CAPÍTULO 48

2 0 0
                                    


Me jugaba el cuello y no lo perdía (cosa que ya no era físicamente posible porque no quedaba nada vivo ni entero de mi cuerpo) que Masaru y esa mujer se conocían de mucho tiempo atrás. Era extraño porque, cuando esa mujer me llevó de nuevo a la mansión, no se miraron ni una sola vez.

La razón no podía ser por Pain, porque por muy cretino que sea, no lo veía poniendo trabas a las amistades o relaciones de su mayordomo. Quizás me estaba montando una película digna de varios óscar, pero la actitud de ellos era tan extraña y tan cercana.

Demasiado cercana, para una simple amistad. Pero tampoco se intuía algún contacto físico; casi parecían admirarse el uno al otro, pero sin mostrar más allá del brillo de sus ojos. Y si, aquella vez fue amable conmigo, pero esta vez, su respeto era reverencial. No lo comprendía puesto que era solo una niña que había tenido mala suerte y no acostumbraba que alguien mucho más adulta que yo, actuara como si perteneciera a la flor y nata de la sociedad moderna. No me iba a quejar, desde luego, pero era sumamente extravagante.

Si antes forcejeaba y gritaba como si fueran a llevarme al dentista o encerrarme en un psiquiátrico, ahora era silenciosa como un ratón. Eso era evidente que aliviaba a Masaru, que había dejado de arrastrarme y caminaba como el resto, bueno si eso podía llamarse caminar. La rapidez por la que nos deslizábamos entre los que esperaban su turno en los andenes y los que allí mantenían conversaciones despreocupadamente, me hizo chocar en más de una ocasión, abriendo los ojos con suma sorpresa por sentir un contacto demasiado humano para alguien que ya era algo semejante a una masa de croquetas.

―Debemos darnos prisa, tenemos que ingresar en el Complejo.

Antes de formular la pregunta, los ojos enmascarados de Masaru me echaron un severo vistazo para que cerrase mi enorme bocaza. Por fortuna, esta vez pudo satisfacer mi curiosidad.

―El Complejo es la zona de la ciudad donde viven todos los condenados. Dependiendo del castigo, las comodidades son mejores o peores.

― ¿Me estás diciendo que todo el mundo tiene casa? ―pregunté más alto de lo que quería. Un leve asentimiento por parte de ambos me hizo abrir aún más la boca. ¿quién iba a decirme que había más derechos en el Infernum que en la Tierra? Aunque si lo pensaba bien, era lo menos que podían hacer por aquellos que jamás volverían a tener paz en sus corazones.

Cuando frenamos en seco en una de las estaciones, volví a mirar a ambos en silencio con un gran temor en el cuerpo, ¿En serio íbamos a subirnos a esa...cosa?

―No es una cosa, deberías de respetar a los dragones. Hacen un enorme bien al Inframundo―contestó Masaru interrumpiendo mis pensamientos. Mi dedo le señaló, mostrando una mueca entre sorpresa y enorme molestia... ¿Me había? ¿Me ha...?

― ¿Leído la mente? Sí, es lo que los demonios sabemos hacer.

Si tuviera corazón, me habría caído fulminada al suelo, en cambio nuestra acompañante, comenzó a reírse como si hubiera contado el chiste del siglo. ¿En serio el mayordomo de Pain me había estado leyendo la mente? ¿Todo el tiempo?

Espera, ¿Había dicho demonio? ¿demonio? ¿El mismo que el de los cuentos? ¿El que come niños? ¿el que...?

―No como niños, prefiero pasar mi tiempo leyendo o regando mis plantas. Y si estás pensándolo, no, no tengo cuernos, cosa que agradezco porque deben de pesar mucho. Vosotros los humanos siempre me parecisteis que tenéis una mente desbordante.

Boquee sin poder mediar palabra; por fortuna, la mano de la mujer me dio un pequeño empujoncito para llamar mi atención. Había sido tan impactante lo que había descubierto que el maldito dragón estaba delante de mí esperando a que entrásemos y no me había dado cuenta. Tenía tanto miedo que no quería entrar, pero Masaru no dio opción a negarme.

¿Qué hice yo para merecer este infernum?#LIBRO 1Where stories live. Discover now