CAPÍTULO 19

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Quizás mi decisión podía ser criticada por muchos, pero a mi parecer, era lo mejor que podía hacer. Desde que solté la bomba de Karma, me encerré en el baño sin poder mirar a Michael ni a Paul a la cara. La enorme tormenta que guardaba en mi interior se abría paso con cada palabra que salía de mi boca, amenazando con derrumbarme por completo y eso no iba a permitirlo. Quería ser fuerte, una torre alta de piedra maciza para así mantener la lucidez en el nivel más alto que pudiera. Si quería saber lo que le pasó a mi hija, no debía flaquear.

Las horas que pasé en aquella estancia de azulejos blancos no podía determinarlas con exactitud. Algunos pasos me indicaron que Paul y Michael estaban fuera esperándome, pero unas cuantas palabras acompañadas de unos pasos arrastrados, me indicaron que comprendían la situación y que requería estar sola sin que nadie me diera unas palmaditas en la espalda. Siempre me lamía mis heridas sola, eso era algo que ellos sabían de sobra.

Y si me conocían de verdad, sabían que había tomado las riendas del caso. Durante esas horas, mi mente permaneció tan blanca como esas paredes, con los ojos entrecerrados e irritados para evitar llorar. Quizás si que lo hice, pero no sentía absolutamente nada desde que supe lo de Karma. Estaba anestesiada, ida por completo, entumecida de cabeza a pies.

Fueron las luces de un nuevo día las que me zarandearon, haciéndome lagrimear sin apenas poder recuperar la vista borrosa que comenzaba a tener. Me costó mucho levantarme; permanecí acostada en el suelo, con la cabeza apoyada en la toalla del lavamanos que había tirado cuando entré haciendo eses. Tropecé con algo, no recordaba el qué, pero caí de rodillas al frío suelo sin poder ni querer hacer nada más que permanecer quieta como un animalillo asustado. Pero así al exterior con el estómago más pesado que mi cabeza, suspirando con cierto alivio cuando comprobé que no había nadie en casa.

Sé que no fue justo, pero tomé lo que necesitaba y salí de la casa dejando una nota en la mesilla de Paul. Le decía que no podía permanecer en aquella casa, que me iba a otro sitio para permanecer en paz conmigo misma y pensar en el caso de Karma. Que, si me necesitaban, me llamaran a mi teléfono personal, no el del trabajo pues necesitaba la línea libre. Al final de todo, incluyendo en el ámbito familiar, mi trabajo se había comido todo, lentamente como un cáncer. Había permitido que pasara así que no podía detenerme justo ahora que tenía motivos de peso para sumergirme de lleno en las pistas que tenía bajo el brazo.

Ahora estaba en una habitación de hotel, el único que hay en todo el pueblo. Las vistas eran serenas, pero me perturbaban a partes iguales pues, tras el edificio se hallaba la bahía de Merrymeeting, el lugar donde encontraron el cadáver de mi hija.

Abrí el cuaderno con la cabeza apoyada en el cristal de la puerta del balcón. La información acerca de una posible testigo me rondaba por la cabeza, necesitando como el oxígeno saber de quién se trataba para hacerle unas preguntas. Chase se negó en redondo en darme más información de la debida por razones de mi parentesco con la víctima, por lo que tenía que buscarme mis formas.

Hasta ahora, tan solo podía esperar los resultados de la autopsia además de la esclava y la ropa que ella llevaba puesta. Mañana iba a ser el funeral, un evento importante en cuando a encontrar posibles sospechosos del crimen, así que, desgraciadamente, tenía que estar más concentrada en lo que me rodeaba que en mi propio dolor.

―Es imposible que esa ropa le gustara...estoy segura que la compró el asesino. Ella llevaba un pijama, lo sé porque revisé sus cosas y faltaba en sus cajones. Iba en zapatillas, por lo que no pudo correr demasiado, al menos no muy rápido. Por lo que él me contó, no fueron palabras peores que las que se solían decir y ella no reaccionó de forma diferente a como lo solía hacer. Alguien debió escuchar algo...alguien de la zona de mi casa―dije en voz alta. Quería seguir, pero mi estómago se negó a dejarme pensar más.

