. Y, en realidad, así era; gobernaba a todos con mano de hierro para castigarles por haber contribuido a que el Infernum se arrastrara más allá del Inframundo, llegando a la Tierra y a los corazones de muchos.

De mis trenzas, me quité las pequeñas campanillas que solía llevar además de las cintas que me lo sujetaban. Mi madre no soportaba verme con el pelo recogido; era como eliminar un rasgo que ella consideraba excepcionalmente hermoso.

Suspiré mientras guardaba mis adornos en un cajón, sintiendo el peso de mi cabello rizado que comenzaba a pegarse en mi frente. Tenía que irme cuanto antes para dejar de pensar, pensar en todo. Pensar en las lágrimas de Karma y como habían abierto un agujero en lo más profundo de mis entrañas.

No fue necesario darle orden alguna a Masaru; él permanecía en el umbral que era la salida de la mansión, la verdadera salida que había sido escondida para que Destina pudiera estar protegida de cualquiera que quisiera dañarla o encontrarla.

Él se acercó para colocarme en su lugar el broche que cerraba mi capa. Casi parecía solemne mirándome para analizar que todo fuese correcto.

Correcto para mi madre.

—Mi señor, me ocuparé de todo en su ausencia. Sé que se debe hacer así que no piense en nada más.

Y me dio una botella de Esencia Primordial, una dosis más elevada que la habitual. Una leve sonrisa apareció en sus labios.

—Bébasela antes de tocar la puerta, antes de que ella coloque sus ojos sobre usted. Ah, y de nada.

Antes de poder detenerle, Masaru me dio un empujón suficiente como para dejarme fuera y cerrar la puerta tras de mí. Con mis manos temblando, sujeté el frasco que me había dado, guardándolo en la pequeña bolsa que llevaba oculta en mi cinturón.

El camino sería largo y no podía usar magia, ya que mi madre había activado unos hechizos alrededor de la montaña en la que se encontraba su residencia. Tampoco había medios de transporte que llegaran a la cima, así que la tortura comenzaba ahora, con el primer paso en su dirección. Hacia el lugar donde los árboles arden, los pájaros son de fuego y no cantan sino gritan.

Una maldición que latía desde lo lejos, allá lejos, pero lo suficientemente grande como para que nadie olvidara dónde se encontraba, que alguien como ella existía. Que nos vigilaba, aunque su presencia no fuera vista por nadie por mucho tiempo.

Era poder reencarnado, físico y brutal, capaz de cualquier cosa si en su mente se cruzaba cualquier pensamiento. Había perdido la cuenta de cuando fue la última vez que le vi la cara, pero si de algo estaba seguro es que jamás vi una expresión diferente a la más absoluta pasividad. Ni cuando mandaba al olvido a algún pobre condenado que, por alguna razón, ella consideraba indigno incluso de permanecer en el Infernum.

Sí, yo era el rey del lugar, pero ella era el Dios, la fuerza de la naturaleza que nos azotaba a todos. Y si algún día deseaba encontrarme en el mismo lugar que ella, la solución era sencilla en palabras, pero imposible en realizar.

Debía matar a mi madre.

¿Qué hice yo para merecer este infernum?#LIBRO 1Where stories live. Discover now