CAPÍTULO 49

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La mirada de un depredador, la esencia de un ente que rezumaba un poder inconmensurable y la imagen de alguien que me había provocado pesadillas. Tuve que ver todo lo que ella hizo, los castigos a los que sometió a muchas personas cuando ella se encontraba en el poder antes que yo. No había olvidado nada.

Como buena Diosa, ella esperaba, porque su estatus le impedía acercarse al resto. Casi como una estatua rodeada de velas y peticiones, de amuletos y presentes, se encontraba rígida asomada a uno de los grandes ventanales del piso inferior.

No mostró sorpresa alguna de encontrarme en su jardín, tan sólo un leve levantamiento de la comisura de sus labios. Me seguí acercando, pero ella no movió un solo músculo. Tan sólo me observaba detenidamente, como si quisiera extraer la mayor parte de información de mí antes de iniciar una conversación. Como siempre, alguien del servicio me abrió la puerta y me instó a entrar.

El enorme silencio no era interrumpido por nada, ni siquiera por los pasos del mayordomo de mi madre. Como siempre hacía, cambiaba mi forma de caminar para hacerlo de puntillas y no molestarla. Parecía estúpido, pero nos obligaba a mi hermana y a mí a seguir esa norma independientemente de la hora del día.

Según ella, era una forma de mostrar elegancia y buenos modales.

Seguía sin darse la vuelta, no era necesario puesto que todos la buscaban a ella. Era su manera de parecer inalcanzable para que nadie se tomara un exceso de confianza con ella. Ni siquiera se le conoce ningún confidente; ella jamás hablaba con nadie por gusto.

Era una existencia triste, aunque ella no se la veía como tal, de hecho, no se la veía de ninguna forma. Era un lienzo en blanco, incluso una estatua de mármol sin cabeza podía verse con más expresiva que ella.

Hinqué una de mis rodillas en el mármol brillante, llevando la mano izquierda justo al corazón. Bajando la cabeza, entoné las palabras de cortesía que desde siempre se me obligó a entonar en cada momento que me dirigiese a Madre.

―Madre, me postro ante usted para una audiencia. No merezco su tiempo, pero sé que, en su infinita benevolencia, podrá concederme un ápice de su eternidad.

Un leve carraspeo fue lo único que tuve de ella después de tanto tiempo. No se dignó a mirarme a los ojos, sino que me habló como uno más de sus infinitos sirvientes.

―Habla―dijo con su voz gutural. Su eco resonó en todo el castillo, haciendo repiquetear algunas de las copas sobre la mesa del comedor. Por mucha apariencia grácil y femenina que tuviera, todos sabíamos de lo que era capaz Madre. Y maldita sea tu alma si te atrevías a importunarla en uno de sus días menos buenos.

Levanté aun más mis barreras mentales, esperando a que mi petición no acabase de la manera que podría ser si ella se lo tomaba con total tremendismo. Si algo odiaba madre era marear el asunto y no ir al grano, así que emití lo que venía a buscar de ella.

―Solicito el permiso de ir a los Archivos Terrenales.

Pude jurar que la brisa que se colaba por las ventanas, se paró en el instante en el que ella giró levemente la cabeza, lo suficiente como para que su perfil fuera visible. Aquella sensación me hacía querer huir de allí. En respuesta, anclé mis pies más fuertemente en el suelo, esperando a que un estallido de magia me golpeara.

No pasó nada de eso. Madre levantó la palma de su mano, sobre la que uno de los miembros del servicio puso una taza delicada con un té de aroma floral. Apenas podía pestañear cuando, lentamente, se deslizó sin dirigirse a mí en dirección a las butacas de cuero blanco que se encontraban a su izquierda, las que usaba en las reuniones importantes. Aquello me hizo sentir un enorme alivio porque implicaba que al menos, quería hablar del tema.

¿Qué hice yo para merecer este infernum?#LIBRO 1Where stories live. Discover now