Si fuera un hotel normal, la cocina habría cerrado hacía ya varias horas, pero el dueño del hotel también era el cocinero y el que realizaba las labores de mantenimiento. Tan sólo había alguien más, su joven hija Mila, la cual era la camarera y barman del lugar.

Nada más bajar las escaleras, me tropecé con él fregando algo sospechoso del suelo.

―Veo que la noche no es sólo mala para mí, menuda cara llevas, inspectora―me dijo con una leve sonrisa. Agradecí que mantuviera la normalidad entre nosotros.

―Así es Sidney, una noche de locos. ¿Se puede comer algo?

―Sigues como cuando eras una cría, cenando a deshora. Anda, ven conmigo―me dijo llevándose el cubo y la fregona tras de sí. El lugar estaba exactamente igual que cuando lo inauguraron. Yo tendría diez años como mucho, así que lo conozco desde siempre. Aquel tipo era como una especie de abuelo para mí.

―Siéntate anda, hoy estamos tú y yo.

― ¿Dónde está Mila? ―pregunté intrigada. Era muy extraño que se ausentara del hotel en día de semana.

―Oh bueno, le di la noche libre. Ella merece un poco de libertad, no quiero que se convierta en un viejo atado a un edificio como yo.

―No es nada malo llevar un negocio, es un negocio digno como otro cualquiera. Además, lleva abierto más de treinta años, que se dice pronto.

―Oh querida, pero eso es porque apenas hay nada por aquí, así que no tengo competencia. Si te soy sincero, a veces me planteo cerrar el chiringuito, pero entonces me embargan los recuerdos y no puedo hacer nada más que seguir llevando las riendas. Tan sólo tengo a Mila, pero odio tener que cargarle el muerto―dijo totalmente apesadumbrado.

Yo la conocía, nos llevábamos más o menos unos diez años. Era dulce, callada y muy responsable; perfecta para ser la siguiente en llevar el hotel Merrymeeting. Su padre tenía sus temores, pero lo cierto es que ella parecía disfrutar lo que hacía. Ambos eran lo que una comunidad pequeña como ésta, necesitaba.

Sidney corrió hacia la cocina para prepararme un buen bistec que le había llegado justamente hoy. Quería agasajarme quizás para animarme con todo lo que estaba sucediendo. Mientras tanto, miraba por la ventana tomando un café bien fuerte; esta noche pensaba pasármela en vela pensando. Entonces, una idea se me cruzó por la cabeza, ¿y si lo que había sucedido tenía que ver con alguien que había venido de visita? Quizás era una paranoica pero el que Mila no estuviera por aquí, me escamaba demasiado, ¿Quizás ella vio algo y no se atreve a hablar?

Tras un buen rato, un plato humeante me interrumpió, topándome con un sonriente Sidney que se sentaba a mi lado con otra ración. Entre recuerdos y bromas, le pregunté algo.

― ¿Tenéis muchos huéspedes ahora mismo?

―Oh bueno, ahora mismo no es que haya una gran afluencia, el último se marchó esta mañana. Era familia de los Ross, tú los conoces. Sólo, que yo recuerde, vino alguien que no tenía familia aquí, y por el acento parecía extranjero.

― ¿Cuándo fue eso?

― ¿Recuerdas hace cuanto de eso y cuánto tiempo se quedó?

―Oh bueno...creo que fue hace un par de meses. Apenas dio datos personales, según él, porque quería permanecer en el anonimato. quizás era un famosete que quería perderse por ahí unos días, así que vino a un lugar apartado como éste para descansar. El caso es que se quedó un par de días y apenas salió de su dormitorio, quizás una o dos veces, pero nada más. A la mañana siguiente, me encontré la llave y el dinero en el mostrador, o sea que el tipo ni se despidió.

Algo dentro de mí se activó, quizás la sensación de que era una pista o al menos, algo que merecía la pena investigar. Agradecí en silencio lo que Sidney me había contado, anotándolo mentalmente para no olvidar nada cuando volviera a mi dormitorio.

La noche iba a ser larga, pero mi paciencia era legendaria.

¿Qué hice yo para merecer este infernum?#LIBRO 1Where stories live. Discover now