CAPÍTULO 44

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Si había algo que jamás pensé que escucharía, era la conversación que el señor y la señora Dunning estaban teniendo en la más absoluta oscuridad en una casa en la que ellos hubieran escupido si alguien se la hubiera ofrecido.

Al igual que mi corazón, mi cuerpo se encogió cuando las voces de ellos, inconfundibles para mí, casi susurraban como si supieran que lo que estaban hablando era algo más que simplemente ilegal. Y era en momentos como éste, en los que me daba cuenta del peso que cargaba dedicándome a lo que me dedicaba.

Mi ex marido jamás sabría lo que los Dunning estaban hablando, no le contaría la forma fría a la que se dirigían a su hija ni tampoco...que lloré amargamente en silencio al pensar que esa niña podría haber estado segura bajo el techo de nuestra casa.

La culpabilidad soplaba mi nuca, como lo hacía la brisa del bosque que me ayudaba a escuchar las palabras de ambos. Las arrastraban, me las traían para que pudiera saber su sucio secreto que saldría a la luz por el bien de todos.

Apreté los puños y volví a revisar el teléfono; estaba en silencio y Chase no me había dicho nada más. Era hora de comenzar a grabar. Sabía que escucharía la grabación varias veces para llegar a comprender, si quiera a asimilar ligeramente, lo que estaban hablando.

―No entiendo tu necesidad de quedarte. Sabes que estamos en el punto de mira―dijo Spencer con su habitual autoridad. Pero Kate, con tono desesperado, le demostró lo contrariada que estaba ante su negativa. Un golpe sonó en algo que podría ser una mesa o encimera. Seguramente, fue ella.

―Ya entregamos lo que querían, ya no somos nadie para ellos. Nos dejarán en paz.

―Si dices eso, es que no los conoces.

Aquello último fue más bien un susurro, pero mi móvil grababa cualquier conversación sin importar lo mucho que cabrones como ellos, quisieran pasar desapercibidos. Mi mandíbula crujió mientras seguía escuchando.

Un silencio de poco más de par de minutos se instaló entre ellos, tan solo acompañado de un ruido de llaves y de objetos deslizándose. Quizás eran vasos de cristal, probablemente, estaban bebiendo algo.

Conociéndolos a ellos y sus gustos caros, de seguro una bebida espirituosa cara pero fuerte.

Por primera vez, escuché algo de aflicción en la voz de uno de ellos, de Kate en concreto.

―No comprendo como Dios no nos ha castigado.

― ¡Tú y tus supersticiones, Kate! Eso no nos la traerá de vuelta―explotó el señor Dunning. Conforme más los escuchaba, más ganas tenía de derribar la puerta de una patada y ponerles unas esposas a los dos. Eché un vistazo a mi móvil y la grabación que estaba quedando registrada; no pude evitar sonreír a pesar de lo amargo de la situación. Los ruidos me indicaron que estaba guardando algo, quizás intentando no montar un numerito que atrajera la atención de algún curioso que paseara por el lugar.

Lo que no contaban es que yo estaba fuera con las orejas bien abiertas y un sentimiento de satisfacción todavía más grande que mis ganas de partirles la cabeza. Ya estaba saboreando el día del juicio.

―Al menos yo pienso en ella cada maldita hora, cosa que veo que tú no haces. Malditas apariencias... ¡todo esto es por culpa de aparentar lo que no somos!

Por una vez, estuve de acuerdo con uno de ellos.

―Según tú, ¿qué somos? ― y en ese maldito tono de voz pude paladear tantas cosas, desde un cinismo horrible hasta una jocosidad irritante como si estuviera jugando a algo. Dios, ese tío me ponía los pelos de punta.

¿Qué hice yo para merecer este infernum?#LIBRO 1Where stories live. Discover now