Capitulo 10: Conversaciones en familia

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Quinn

Bajo las escaleras con cautela, procurando no hacer ni un solo ruido. Me tan mantengo silenciosa y ágil como un ninja. La verdad que de pequeña los juegos de espionaje siempre se me dieron muy bien, al igual que el juego de las escondidas, así era como siempre me enteraba de todo lo que pasaba a mi alrededor y nadie se daba cuenta. Thomas no era muy participe de escuchar conversaciones ajenas a hurtadillas, claro. Siempre decía que era deshonesto y de mala educación, yo le pedía que usara su imaginación y fingiera que éramos un par de espías a punto de descifrar información clave para usar en contra de nuestros enemigos.

Al bajar el último escalón, me encuentro con mi padre, sentado frente a la chimenea, de espaldas hacia mí. Me quedo quieta en el último escalón de la escalera, con el terror recorriendo cada una de mis fibras. Pienso en algo ingenioso que pueda decir para romper el hielo y hacerlo reír y dejar todo atrás, pero nada bueno se me ocurre y termino quedándome plantada en el mismo escalón, en completo silencio.

Abro y cierro la boca unas cuentas veces, pero no emito ningún sonido.

—Siéntate a mi lado, Quinn—palmea puesto junto a mí, aun sin girarse a verme.

«¡Joder!» Él y su sentido arácnido»

Aunque la mala palabra no llego a salir de mis labios, puedo escuchar la voz de Thomas en mi cabeza regañándome: «No digas palabrotas, Quinn». Si, aun en pequeñas cosas como esas, él se mantiene presente en mi vida, formando parte mi rutina, de alguna forma me es Imposible dejarlo atrás en el pasado, donde debería estar, en el cajón de los recuerdos y no como parte de mi conciencia en mi día a día.

Si tuviera un debate con mi propia conciencia, con el lado bueno y el lado malo, el angelito y el diablillo como lo muestras en las caricaturas, probablemente el angelito tome la forma de Thomas, recordándome que debo comportarme... y el diablillo travieso seguiría siendo yo misma.

Sacudo la cabeza para deshacerme de esos pensamientos antes de caminar hacia el sofá. No me pasa desapercibido que papá me llama Quinn y no Queenie, ni reina, como siempre lo hace. Trago saliva con nerviosismo.

—Que agradable está el clima—comento una vez que tomo asiento.

—¿Deseas hablar sobre el clima, Quinn? —papá me mira con escepticismo y yo sonrió inocentemente.

—Me parece que ese es un buen tema de conversación—asiento.

—¿Qué tal sobre lo que paso esta tarde con tu madre? Ese sí que me parece un buen tema de conversación, ¿no crees?

«Bueno, al menos lo intentamos...»

Suspiro con derrota antes de que las palabras empiecen a fluir fuera de mi boca sin control a causa de los nervios, el arrepentimiento y la vergüenza. Soy una joven adulta en mis veintes, y me siguen regañando como si fuera una pequeña niña de diez.

—Lo siento, sé que me pase de la raya y que debería disculparme, lo sé, es solo que me sentía frustrada y todo este tema me exploto en la cara, sé que no debí decir esas cosas, pero...

Papá me interrumpe antes de poder seguir con mi discurso, coloca su mano sobre la mía.

—No te llame para regañarte, Queenie—toma mi mano entre las suyas y su mirada se suaviza—. Quiero hablar sobre ti, sobre lo que sientes y sobre tu estadía aquí durante los próximos días.

—¿Qué quieres decir? —pestañeo, aturdida.

—Los Addams vendrán a cenar este viernes, tu madre los ha invitado a todos—anuncia, mas no me sorprenden sus palabras—. No puedes escapar de esta cena, lo sabes, ¿verdad?

Alguna vez nosotrosWhere stories live. Discover now