CAPÍTULO 13

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Hacía milenios que no pisaba fuera de mi tierra, tan sólo me permitía bajar al mundo mortal si tenía alguna misión que cumplir por parte de los miembros del Nihil. La verdad, nunca comprendí las razones por las que toda persona que me topaba, me imploraba que le dejara vivir en aquella tierra llena de problemas en las que la vida transcurría en un segundo.

—¡Tienes la inmortalidad en el inframundo! Si has sido decente, podrás disfrutar de la eternidad en el confractus y ver a aquellos que llevas años sin ver.

Siempre razonaba con ellos de esa forma, pero, hasta el que nunca en su vida lloró una lágrima, cuando iba a recoger sus almas, todos gimoteaban como un perro apaleado, arrodillados por una segunda oportunidad. Pero aquella maldita niñata, era la primera que no lo hacía en todos los años que llevaba haciendo este mismo trabajo.

Era habitual que, cuando iba a por niños muy pequeños, recurriera al alma de un abuelo que le ayudara a cruzar al otro lado sin percatarse de la horrible realidad. Eran los más sencillos de conducir pues no estaban atados a ese mundo vacío y no comprendían las connotaciones de estar muerto. Para ellos, era como ir a jugar a otra parte y ayudaba bastante que los padres siempre les contaran la misma patraña cuando preguntaban por un familiar fallecido.

"Se fue de viaje, cariño"," él/ella se fue al cielo". Con cosas como aquella, no era de extrañar que los niños desearan pisar el Confractus y se marchasen con una sonrisa en los labios. Pero Karma, había actuado de forma diferente e incluso, con cierto humor. Ella comprendía perfectamente lo que era estar muerto, pero lo había encajado de una forma magistral a mi parecer. Eso me facilitaba las cosas pues no tenía que actuar de psicólogo mientras me hacía cargo de su alma, cosa que no soportaba de los malditos humanos llorones.

Tras la pelea que tuve con mi hermana, me tomé unos días de reflexión sin salir de mi dormitorio. Relegué mis quehaceres a algunos que consideraba de confianza porque no me encontraba en condiciones de trabajar en mi estado. La sangre me seguía hirviendo desde entonces; eso siempre pasaba cuando mostrábamos nuestra forma verdadera, la que los humanos temen y nosotros tenemos que ocultar.

Me dolían los brazos; las venas seguían de color violáceo y pulsaban bajo mi piel. Un golpe en la puerta me hizo levantar la vista, entrando como siempre hacía sin permiso, uno de mis empleados.

—Señor Pain...

—Ahórrese los sermones, sé que va a decirme.

—Señor, sabe que cuando toma su forma, su estado cae en picado. Debe de ir a los baños del Infernum para bañarse en su esencia primordial.

—No voy a hacerlo, así que no te molestes.

—Señor, sabe que los que vivimos en el Inframundo, debemos de asistir a ese tipo de lugares para revitalizar nuestras energías.

Masaru dejó la bandeja que portaba sobre la mesa, negándose en redondo a abandonar el lugar por mucho que le dije que deseaba estar solo. Aquel cabezota me sacaba de mis casillas.

—Masaru, deseo estar solo.

—Lo siento señor, pero si abandono el lugar será cuando firme este documento que me permita reservar las termas para que se recupere su salud.

—Espera, ¿Has hecho un documento? ¿En qué momento del día? —repliqué pensando en la cantidad de tareas que habían sido encomendadas para que hiciera. Él sonrió orgulloso, haciendo temblar sus enormes alas que siempre rompían uno de mis jarrones cuando entraba a mi dormitorio. Como siempre, su modestia no era una virtud.

—Mi señor, sabe usted que soy increíble. Por esa razón, soy alguien de confianza. Pero eso no viene al caso; debe venir conmigo a las termas o si no me obligará a hacer algo drástico.

Sonreí ante esa exigencia; yo no le temía a nadie, por lo que me podía permitir hacer lo que me diera la real gana. Incluso permitiéndome tales libertades, mi reputación era intachable, lo que me daba la figura de alguien respetable al que nadie se atrevía toser mi nuca. Hasta que, de los labios de Masaru, un viejo nombre me hizo temblar de pies a cabeza.

—Entonces tendré que llamar a Syra para ver si puede parlamentar con usted, mi señor.

—No espera...no me digas que...

Pero unos lamentos que crisparían el vello a cualquiera, me indicaron que aquella calamidad venía de camino a mi habitación. Su espantoso rostro y sus ojos del color de la sangre, me hicieron revivir horribles momentos.

—Maestra Syra, que bendita sorpresa...—le dije haciendo una leve reverencia. Mis padres al estar tan ocupados, tuvieron que ponerme lo que se conoce como términos terrenales una "nanny" o "niñera". Yo prefería llamarla maestra pues no quería llamarla de forma cercana sino más bien, establecía unos límites necesarios entre nosotros.

—¡Mi querido, amado y desvergonzado Pain! ¡Grata sorpresa mi trasero! ¿Sabes cuantas cartas mandé y no me respondiste?

—Oh vaya, ni cuenta me di—respondí sin poder aguantar su mirada con la mía. Masaru, de un gesto, hizo abrir uno de los cajones de mi escritorio, saliendo despedidas todas las cartas que Syra me había mandado y que había ignorado deliberadamente. Parecía disfrutar con esto.

—Mi querido amo no se encuentra bien, maestra Syra, por lo que le insté a relajarse en las termas para recuperar energía. El problema es que su cabeza es tan dura que no parece comprenderlo.

Su crispación hizo levitar su vestido blanco tan andrajoso como siempre. De nuevo, un lamento me hizo temblar de cabeza a los pies.

—¡Pues tendré que quedarme a cuidar de su salud! Fui contratada desde siempre para cuidar de nuestro pequeño incordio.

—Mi señora, he pensado que mejor mi amo me acompaña a las termas. Como puede observar en el documento que llevo en las manos, he querido cerrar el recinto para que estuviera solo. Si me lo permite, se lo robaré por unas horas—dijo Masaru con una reverencia mientras que, con la otra mano, me ponía el documento en las narices para que lo firmara.

Tuve que reprimir toda clase de improperios mientras que usaba mi pluma y estampaba mi firma en el papel. Con ello, se marchaba la posibilidad de no ser molestado en mi dormitorio por varios días.

No deseaba sumergirme en esas aguas, pues ello hace que los seres que habitábamos en el inframundo, ascendiéramos un poco más en dirección a la divinidad, dejando cualquier rasgo humano o sentimientos. Por mi parte, no es que quisiera ser más humano que monstruo, es que temía que mis sentimientos por mi hermana se desvanecieran y que la vendiera cuando no me hiciera falta. Temía que mi falta de escrúpulos, me hundiera más y más en un pozo de soledad en el que no podría salir.

Pero tarde o temprano, tenía que sumergirme en aquellas malditas aguas. Odiaba a veces ser quién era, pero lo que más odiaba era en quién me podía convertir.

¿Qué hice yo para merecer este infernum?#LIBRO 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora