CAPÍTULO 26

6 1 0
                                    


―No te vi en el funeral―le dije interrumpiendo su intento de ánimos, a lo que él me sonrió tristemente antes de contestarme con su habitual cortesía.

―Oh claro que hemos estado mi pequeña y yo, pero no quisimos inmiscuirnos demasiado. Sé lo horrible que es que todo el mundo te dé el pésame cuando lo único que quieres es que te dejen en paz. Me alegro que hayáis venido a mi humilde morada.

―Sabes que siempre es un placer para nosotros, aunque hay momentos como éste en el que no puedo ofrecer conversaciones demasiado entretenidas.

―Vamos Paul, hay confianza para tener que disculparse. No hay nada que perdonar ni de lo que arrepentirse entre nosotros. Voy a la cocina a ver qué tal va el pavo.

Los tres nos quedamos en la mesa en un silencio incómodo que no sabía bien como romper. La ausencia de Mila tampoco me ayudaba, puesto que era una amiga de confianza que lograba relajarme cuando no estaba en mi mejor momento.

Michael era el que estaba más retraído de los tres, no había abierto apenas la boca desde la conversación en el coche. Sus enormes ojeras me demostraban que se sentía sobrepasado por la situación que nos azotaba a todos. Una pregunta de Paul me hizo sobresaltar de la silla.

― ¿Sabes algo del caso de Karma?

No estaba segura si era adecuado compartir algo de información con él, aunque tenía derecho de saber puesto que era su padre. Debía tener cuidado con lo que sabía pues muchas cosas eran secreto para el resto de civiles.

―No hay gran cosa. Se encontró que el cuerpo tenía una ropa que no concuerda con los gustos de ella además de una esclava con letras apenas legibles. Por el tamaño se cree que era de una niña mucho más pequeña.

El rostro de Michael cambió por completo como si hubiera dicho algo que hubiera dinamitado el enorme muro que había construido a su alrededor. Le dirigí una mirada de cariño para intentar hacerle hablar y que lograra desahogarse, pero fue en vano. Paul puso una mano en su hombro para intentar darle un poco de apoyo.

Decidí levantarme para dejar un poco de espacio: con lo que había dicho, varios grados descendieron en la sala y la incomodidad era tan palpable que asfixiaba. Con la mirada perdida en el profundo bosque que abrazaba al edificio. Por mucha calma que transmitiera aquellas hermosas vistas, la tormenta llevaba desatada en mi pecho desde hacía ya un tiempo. De espaldas a mi familia, no podía evitar echarme las culpas por haberme ido de viaje y no arreglar los problemas posteriores a mi divorcio.

Hui como una cobarde y eso repercutía en los engranajes de mi mente. Daba gracias a que el olor a carne al horno me dio el aviso de que Sidney se aproximaba con una ofrenda de paz.

―Demonios, mi hija es la que tiene más mano en la cocina, pero yo soy el encargado de los hornos. Todo lo que sea cocinar con ese chisme lo hago perfecto ¡Nunca dejaré de sorprenderme de mí mismo!

Una leve risa asomó en nuestros rostros apenados y, con ello, una brisa fresca nos acarició como un bálsamo. Me senté de nuevo, comienzo en buena compañía y compartiendo de nuevo, las historias que el bueno de Sidney dejó a medias. Y gracias a sus palabras, la noche comenzaba a tener otro cariz.

Michael y Paul se levantaron de la mesa, despidiéndose de todos con el pretexto de necesitar descansar. Asentí y los acompañé a la puerta indicándole a Sidney que yo misma me ocupaba.

―Creo que es mejor que llame a un taxi. No estáis para conducir.

―No te preocupes por eso, hemos pensado que lo mejor es ir caminando. Así nos despejaremos un poco y admiraremos la noche.

No quise insistir, pero les pedí que me avisaran cuando estuvieran en casa. Si antes era precavida, con lo que le pasó a Karma era la reina del drama. Así que sin nada más que decir, se dieron la vuelta y comenzaron su vuelta a casa.

Me quedé mirando sus espaldas con una gran pena y sentimientos encontrados. La relación de Michael se había deteriorado y Paul me guardaba rencor porque era evidente que se había divorciado cuando aún me quería. La situación se había desmadrado con mi propia elección de vida.

Creo que arriesgué demasiado―susurré en voz baja. Quizás debí de planificar el como hablar con mis hijos, como hacer entender a Paul que no era él, que era yo que pensaba una cosa de las relaciones que era diferente en mi propia realidad. Que lo que me gustaba no era lo que me llenaba, que me había dejado llevar por la vida que se supone que toda mujer debe llevar. Y cuanto más lo pensaba, más ganas de gritar impotente tenía.

Cerré la puerta y me despedí rápido de Sidney, el cual me deseó una noche llena de calma y sosiego, aunque la realidad sabía que sería otra muy distinta. Apenas tenía fuerzas para cambiarme de ropa, tan sólo me sentía atraída por aquella ventana desde la que podía ver el lago. Con una mano en el bolsillo de mi pantalón, saqué la fotografía de ese edificio extraño del cual no tenía conocimiento alguno. Ni descripciones ni nada escrito que pudiera ayudarme a buscar en una dirección. Tomé el sobre donde estaba guardado la postal, y allí encontré algo en una de las esquinas con una letra tan pequeña que no podía leerse a simple vista.

Hora de usar las gafas, aunque no me haga especial ilusión―dije mientras rebuscaba entre mis escasas pertenencias. El estuche estaba nuevo porque básicamente no las había estrenado. Me las ajusté en el puente de la nariz y eché un vistazo.

"Nunca pierdas la pista" estaba escrito en caligrafía cursiva, como oculta para aquellos que le podrían echar un rápido vistazo. No reconocí la letra, por lo que descartaba a Sidney o a Mila. La cuestión era, ¿Qué hacía tirada en medio de las inmediaciones del hotel? Sin olvidarnos del huésped extraño que pasó una sola noche hacía varios meses y que tanto incomodaba a Sidney. Suspiré cansada con la cabeza dolorida de tanto revolver las cosas, pero no podía evitar darle la bienvenida al insomnio.

Mañana sería otro día, difícil e interminable, pero tendría oportunidad de descubrir alguna pista.

¿Qué hice yo para merecer este infernum?#LIBRO 1Where stories live. Discover now